La pederastia en la Iglesia Católica
siempre ha sido un secreto a voces. Quien más y quien menos sabía o imaginaba
que algo ocurría intramuros. Sin embargo, hasta el momento, se ha corrido un
tupido velo y los que debían tirar del hilo o callaban o miraban hacia otro
lado.
Tan solo de manera muy
esporádica se han conocido algunos sucesos. El punto de inflexión se produjo en
noviembre de 2009 cuando algunas aberraciones empezaran a salir a la luz.
En efecto, a finales de ese
año el ministro irlandés de Justicia, Desmot Abern hizo público un documento
titulado “Informe de la Comisión de Investigación sobre la Archidiócesis
Católica de Dublín”. Según se puede leer en dicho documento, se considera
probado que entre 1975 y 2004, al menos 46 sacerdotes de la archidiócesis de
Dublín abusaron sexualmente de menores.
A partir de ese momento, casos
similares se fueron haciendo públicos y llegaron a los medios de comunicación
desde lugares tan dispares como Chile o Australia. En octubre de 2018 conocimos
el caso de la Iglesia Católica de Pensilvania. Allí más de 300 sacerdotes
cometieron abusos sexuales a menores en, por lo menos, los últimos setenta
años.
Quizás ese secretismo fue
posible a lo largo del tiempo porque esos delitos se resolvían de forma interna,
bien con el silencio, bien con una comisión de investigación formada casi
siempre, por personas próximas a los abusadores. Y ya se sabe que cuando “los
trapos sucios se lavan en casa,” la limpieza casi nunca resiste la prueba del
algodón
Tal vez por eso, aquí, más
allá de algún hecho muy puntual parecía que nunca pasaba nada y, sin embargo,
también por estas latitudes, los asuntos de al sur del ombligo, han calentado la
entrepierna hasta los más castos.
En pocos días, los medios de
comunicación se han hecho eco de diversos casos de pederastia, en lugares tan
dispares como un colegio salesiano en Deusto, varios sucesos en la diócesis de
Tarragona y otros en el Monasterio de Montserrat. No obstante, todos con un
denominador común: las sotanas.
Ante la alarma social que esos
abusos están creando el Gobierno ha salido de su letargo y la ministra de
Justicia, Dolores Delgado, ha enviado una carta al cardenal Ricardo Blázquez,
presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la que le dice que
“esos abusos no pueden ser ocultados”.
De forma simultánea, la
Fiscalía General del Estado ha solicitado información a la CEE. O sea, el
Ejecutivo se ha puesto a trabajar sobre este escabroso asunto. En buena lógica hemos
de esperar que, a partir de ahora, cuando suceda algún lamentable caso de
abusos dentro de una institución, por encima de las comisiones internas de
investigación, actúe la justicia ordinaria.
Es bien verdad que para que
eso sea posible las víctimas han de cargarse de valor y acudir a las
autoridades, pero no es menos cierto que los dirigentes de esas instituciones (obispos,
directores, etcétera) han de colaborar de manera proactiva poniéndose al lado
de las víctimas, de manera inequívoca, y no protegiendo a los abusadores como
han hecho hasta la fecha de forma muy mayoritaria.
Está bien que el Abad de
Montserrat, Josep María Soler, pida perdón en una homilía por los abusos
sexuales cometidos por un monje de la congregación benedictina, pero no es
suficiente. Quizás si hubiese dedicado un poco menos de su tiempo a los
políticos presos rezando por ellos y se hubiera dedicado más al día a día del
monasterio, algo hubiera podido evitar.
Porque pedir perdón no es
suficiente, cuando se ha abusado del poder para aprovecharse de unos críos
indefensos que acudían al cobijo de la Iglesia quien sabe si buscando el calor
que fuera no encontraban.
Desde hace tiempo la Iglesia Católica
es una de las instituciones más desprestigiadas (quizás su descrédito sólo es
comparable con el de la clase política). Se lo han ganado a pulso. Ahora
depende de ellos ganarse de nuevo el respeto y la credibilidad de la
ciudadanía.
Para empezar la CEE debería
facilitar a la Fiscalía todo el material necesario para que investigue todos
los casos. Incluso los antiguos, aunque hayan prescrito, porque así saldrían a
la luz otros recientes que no aún no lo han hecho. Veremos. De momento parece
que los monseñores no están por la labor. Al final va a resultar que lo de
Sodoma Y Gomorra fue una cosa de niños, comparado con los abusos sexuales
practicados bajo el paraguas de la fe.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
12/02/19
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