12 de febrer 2019

PEDIR PERDÓN NO ES SUFICIENTE


La pederastia en la Iglesia Católica siempre ha sido un secreto a voces. Quien más y quien menos sabía o imaginaba que algo ocurría intramuros. Sin embargo, hasta el momento, se ha corrido un tupido velo y los que debían tirar del hilo o callaban o miraban hacia otro lado.
Tan solo de manera muy esporádica se han conocido algunos sucesos. El punto de inflexión se produjo en noviembre de 2009 cuando algunas aberraciones empezaran a salir a la luz.
En efecto, a finales de ese año el ministro irlandés de Justicia, Desmot Abern hizo público un documento titulado “Informe de la Comisión de Investigación sobre la Archidiócesis Católica de Dublín”. Según se puede leer en dicho documento, se considera probado que entre 1975 y 2004, al menos 46 sacerdotes de la archidiócesis de Dublín abusaron sexualmente de menores.
A partir de ese momento, casos similares se fueron haciendo públicos y llegaron a los medios de comunicación desde lugares tan dispares como Chile o Australia. En octubre de 2018 conocimos el caso de la Iglesia Católica de Pensilvania. Allí más de 300 sacerdotes cometieron abusos sexuales a menores en, por lo menos, los últimos setenta años.
Quizás ese secretismo fue posible a lo largo del tiempo porque esos delitos se resolvían de forma interna, bien con el silencio, bien con una comisión de investigación formada casi siempre, por personas próximas a los abusadores. Y ya se sabe que cuando “los trapos sucios se lavan en casa,” la limpieza casi nunca resiste la prueba del algodón
Tal vez por eso, aquí, más allá de algún hecho muy puntual parecía que nunca pasaba nada y, sin embargo, también por estas latitudes, los asuntos de al sur del ombligo, han calentado la entrepierna hasta los más castos.
En pocos días, los medios de comunicación se han hecho eco de diversos casos de pederastia, en lugares tan dispares como un colegio salesiano en Deusto, varios sucesos en la diócesis de Tarragona y otros en el Monasterio de Montserrat. No obstante, todos con un denominador común: las sotanas.
Ante la alarma social que esos abusos están creando el Gobierno ha salido de su letargo y la ministra de Justicia, Dolores Delgado, ha enviado una carta al cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la que le dice que “esos abusos no pueden ser ocultados”.
De forma simultánea, la Fiscalía General del Estado ha solicitado información a la CEE. O sea, el Ejecutivo se ha puesto a trabajar sobre este escabroso asunto. En buena lógica hemos de esperar que, a partir de ahora, cuando suceda algún lamentable caso de abusos dentro de una institución, por encima de las comisiones internas de investigación, actúe la justicia ordinaria.
Es bien verdad que para que eso sea posible las víctimas han de cargarse de valor y acudir a las autoridades, pero no es menos cierto que los dirigentes de esas instituciones (obispos, directores, etcétera) han de colaborar de manera proactiva poniéndose al lado de las víctimas, de manera inequívoca, y no protegiendo a los abusadores como han hecho hasta la fecha de forma muy mayoritaria.
Está bien que el Abad de Montserrat, Josep María Soler, pida perdón en una homilía por los abusos sexuales cometidos por un monje de la congregación benedictina, pero no es suficiente. Quizás si hubiese dedicado un poco menos de su tiempo a los políticos presos rezando por ellos y se hubiera dedicado más al día a día del monasterio, algo hubiera podido evitar.
Porque pedir perdón no es suficiente, cuando se ha abusado del poder para aprovecharse de unos críos indefensos que acudían al cobijo de la Iglesia quien sabe si buscando el calor que fuera no encontraban.
Desde hace tiempo la Iglesia Católica es una de las instituciones más desprestigiadas (quizás su descrédito sólo es comparable con el de la clase política). Se lo han ganado a pulso. Ahora depende de ellos ganarse de nuevo el respeto y la credibilidad de la ciudadanía.
Para empezar la CEE debería facilitar a la Fiscalía todo el material necesario para que investigue todos los casos. Incluso los antiguos, aunque hayan prescrito, porque así saldrían a la luz otros recientes que no aún no lo han hecho. Veremos. De momento parece que los monseñores no están por la labor. Al final va a resultar que lo de Sodoma Y Gomorra fue una cosa de niños, comparado con los abusos sexuales practicados bajo el paraguas de la fe.

Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies 12/02/19

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