El
catalán, al igual que otras muchas cosas, fue duramente reprimido por la
dictadura franquista en sus casi cuarenta años de existencia. Además de eso, se
da la circunstancia de que al ser una lengua minoritaria debe ser tratada con
especial delicadeza para que no quede en algo puramente anecdótico.
Así lo
entendieron las fuerzas de izquierda (PSC y PSUC) en los comienzos de nuestra
democracia, de tal manera que esa inquietud quedó plasmada en la ley de
normalización lingüística que se aprobó en el Paralament de Cataluña en 1983.
CiU que, en principio era partidaria de una doble red escolar (educar en catalán
y castellano, por separado), acabó sumándose al acuerdo, logrando de ese modo
un amplio consenso sobre el particular.
Ahora,
con el artículo 155 en vigor, el Gobierno que preside Mariano Rajoy quiere
acabar con la inmersión lingüística en Cataluña. Craso error. De hacerlo, la
máquina de fabricar independentistas se pondría de nuevo en marcha a pleno
rendimiento. La aplicación de ese artículo tiene sentido si es para recomponer
el autogobierno, dentro de la legalidad, y que el día a día se desarrolle sin
sobresaltos ni lagunas de poder. Nada más.
En
esas circunstancias, declaraciones de personajes como el presidente de Aragón,
Javier Lambán, que sostiene que el español está siendo legalmente maltratado en
Cataluña, son sencillamente inadmisibles. Haría bien Lambán en preocuparse de
resolver los problemas de sus conciudadanos, que bastantes tienen, y dejar que
sus vecinos arreglen los suyos. Los problemas de Cataluña se resuelven en
Cataluña.
Otra
cosa es que, en una sociedad con dos lenguas oficiales, como es la catalana,
los ciudadanos que así lo decidan tengan todo el derecho a recibir, o que sus
hijos reciban, la educación en una de las dos lenguas o, en su defecto, que la
enseñanza en una de ellas sea reforzada para que la utilización de ambas a lo
largo de la formación pueda equiparlas. Pero, para que eso sea posible, habrá
que echar mano, una vez más, de la voluntad política para hacer las cosas con
sentido común. Sentido que, por cierto, últimamente se echa mucho a faltar.
La
inmersión no es el problema. El problema es el adoctrinamiento que se hace de
forma más o menos ocasional en determinados lugares, ya sean docentes o
recreativos. No hace falta ir demasiado lejos ni en el tiempo ni en el espacio
para encontrar ejemplos que subrayan mis afirmaciones.
Días
atrás, en un centro educativo de Vilabareix (Girona) los niños celebraban el
carnaval disfrazados con pañuelos amarillos y papeletas del 1-O, mientras el
discurso carnavalesco leído por un niño decía: “El
Estado no sirve para presidir. Ni tampoco para investir. A la Soraya la nombran
presidenta y Puigdemont no lo
acepta. Rajoy convoca elecciones y García Albiol saca cuatro escaños. El
independentismo gana (…) Dicen que adoctrinamos y que castellano no hablamos,
pero esto no es verdad, porque aprendemos todas las lenguas". Y
continuaba: "El Rey de España saluda el día de Navidad, en un discurso que
siempre acaba y comienza igual…"
En algunos lugares, se explica que en 1714 hubo una guerra de
secesión y no de sucesión, como realmente fue. Incluso se ha llegado a decir
que la primavera versión de El Quijote fue en catalán o que Cristóbal Colón era
nacido en Cataluña.
Todo esto que, de si fueran hechos esporádicos, no dejarían
de ser anécdotas malas, pero anécdotas, empieza a ser terreno abonado para que
la brecha que parecía superada, no sólo se haya reabierto, sino que se agrande
de manera peligrosa estableciendo castas de buenos y malos catalanes.
Estamos a tiempo de evitar que todo este disparate vaya a
más, pero para eso la condición sine qua non es que tengamos un gobierno que
efectivo que gobierne y tome decisiones. Después, llegará el momento de los
debates, de los acuerdos y de los pactos, si procede. Para solventar nuestros
problemas nos bastamos y sobramos los de aquí.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies 19/02/18
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada