En este país la mayoría de ciudadanos debemos hacer malabarismos y
martingalas invertidas para llegar a fin de mes y sacar la familia adelante.
Por si eso fuera poco, día sí, día también nos desayunamos con corruptelas,
capitalismo de amiguetes y otras bagatelas varias. Un día es la trama Gürtel,
otro los ERE de Andalucía, o los cursos de formación, el caso Palau, el caso
Pujol, el caso Nos, el caso Palma Arena o las tarjetas black, y si no un
apartamento de casi 300 metros cuadrados que un político compró a precio de
saldo no sé dónde. La cuestión es que la
corrupción en España se ha convertido en sistémica, está en todos los ámbitos
del poder y afecta a todas las
instituciones.
Además de todo eso, con la excusa de la crisis, la
ciudadanía ha de soportar recortes en sanidad, educación, servicios sociales, dependencia
y en todo aquello que caracteriza el Estado del bienestar. Simultáneamente, nos
suben los servicios básicos como la electricidad, el agua o el gas porque,
según dicen, hay que enjugar los déficits que tienen las
grandes empresas que nos proveen de esos servicios, como si los hubiéramos
ocasionado nosotros con una gestión deficiente.
En este contexto, el penúltimo affaire que ha
saltado a la palestra es el caso de un individuo llamado Villarejo, comisario
de policía para más señas. Resulta que el personaje en cuestión compagina, con
el beneplácito de sus superiores, su tarea de policía con la gestión
empresarial. Es administrador único o presidente en 12 sociedades que acumulan
un capital social superior a los 16 millones de euros, según consta en el
registro Mercantil. Incluso llegó a tener una sociedad en un paraíso fiscal
durante una docena de años.
Villarejo se autocalifica como “agente encubierto”.
Según parece es aficionado a estar en todas
las salsas. Implicado en la elaboración de un informe contra el juez Baltasar
Garzón. Condecorado en 2014 con la medalla al mérito policial, y, como no, relacionado
con el pequeño Nicolás.
De hecho, este comisario no es más que un síntoma,
pero proyecta una idea bastante ajustada del estado catatónico en el que está
nuestra sociedad. En estas circunstancias, o se le da la vuelta a la situación como a un
calcetín o esto se nos va de las manos y nadie lo va a poder arreglar. Después
nos lamentaremos.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 18/03/15
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