06 de febrer 2019

Y GOBERNAR, ¿CUANDO?


Que no nos engañen. Esto de la independencia de Cataluña no va ni de ideologías, ni de libertades, ni de derechos, ni de nada que se le parezca.
Esto va de unas clases dirigentes que saben que la comedia del victimismo que, tanto rédito dio en la época Pujol, ya no da más de sí y ahora hay que seguir igual, pero por otras vías. Se trata de seguir controlando el cotarro para mantener el nivel de vida. O sea, el apartamento en la Costa Brava para el verano, y la casa cerca de una estación de esquí en invierno para poderse relajar del estrés que genera la política. Además, claro está, de otras pequeñas cosas que hacen la vida agradable.
No dudo que hay independentistas convencidos. Incluso dirigentes que darían cualquier cosa por ver Cataluña convertida en Estado. Nada que objetar y todo mi respeto para ellos. Allá cada cual con sus ideas.
Estas líneas están escritas pensando, de manera especial, en aquellos personajes que empezaron a hacer política en Convergencia Democrática de Cataluña, (CDC), cuando aquello se derrumbó se pasaron al PDeCAT y ahora se están pasando con armas y bagajes a la Crida. Esos, a los que los coches oficiales esperaban el sábado, 26 de enero, a la puerta del Palacio de Congresos mientras constituían la Crida per la República que, según dicen, es una asociación política, pero que han registrado como partido.
La jugada está cantada: la aspiración de Carles Puigdemont (inspirador del asunto) es que el PDeCAT se integre en la Crida y si no lo hacen, activaran su Crida como partido y lucharán en el mismo terreno electoral.
Si he de ser sincero, diré que, después de visto lo visto, me importa entre nada y menos lo que haga esa gente. No obstante, me irrita que vayan de perdonavidas y quieran dar lecciones cuando no tienen ni ideología, ni principios, ni dignidad. Como dice el filólogo y ensayista, Jordi Amat, “el Procés ha sido un fracaso colosal.” Pero eso, no significa que no sigan incordiando tanto como puedan y durante el tiempo que les sea posible.
El próximo 12 de febrero empezará la vista oral a los líderes del procés. Ese será, y ellos lo saben, uno de los últimos cartuchos que les quedan de esta lamentable historia.
De hecho, ya lo estamos viendo: qué sin un acto en la Generalitat con los familiares de los encausados, qué si el president Torra    amenaza con una DUI si los líderes secesionistas no son absueltos. Luego, los va a despedir (en coche oficial naturalmente). Después celebran una reunión extraordinaria del Govern y rematan con una declaración supuestamente institucional y más declaraciones chulescas como “sólo admitiremos un veredicto que sea absolutorio
Por si con toda esa parafernalia no había suficiente, el presdent pirómano suspendió la mesa de diálogo que se había convocado para el primer día de febrero, desoyendo así, un mandato parlamentario
Todo eso podría estar muy bien si quien lo organiza es una entidad independentista o lo lleva a cabo alguien a título individual. Pero no lo está si quien lo hace nos representa a todos porque es la máxima autoridad de Cataluña: el president de la Generalitat. Además, con tanta dedicación a cosas ajenas al interés común, no puedo evitar plantear una pregunta: y gobernar para toda la sociedad, ¿cuándo?
Con este paisaje de fondo tan seductor, no nos ha de extrañar que en los próximos días ocurran cosas poco o nada agradables. Una intersindical indepe está intentando montar una huelga general para el día 7 de este mes. Habrá cortes de tráfico, de trenes y más de una manifestación. Hemos de pasar ese vía crucis. Ellos saben que las oportunidades de montar jaleo se acaban y no las pueden desaprovechar.
La traca final vendrá, con toda seguridad, con la sentencia del juicio que, es muy probable, que se haga publica a principios del verano. Tendremos que soportar el órdago, pero con eso se les debería acabar la gasolina.
El sentido común dice que, para entonces, agotada la comedia del victimismo y puesta en evidencia la gran farsa que ha sido el procés, sería la hora de volver a la normalidad. Y la normalidad, es este caso sería: primero, reconocer que se ha roto la cohesión social y todos hemos de hacer un esfuerzo para construir puentes y no dinamitarlos. Y, segundo, hay que admitir que Cataluña es una autonomía y hay que ejercer el gobierno que como a tal corresponde. No más, pero tampoco menos.
Eso sería lo lógico y razonable, pero con esta gente nunca se sabe.

Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán 05/02/19

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