Como “Reina de la ambigüedad”
calificó meses atrás el exministro y expresidente del Parlamento europeo, Josep
Borrell, a Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, por su indefinición ante el
proceso secesionista catalán.
No le faltaba razón al
político socialista. En la reciente sesión de constitución de la Mesa del
Parlament de Cataluña, vimos como su partido, En Comú-Podemos, se abstenía en
las votaciones para la elección de un presidente de Mesa. Con esa inhibición los
comunes garantizaban la presidencia a los independentistas.
La alcaldesa alardea de una
neutralidad equidistante en todo este affaire secesionista que estamos
padeciendo los catalanes. Sin embargo, eso es una pose muy alejada de la
realidad. Su postureo se hizo evidente cuando con la excusa de la puesta en
marcha del 155, rompió el acuerdo que tenía con los socialistas y los expulsó
del ejecutivo municipal, quedando así en minoría.
Sucede que hay cosas que por
mucho que se nieguen son obvias y acaban saltando a la vista. Por eso, y aunque
tanto los comunes dirigidos por Colau como ERC y el PDeCat nieguen que hay
cambio de cromos entre la abstención entre las recientes votaciones en el
Parlament y la aprobación de los presupuestos municipales de 2018, queda
bastante claro que hay ciertos cambalaches entre bambalinas.
Ada Colau afronta la recta
final de su mandato con unas malas expectativas electorales, según indica el
último barómetro municipal hecho público semanas atrás. Con ese panorama de fondo la alcaldesa no
puede permitirse el lujo de prorrogar los presupuestos para este año. Así las
cosas, Colau ya ha hecho contactos tanto con Afred Bosch (ERC) y Xavier Trias
(PDeCat) para llegar a acuerdos y sacar las cuentas adelante.
Por lo que parece los cambalaches
en el lado mar de la plaza Sant Jaume están a la orden del día. De momento, el
equipo de gobierno municipal ya ha anunciado que la conexión del tranvía por la
Diagonal queda aparcada sine die, pese a que era uno de los proyectos estrella
de la alcaldesa. Como también lo era la funeraria pública que, de la misma
forma que el tranvía Colau se tendrá que envainar por indicación de Bosch para
que ERC se abstenga en las votaciones como harán los concejales comandados por
Trias.
Además, el republicano Bosc insta
a que se ponga a disposición de la ciudadanía unos sepelios a precios más
accesibles que los impuestos por las empresas del sector. Se habla de unos
1.800 euros, mientras que en la actualidad rondan los 6.000.
En estas circunstancias, es
fácil adivinar los motivos de la total ausencia de beligerancia de Ada Colau
con su antecesor en la alcaldía, Xavier Trias, cuando salió a valorar la
sentencia del caso Palau. La evaluación de la alcaldesa fue sorprendente porque
hizo una relación de los dirigentes del PDeCat que por acción u omisión estaban
relacionados con el affaire y pidió que se retiraran del servicio público y,
sin embargo, al exalcalde ni lo mencionó.
De todos modos, el no del PSC
a las cuentas de Ada Colau, junto con los de Ciudadanos, PP y la CUP, hacen que
la alcaldesa tenga que someterse a una nueva moción de confianza para aprobar
los presupuestos. La segunda en lo que va de mandato. Visto lo visto, no parece
que el gobierno municipal tenga mucha sintonía con los grupos de la oposición
ni facilidad para llegar a acuerdos.
Menos mal que Coalu pertenece
a esa ola de políticos emergentes que han venido a pulverizar la vieja política
y a los que hicieron posible el régimen del 78. Sin embargo, a juzgar por las
políticas que están llevando a cabo, sus actitudes y sus iniciativas son tan
casposas y desfasadas como las que más. Tampoco ellos se diferencian
sustancialmente de los de la vieja escuela.
Como tantos otros, Coalu ha
tocado poder y le ha gustado. Eso en principio no tiene porqué ser malo. Otra
cosa, es estar dispuesto a llevar a
cabo los cambalaches que hagan falta para seguir en la poltrona. Además, la
alcaldesa parece haber olvidado que en esta vida no todo vale. Hay valores como
la ética, la dignidad, el compromiso adquirido y otros que merecen estar en el
frontispicio de nuestro almario para servirnos de guía.
Así las cosas, la pregunta que
se plantea es sencilla, ¿nos merecemos los barceloneses una alcaldesa como Ada
Coalu? Que cada cual se responda según su mejor y más leal saber y entender -si
lo considera oportuno-, y actúe en consecuencia.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
29/01/18
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