Que no nos engañen. Esto de la
independencia de Cataluña no va ni de ideologías, ni de libertades, ni de
derechos, ni de nada que se le parezca.
Esto va de unas clases
dirigentes que saben que la comedia del victimismo que, tanto rédito dio en la
época Pujol, ya no da más de sí y ahora hay que seguir igual, pero por otras
vías. Se trata de seguir controlando el cotarro para mantener el nivel de vida.
O sea, el apartamento en la Costa Brava para el verano, y la casa cerca de una
estación de esquí en invierno para poderse relajar del estrés que genera la
política. Además, claro está, de otras pequeñas cosas que hacen la vida
agradable.
No dudo que hay
independentistas convencidos. Incluso dirigentes que darían cualquier cosa por
ver Cataluña convertida en Estado. Nada que objetar y todo mi respeto para
ellos. Allá cada cual con sus ideas.
Estas líneas están escritas
pensando, de manera especial, en aquellos personajes que empezaron a hacer
política en Convergencia Democrática de Cataluña, (CDC), cuando aquello se
derrumbó se pasaron al PDeCAT y ahora se están pasando con armas y bagajes a la
Crida. Esos, a los que los coches oficiales esperaban el sábado, 26 de enero, a
la puerta del Palacio de Congresos mientras constituían la Crida per la
República que, según dicen, es una asociación política, pero que han registrado
como partido.
La jugada está cantada: la
aspiración de Carles Puigdemont (inspirador del asunto) es que el PDeCAT se
integre en la Crida y si no lo hacen, activaran su Crida como partido y
lucharán en el mismo terreno electoral.
Si he de ser sincero, diré
que, después de visto lo visto, me importa entre nada y menos lo que haga esa
gente. No obstante, me irrita que vayan de perdonavidas y quieran dar lecciones
cuando no tienen ni ideología, ni principios, ni dignidad. Como dice el
filólogo y ensayista, Jordi Amat, “el Procés ha sido un fracaso colosal.” Pero
eso, no significa que no sigan incordiando tanto como puedan y durante el
tiempo que les sea posible.
El próximo 12 de febrero empezará
la vista oral a los líderes del procés. Ese será, y ellos lo saben, uno de los
últimos cartuchos que les quedan de esta lamentable historia.
De hecho, ya lo estamos viendo:
qué sin un acto en la Generalitat con los familiares de los encausados, qué si el
president Torra amenaza con una DUI si
los líderes secesionistas no son absueltos. Luego, los va a despedir (en coche
oficial naturalmente). Después celebran una reunión extraordinaria del Govern y
rematan con una declaración supuestamente institucional y más declaraciones
chulescas como “sólo admitiremos un veredicto que sea absolutorio
Por si con toda esa
parafernalia no había suficiente, el presdent pirómano suspendió la mesa de
diálogo que se había convocado para el primer día de febrero, desoyendo así, un
mandato parlamentario
Todo eso podría estar muy bien
si quien lo organiza es una entidad independentista o lo lleva a cabo alguien a
título individual. Pero no lo está si quien lo hace nos representa a todos
porque es la máxima autoridad de Cataluña: el president de la Generalitat. Además,
con tanta dedicación a cosas ajenas al interés común, no puedo evitar plantear
una pregunta: y gobernar para toda la sociedad, ¿cuándo?
Con este paisaje de fondo tan
seductor, no nos ha de extrañar que en los próximos días ocurran cosas poco o
nada agradables. Una intersindical indepe está intentando montar una huelga
general para el día 7 de este mes. Habrá cortes de tráfico, de trenes y más de
una manifestación. Hemos de pasar ese vía crucis. Ellos saben que las
oportunidades de montar jaleo se acaban y no las pueden desaprovechar.
La traca final vendrá, con
toda seguridad, con la sentencia del juicio que, es muy probable, que se haga
publica a principios del verano. Tendremos que soportar el órdago, pero con eso
se les debería acabar la gasolina.
El sentido común dice que,
para entonces, agotada la comedia del victimismo y puesta en evidencia la gran
farsa que ha sido el procés, sería la hora de volver a la normalidad. Y la
normalidad, es este caso sería: primero, reconocer que se ha roto la cohesión
social y todos hemos de hacer un esfuerzo para construir puentes y no
dinamitarlos. Y, segundo, hay que admitir que Cataluña es una autonomía y hay
que ejercer el gobierno que como a tal corresponde. No más, pero tampoco menos.
Eso sería lo lógico y razonable,
pero con esta gente nunca se sabe.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
05/02/19
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