15 de juliol 2020

EL PNV COMO REFERENCIA


Quiero felicitar a Alberto Núñez Feijóo y al Partido Nacionalista Vasco por sus contundentes victorias en las elecciones de sus respectivas comunidades autónomas del pasado 12 de julio.
Cuatro mayorías absolutas consecutivas, por un lado y el mejor resultado en 36 años, por otro, demuestran bien a las claras lo enraizados que están los respectivos proyectos en las sociedades a las que se dirigen. Y eso en política es un valor añadido.
En las elecciones del pasado domingo pudimos ver dos formas distintas de lograr un mismo objetivo: ganar unos comicios con la mayoría más amplia posible. Mientras Feijóo, en Galicia, orillaba a la formación política que le da cobijo el PP, tanto como podía; Iñigo Urkullu en Euskadi exhibía la enseña del PNV, su partido, con legítimo orgullo. Nada que objetar, cada cual plantea las campañas electorales como cree que mejor le van a funcionar. En determinadas ocasiones, algunos candidatos piensan que el partido es más un lastre que un activo. Le ocurrió a Xavier García Albiol en las pasadas elecciones municipales cuando se presentó en Badalona y le ha sucedido ahora a Núñez Feijóo en Galicia.
De todas maneras, ese no es el caso del PNV, porque pocas organizaciones políticas puede presentar una trayectoria tan brillante como la del partido nacionalista vasco.
A finales de este mes de julio, se cumplirán 125 años desde que se fundó el partido nacionalista vasco. Llegó al Gobierno de Euskadi en la Segunda República, pero su trayectoria de éxito se produce con la recuperación de la democracia. Ahora mismo, gobierna en las tres diputaciones y en las tres capitales del país.
Ciertamente, se hace difícil catalogarlo como un partido al uso. De raíz conservadora, oscila entre la democracia cristiana y la socialdemocracia en lo esencial. Eso hizo que en 1989 introdujo la renta básica en Euskadi, algo a tener muy en cuenta.
En opinión del catedrático de Historia Contemporánea, Santiago de Pablo, “es un partido pragmático que resuelve el día a día y a la vez defiende algo más utópico en el futuro, es gris a diario, pero hace posibles las aventuras.” No obstante, cuando en alguna ocasión han intentado echarse al monte, como ocurrió con el pacto de Lizarra en 1998 o con el plan Ibarretxe entre 2001-2005, buena parte de su electorado les ha dado la espalda, parece que sus seguidores no están para muchos experimentos. Según el filósofo y político Daniel Inneraity, buena parte de su éxito se debe a cuatro indicadores que ningún otro partido alcanza: “identificación con el territorio, competencia de gestión, ética pública y sensibilidad social.”
Durante bastantes años, en Cataluña existió un partido Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) que parecía seguir la estala del PNV. Sin embargo, una estructura de poder demasiado personalista, el culto desmesurado al líder y, sobre todo, la corrupción sistémica, terminaron por arruinar el proyecto y provocaron la desaparición forzosa del partido.
Ahora, ante la más que probable convocatoria de elecciones al Parlament el próximo otoño, en el espacio nacionalista, además de los partidos que ya están en la arena política como JxCat o el PDeCAT, un grupo bastante numeroso de plataformas, organizaciones y grupúsculos políticos, entre los que están el Partit Nacionalista Catalá, Units per avançar. Lliures, la Lliga democrática o Convergents, están evaluando la posibilidad de presentarse. Todos ellos tienen un denominador común: proceden del nacionalismo más o menos conservador y aspiran a recoger votos en el caladero que un día fue convergente.
Con la sopa de letras que se nos va a proponer puede haber bofetadas para conseguir un lugar al sol. Sin embargo, los electores tendrán dónde escoger, desde los que propondrán la vía escocesa para lograr la independencia, hasta los que la rechazan de plano, pasando por los que no se andan con medias tintas y siguen obcecados en la unilateralidad.
En estos momentos, quien parte como favorito, en ese magma posconvergente, es el expresident Carles Puigdemont, que ha hecho para los más hiperventilados de su deslealtad a los suyos y de la falta de coraje para enfrentarse a la justica, virtud. Además, tiene un rifirrafe considerable con su antiguo partido el PDeCAT por la titularidad de las siglas de JxCat. La cuestión no es baladí porque tras esa titularidad están los derechos electorales y eso no es un asunto menor. Aunque según Jordi Sánchez, uno de los ideólogos de referencia de Puigdemont, “no utilizarán los derechos electorales del PDeCAT para no ser esclavos del pasado.”  (?)
Nunca sabremos como hubiera evolucionado la política en Cataluña y en que estadio nos encontraríamos ahora si aquí hubiese existido un partido al estilo del PNV en versión catalana. De todos modos, el proyecto máximo del nacionalismo vasco es prácticamente idéntico al del nacional independentismo catalán, unos sueñan con la “patria vasca y los otros con “els països catalans”. La diferencia es que unos han optado por el pragmatismo y los otros por la unilateralidad imposible, pero en definitiva son dos caras de la misma moneda.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 14/07/20

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