01 de febrer 2018

TAL PARA CUAL

Mariano Rajoy y el Partido Popular nunca podrán agradecer a los independentistas catalanes, lo mucho que éstos han hecho por ellos. De igual manera, éstos nunca devolverán al Ejecutivo central los esfuerzos que se hacen desde el palacio de la Moncloa para que el procés siga vivo. Este último fin de semana acabamos de ver un nuevo capítulo de ese inacabable culebrón.
En efecto, pese a que el Consejo de Estado se opuso al recurso contra la candidatura de Puigdemont, el Gobierno central tiró por el camino de en medio y presentó recurso de inconstitucionalidad. Eso ha dado nuevos bríos y soliviantado al personal indepe, además de enrarecer un poco más el ambiente político y social en Cataluña que parecía evolucionar hacia una cierta normalidad.
De todos modos, la respuesta del Tribunal Constitucional (TC), a mi modo de ver, ha sido impecable. Ha decidido postergar la admisión del recurso del Gobierno a la vez que condiciona la investidura a la presencia de Carles Puigdemont en la Cámara, con el permiso previo del juez. Con esta resolución queda demostrado el carácter garantista del TC, se pone de manifiesto la separación de poderes y se hace evidente la sintonía entre el alto Tribunal y los letrados del Parlament que días atrás emitieron un dictamen en el se decía que era preceptiva la presencia de los diputados en el hemiciclo para desarrollar sus funciones.
Durante el tiempo que el foco mediático se ha situado sobre el proceso secesionista al PP le iban saliendo unos hilillos de   corrupción, hasta convertirse en un auténtico chapapote del envilecimiento. De manera simultánea, su líder ponía de manifiesto su infinita capacidad para no enterarse de nada. O mejor: que él de aquel asunto, del otro y del otro no sabía nada.
No obstante, los hechos acostumbran a ser tozudos y las cosas acaban sabiéndose. Eso es lo que está sucediendo ahora, las verdades van saliendo a la luz. Con el canto del cisne del independentismo el tema catalán va perdiendo interés y hay que buscar nuevos alicientes mediáticos.
Desde luego material no falta para llenar tertulias, portadas de diarios y cuantos formatos informativos podamos imaginar. En este contexto, la corrupción del PP y el desconocimiento (sin duda alguna ficticio) de su líder y jefe del gobierno es una mina.
El punto culminante, hasta el momento, de todos estos affaires se produjo días atrás, cuando el que fue secretario general del PP valenciano, Ricardo Costa declaró ante el juez que su partido pagó las campañas electorales de 2007 y 2008 “con dinero negro de empresarios contratistas de la Generalitat valenciana” por indicación del entonces presidente autonómico Francisco Camps. La misma persona a la que en un acto público, ante miles de seguidores y decenas de medios de comunicación Marian Rajoy dijera: “Siempre estaré detrás de ti, o al lado, me es igual. Gracias Paco”. Ciertamente, hay cariños que matan.
Quizás el origen de ese cariño haya que buscarlo en el congreso que el PP celebró en Valencia, tras haber perdido por segunda vez las elecciones generales de 2008 frente al PSOE. Entonces Rajoy estaba en la cuerda floja y la oposición interna, dirigida por Esperanza Aguirre le tenía contra las cuerdas. El apoyo de Camps y los suyos fue determinante para reflotar a un Mariano Rajoy en horas bajas.
A Rajoy, como líder del PP, le perseguirá siempre la sombra alargada de la corrupción. Pero como jefe del Ejecutivo, la percepción que se tiene de él, a nivel ciudadano, es la de una persona no capacitada para el altísimo cargo que desempeña. Nunca sabe nada de nada. Tanto da que le hablen de la trama Gürtel, de la Púnica o de Luís Bárcenas. Siempre se mueve entre la amnesia y la ignorancia. Si el tema es Cataluña, para él “la solución es la ley”. Si la cuestión es la brecha salarial entre hombres y mujeres, “lo mejor es que no nos metamos en eso” y así, podríamos seguir poniendo ejemplos casi hasta el infinito.
Después de tanta trama, tanto patinazo y tanta intransigencia el partido Popular y Rajoy están en franca decadencia, el problema es que al otro lado no se vislumbra alternativa creíble y Ciudadanos, pese al “subidón” de Cataluña, no es todavía alternativa. Los de Rivera no tienen una Inés Arrimadas en cada comunidad autónoma ni la situación en el resto de España es equiparable a lo que estamos viviendo los catalanes.
Como no puede ser de otra forma, todos los nacionalismos tienen muchos puntos en común. El español y el catalán no son ninguna excepción, y aunque puedan parecer antagónicos, en realidad, se retroalimentan. Su mayor diferencia es que unos tienen Estado y los   otros no. Si serán tan similares que mientras unos se financian con las tramas Gürtel, Púnica, Lezo y un largo etcétera, los de aquí no van a ser menos y también tienen su Palau, su 3% y todas las corruptelas que hagan falta. Y es que son tal para cual.
Así las cosas, habrá que esperar. Ojalá que sea por muy poco tiempo. La ciudadanía española no se merece ni tanta corrupción como estamos padeciendo, ni la indolencia con que se tratan los temas que nos afectan. Nos merecemos algo mejor. Mucho mejor.

Bernardo Fernández

Publicado en e-notícies 29/01/18

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