Quiero felicitar a Alberto
Núñez Feijóo y al Partido Nacionalista Vasco por sus contundentes victorias en
las elecciones de sus respectivas comunidades autónomas del pasado 12 de julio.
Cuatro mayorías absolutas
consecutivas, por un lado y el mejor resultado en 36 años, por otro, demuestran
bien a las claras lo enraizados que están los respectivos proyectos en las
sociedades a las que se dirigen. Y eso en política es un valor añadido.
En las elecciones del pasado
domingo pudimos ver dos formas distintas de lograr un mismo objetivo: ganar
unos comicios con la mayoría más amplia posible. Mientras Feijóo, en Galicia,
orillaba a la formación política que le da cobijo el PP, tanto como podía;
Iñigo Urkullu en Euskadi exhibía la enseña del PNV, su partido, con legítimo
orgullo. Nada que objetar, cada cual plantea las campañas electorales como cree
que mejor le van a funcionar. En determinadas ocasiones, algunos candidatos
piensan que el partido es más un lastre que un activo. Le ocurrió a Xavier
García Albiol en las pasadas elecciones municipales cuando se presentó en
Badalona y le ha sucedido ahora a Núñez Feijóo en Galicia.
De todas maneras, ese no es el
caso del PNV, porque pocas organizaciones políticas puede presentar una
trayectoria tan brillante como la del partido nacionalista vasco.
A finales de este mes de
julio, se cumplirán 125 años desde que se fundó el partido nacionalista vasco.
Llegó al Gobierno de Euskadi en la Segunda República, pero su trayectoria de
éxito se produce con la recuperación de la democracia. Ahora mismo, gobierna en
las tres diputaciones y en las tres capitales del país.
Ciertamente, se hace difícil
catalogarlo como un partido al uso. De raíz conservadora, oscila entre la
democracia cristiana y la socialdemocracia en lo esencial. Eso hizo que en 1989
introdujo la renta básica en Euskadi, algo a tener muy en cuenta.
En opinión del catedrático de
Historia Contemporánea, Santiago de Pablo, “es un partido pragmático que
resuelve el día a día y a la vez defiende algo más utópico en el futuro, es
gris a diario, pero hace posibles las aventuras.” No obstante, cuando en alguna
ocasión han intentado echarse al monte, como ocurrió con el pacto de Lizarra en
1998 o con el plan Ibarretxe entre 2001-2005, buena parte de su electorado les
ha dado la espalda, parece que sus seguidores no están para muchos
experimentos. Según el filósofo y político Daniel Inneraity, buena parte de su
éxito se debe a cuatro indicadores que ningún otro partido alcanza: “identificación
con el territorio, competencia de gestión, ética pública y sensibilidad social.”
Durante bastantes años, en
Cataluña existió un partido Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) que
parecía seguir la estala del PNV. Sin embargo, una estructura de poder
demasiado personalista, el culto desmesurado al líder y, sobre todo, la
corrupción sistémica, terminaron por arruinar el proyecto y provocaron la
desaparición forzosa del partido.
Ahora, ante la más que
probable convocatoria de elecciones al Parlament el próximo otoño, en el
espacio nacionalista, además de los partidos que ya están en la arena política
como JxCat o el PDeCAT, un grupo bastante numeroso de plataformas,
organizaciones y grupúsculos políticos, entre los que están el Partit Nacionalista
Catalá, Units per avançar. Lliures, la Lliga democrática o Convergents, están
evaluando la posibilidad de presentarse. Todos ellos tienen un denominador
común: proceden del nacionalismo más o menos conservador y aspiran a recoger
votos en el caladero que un día fue convergente.
Con la sopa de letras que se
nos va a proponer puede haber bofetadas para conseguir un lugar al sol. Sin
embargo, los electores tendrán dónde escoger, desde los que propondrán la vía
escocesa para lograr la independencia, hasta los que la rechazan de plano,
pasando por los que no se andan con medias tintas y siguen obcecados en la
unilateralidad.
En estos momentos, quien parte
como favorito, en ese magma posconvergente, es el expresident Carles Puigdemont,
que ha hecho para los más hiperventilados de su deslealtad a los suyos y de la
falta de coraje para enfrentarse a la justica, virtud. Además, tiene un
rifirrafe considerable con su antiguo partido el PDeCAT por la titularidad de
las siglas de JxCat. La cuestión no es baladí porque tras esa titularidad están
los derechos electorales y eso no es un asunto menor. Aunque según Jordi
Sánchez, uno de los ideólogos de referencia de Puigdemont, “no utilizarán los
derechos electorales del PDeCAT para no ser esclavos del pasado.” (?)
Nunca sabremos como hubiera
evolucionado la política en Cataluña y en que estadio nos encontraríamos ahora
si aquí hubiese existido un partido al estilo del PNV en versión catalana. De
todos modos, el proyecto máximo del nacionalismo vasco es prácticamente
idéntico al del nacional independentismo catalán, unos sueñan con la “patria
vasca y los otros con “els països catalans”. La diferencia es que unos han
optado por el pragmatismo y los otros por la unilateralidad imposible, pero en
definitiva son dos caras de la misma moneda.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
14/07/20
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