Mariano Rajoy y el Partido
Popular nunca podrán agradecer a los independentistas catalanes, lo mucho que éstos
han hecho por ellos. De igual manera, éstos nunca devolverán al Ejecutivo
central los esfuerzos que se hacen desde el palacio de la Moncloa para que el
procés siga vivo. Este último fin de semana acabamos de ver un nuevo capítulo
de ese inacabable culebrón.
En efecto, pese a que el
Consejo de Estado se opuso al recurso contra la candidatura de Puigdemont, el Gobierno
central tiró por el camino de en medio y presentó recurso de
inconstitucionalidad. Eso ha dado nuevos bríos y soliviantado al personal
indepe, además de enrarecer un poco más el ambiente político y social en
Cataluña que parecía evolucionar hacia una cierta normalidad.
De todos modos, la respuesta
del Tribunal Constitucional (TC), a mi modo de ver, ha sido impecable. Ha
decidido postergar la admisión del recurso del Gobierno a la vez que condiciona
la investidura a la presencia de Carles Puigdemont en la Cámara, con el permiso
previo del juez. Con esta resolución queda demostrado el carácter garantista
del TC, se pone de manifiesto la separación de poderes y se hace evidente la
sintonía entre el alto Tribunal y los letrados del Parlament que días atrás
emitieron un dictamen en el se decía que era preceptiva la presencia de los
diputados en el hemiciclo para desarrollar sus funciones.
Durante el tiempo que el foco
mediático se ha situado sobre el proceso secesionista al PP le iban saliendo unos
hilillos de corrupción, hasta convertirse en un auténtico
chapapote del envilecimiento. De manera simultánea, su líder ponía de
manifiesto su infinita capacidad para no enterarse de nada. O mejor: que él de
aquel asunto, del otro y del otro no sabía nada.
No obstante, los hechos acostumbran
a ser tozudos y las cosas acaban sabiéndose. Eso es lo que está sucediendo
ahora, las verdades van saliendo a la luz. Con el canto del cisne del
independentismo el tema catalán va perdiendo interés y hay que buscar nuevos
alicientes mediáticos.
Desde luego material no falta
para llenar tertulias, portadas de diarios y cuantos formatos informativos
podamos imaginar. En este contexto, la corrupción del PP y el desconocimiento
(sin duda alguna ficticio) de su líder y jefe del gobierno es una mina.
El punto culminante, hasta el
momento, de todos estos affaires se produjo días atrás, cuando el que fue
secretario general del PP valenciano, Ricardo Costa declaró ante el juez que su
partido pagó las campañas electorales de 2007 y 2008 “con dinero negro de empresarios
contratistas de la Generalitat valenciana” por indicación del entonces
presidente autonómico Francisco Camps. La misma persona a la que en un acto
público, ante miles de seguidores y decenas de medios de comunicación Marian
Rajoy dijera: “Siempre estaré detrás de ti, o al lado, me es igual. Gracias
Paco”. Ciertamente, hay cariños que matan.
Quizás el origen de ese cariño
haya que buscarlo en el congreso que el PP celebró en Valencia, tras haber
perdido por segunda vez las elecciones generales de 2008 frente al PSOE.
Entonces Rajoy estaba en la cuerda floja y la oposición interna, dirigida por
Esperanza Aguirre le tenía contra las cuerdas. El apoyo de Camps y los suyos
fue determinante para reflotar a un Mariano Rajoy en horas bajas.
A Rajoy, como líder del PP, le
perseguirá siempre la sombra alargada de la corrupción. Pero como jefe del
Ejecutivo, la percepción que se tiene de él, a nivel ciudadano, es la de una
persona no capacitada para el altísimo cargo que desempeña. Nunca sabe nada de
nada. Tanto da que le hablen de la trama Gürtel, de la Púnica o de Luís
Bárcenas. Siempre se mueve entre la amnesia y la ignorancia. Si el tema es
Cataluña, para él “la solución es la ley”. Si la cuestión es la brecha salarial
entre hombres y mujeres, “lo mejor es que no nos metamos en eso” y así,
podríamos seguir poniendo ejemplos casi hasta el infinito.
Después de tanta trama, tanto
patinazo y tanta intransigencia el partido Popular y Rajoy están en franca
decadencia, el problema es que al otro lado no se vislumbra alternativa creíble
y Ciudadanos, pese al “subidón” de Cataluña, no es todavía alternativa. Los de
Rivera no tienen una Inés Arrimadas en cada comunidad autónoma ni la situación
en el resto de España es equiparable a lo que estamos viviendo los catalanes.
Como no puede ser de otra
forma, todos los nacionalismos tienen muchos puntos en común. El español y el
catalán no son ninguna excepción, y aunque puedan parecer antagónicos, en
realidad, se retroalimentan. Su mayor diferencia es que unos tienen Estado y los
otros
no. Si serán tan similares que mientras unos se financian con las tramas
Gürtel, Púnica, Lezo y un largo etcétera, los de aquí no van a ser menos y
también tienen su Palau, su 3% y todas las corruptelas que hagan falta. Y es
que son tal para cual.
Así las cosas, habrá que
esperar. Ojalá que sea por muy poco tiempo. La ciudadanía española no se merece
ni tanta corrupción como estamos padeciendo, ni la indolencia con que se tratan
los temas que nos afectan. Nos merecemos algo mejor. Mucho mejor.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
29/01/18
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