Cuando meses atrás el gobierno
de Pedro Sánchez anunció que realizaría un Consejo de Ministros en Barcelona,
nadie -más allá de los anti todo- hizo ninguna objeción. Al contrario, el govern
de la Generalitat propuso que el gobierno Central y el de Cataluña,
aprovechando la estancia del primero en nuestra ciudad, tuvieran un encuentro
al más alto nivel.
Después los acontecimientos,
en forma de manifestaciones, algaradas, cortes de carreteras, declaraciones y
contra declaraciones, han acabado dinamitando los todavía frágiles puentes de
diálogo que el Gobierno Sánchez había empezado a construir.
En esa situación, primero la
portavoz del govern, Elsa Artadi, y otros miembros del ejecutivo catalán, más
tarde, han calificado el encuentro como una provocación.
Desde luego, cada cual es muy
libre de utilizar el lenguaje como más le plazca. Ahora bien, en mi opinión,
provocación es hacer escrache a un político cuando va a un acto de precampaña
electoral o le revientan otro en un teatro como, por ejemplo, el Liceo.
Provocación fue lo que nos hicieron a un montón de gente, un grupo de niñatos
de esos que van pidiendo libertad por las esquinas, cuando salíamos de una
conferencia sobre los cuarenta años de la Constitución en el Colegio de Abogados
de Barcelona y nos dijeron, entre otros muchos improperios “fascistas fuera de
Cataluña.”
Ante el cónclave del próximo
día 21 en la Llotja de mar las organizaciones independentistas, o sea, CDR,
Omnium la ANC y un largo etcétera han hecho público un conjunto de acciones y
movilizaciones con las que pretenden parar Cataluña para protestar por la
celebración del evento.
En estas circunstancias, he de
decir que me he esforzado mucho en leer y escuchar las argumentaciones de los
convocantes. Pues bien, no he conseguido visualizar ni un solo motivo razonable
que recomiende llevar a cabo esas manifestaciones.
Quede claro que no estoy
cuestionando el derecho de la ciudadanía a manifestarse. Faltaría más. Todo lo
contrario, es un derecho recogido en la Constitución. Por cierto, en esa
Constitución que los independentistas desprecian.
Quizás es que añoran los
tiempos en que gobernaba Mariano Rajoy. Aquello era una máquina de fabricar
secesionistas Ahora con los socialistas en el gobierno Central que ofrecen
diálogo, que buscan soluciones, que han recuperado la seguridad social
universal, que hacen unos presupuestos donde se suben las pensiones, el salario
mínimo y se recupera el nivel de becas de antes de la crisis; a los del cuanto
peor mejor la cosa se les ha puesto cruda y eso de hacer república sin más, ya
no más de sí.
En política, como en cualquier
otro ámbito, todo el mundo es muy libre de utilizar las estrategias que crea más
convenientes. No obstante, todo tiene sus límites. Como ha dicho el ministro de
Asuntos Exteriores, Josep Borrell, “lo que ocurra el 21 de diciembre puede ser
la prueba del algodón para el ejecutivo de Quim Torra porque la obligación de
la Generalitat es mantener el orden público en Cataluña. De no ser así, el
presidente Sánchez podría tomar medidas, aunque no es necesario aplicar el
artículo 155. Se pueden movilizar fuerzas estatales para suplir la incapacidad
o falta de voluntad”.
Más claro agua y al buen
entendedor con pocas palabras basta.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
17/12/18
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