Los independentistas catalanes
tienen siempre preparados un puñado de temas talismán que cuidan con esmero. Uno
de ellos es el peligro de extinción de la lengua, otro, el déficit fiscal.
Éstos dos son de los más utilizados, aunque no los únicos. Cuando consideran
que la moral de la tropa flaquea, echan mano de cualquiera de esas cuestiones y
así estimulan el fervor de sus parroquianos.
Eso es lo que, una vez más, ha
vuelto a suceder. El Govern de Quim Torra ha vuelto a poner en el candelero el
déficit fiscal que según los secesionistas padece Cataluña, frente al pérfido
Estado español, y es el origen, según su criterio, de todos los males.
Desde luego, el tema es
complicado y la cuestión viene de lejos. El “España nos roba”, ha generado, a
lo largo del tiempo, pingües beneficios electorales y es una bicoca que no se
puede desperdiciar.
Conocer las balanzas fiscales
de las comunidades autónomas con el Estado tiene sentido si sirve para aclarar
el equilibrio/desequilibrio entre los impuestos pagados desde las comunidades
autónomas y las transferencias y servicios recibidos desde Estado. He escrito
de forma deliberada “impuestos pagados desde las comunidades autónomas” porque
ha de quedar claro que quien paga los impuestos son los ciudadanos y las
personas jurídicas (empresas e instituciones), no los territorios. Sin embargo,
las comunidades cobran impuestos y prestan servicios a la ciudadanía.
Según un informe elaborado por
la Vicepresidencia de Economía y Hacienda del Govern de la Generalitat, el
déficit fiscal de Cataluña con el Estado se situó, tanto en 2015 como en 2016
por encima de los 16.000 millones de euros, el equivalente al 8% del PIB. Dicho
en román paladino, una barbaridad si fuera cierto.
La editorial Catarata publicó
a finales de 2015, un breve pero brillante libro de Josep Borrell i Joan
Llorach, titulado, “Las cuentas y los cuentos de la independencia”. En el
mismo, se hacen interesantes análisis que desmontan la farsa secesionista; en
un momento dado dice:” No es cierto que los famosos 16.000 millones de euros
del saldo de la balanza fiscal estuvieran contantes y sonantes sobre la mesa
del conseller de Hacienda”. Los autores consideran que el criterio del flujo
monetario utilizado para esa estimación no es el más adecuado y se trata de un
ejercicio teórico. La cifra máxima de diferencia entre la aportación que se
hace desde Cataluña a las arcas del Estado y lo que regresa en forma de
inversiones y mejores estaría ligeramente por encima del 5% del PIB.
El que fuera conseller de
Economía, con Artur Mas de president, Andreu Mas-Colell reconoció, a final de
su mandato, que la cifra que más se acercaba a la realidad en esta materia
superaba ligeramente los 3.000 millones de euros (Nota sobre las diferencias
entre las balanzas fiscales y los presupuestos consolidados de las
Administraciones públicas de Cataluña, 14/09/2015). Además, Mas-Colell admitía
que una vez consolidadas las cuentas de todas las administraciones catalanas en
2015 se generaría un superávit a favor de Cataluña de 2.400 millones de euros,
el 1,2% del PIB.
Ahora, los motivos de poner
esta reivindicación sobre la mesa, además de insuflar moral a la tropa, a mi
modo de ver son otros. Y es que el nuevo Gobierno de España que se acaba de
constituir, ha de poner en marcha un nuevo modelo de financiación para las
CCAA, y para desarrollarlo se deberán tener en cuenta factores como la
población, la distancia territorial, el envejecimiento y la población inmigrante,
entre otros muchos. Hasta ahora, los representantes de Cataluña se habían
negado a participar en las negociaciones alegando que querían un régimen fiscal
similar al Concierto Vasco o bien argumentando que como Cataluña iba a ser
independiente de manera inmediata la financiación autonómica ya no les
interesaba. Sin embargo, cuando han empezado a comprender la realidad como es,
supongo que habrán pensado que mejor ir a la mesa de la financiación de las
comunidades, no vaya a ser que eso de la independencia no sea tan inmediato. Y
lo que están intentando es caldear el ambiente.
De todas maneras, no quisiera
acabar este escrito, sin hacer una comparación llevando el argumento hasta el
límite, que me parece bastante útil para comprender un poco mejor este embrollo
de las balanzas fiscales.
Imaginemos una gran ciudad como
Barcelona. En esa gran urbe, se supone
que quién paga más impuestos son los habitantes de los barrios ricos como
Sarriá. En cambio, los ciudadanos que viven en los barrios más pobres o
populares como el Raval ingresas menos a las arcas de las administraciones públicas.
Pues bien, ¿significa que el Ayuntamiento invertirá más dinero en iluminar las
calles, en hacer más cloacas o en asfalta mejor las calles donde han pagado más
impuestos o invertirá en servicios públicos donde realmente más se necesite?
Que cada cual responda según su criterio.
Pues exactamente lo mismo
sucede con las CCAA, sean ricas o pobres. Según el artículo 138 de la
Constitución, el sistema fiscal español sigue unas pautas de solidaridad y, en
consecuencia, todos los ciudadanos deben tener acceso a los servicios públicos
en condiciones de igualdad. Así pues, es razonable que en aquellos territorios
donde haya ciudadanos con rentas altas y/o empresa con mayores beneficios
contribuyan con sus impuestos a asegurar unas prestaciones similares para toda
la sociedad, independientemente de cuál sea el lugar de residencia y la
condición social de todos los que la conforman.
En consecuencia, pretender
establecer un sistema de financiación autonómico que de como resultado unas
balanzas fiscales de resultado cero, no es solo inconstitucional, es, sobre
todo, insolidario.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
14/01/20
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