En Cataluña estamos viviendo un tiempo político esperpéntico. Si ahora llegará a nuestro país alguien ajeno a cuanto aquí sucede, podría pensar que los catalanes hemos perdido el oremus, y no es verdad. Todo lo contrario, los catalanes somos un pueblo de gente sensata y muy equilibrada. El problema reside en un puñado de dirigentes políticos que parece que han perdido la chaveta. Pero sirvan para ilustrar semejante afirmación algunos ejemplos.
El pasado 26 de septiembre compareció en el Parlamento catalán el ex presidente Jordi Pujol, en teoría, para dar explicaciones sobre el fraude fiscal cometido en los últimos 34 años y que el mismo confesó el pasado 25 de julio. Pues bien, en la primera intervención de su comparecencia, más allá de justificar la actitud de su padre, también, como él, defraudador fiscal y explicar su trayectoria política, no aclaró nada. En su segunda intervención, en vez de contestar a las preguntas de los diferentes grupos parlamentarios y dejar sin respuesta interpelaciones tales como si su fortuna estaba vinculada a Banca Catalana, si el dinero depositado en le extranjero había generado más ingresos o porqué tardó tanto en regularizar su fortuna, se dedicó a abroncar a los diputados por sus preguntas y actitud. Sencillamente inaudito y, por consiguiente, huelga cualquier comentario.
Sin solución de continuidad, al día siguiente (casualidad o no, que cada cual opine lo crea conveniente), el presidente Artur Mas firmaba el Decreto que convoca a votar a los ciudadanos el próximo 9 de noviembre.
No entraré en el debate de la legalidad o ilegalidad de la convocatoria y no quiero perderme en martingalas jurídicas. No obstante, si quisiera hacer alguna referencia. La primera es aquella frase de Carlos Marx según la cual “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Otra es que nunca habíamos llegado tan lejos. Es la primera vez que se convoca a la ciudadanía para que diga si Cataluña ha de ser un Estado independiente. En 1931 el presidente Macià proclamó la República catalana como Estado independiente de la federación ibérica. Por su parte, el presidente Compnays, en 1934, proclamó el Estado catalán dentro de la república federal española. Ambas proclamaciones tuvieron un cortísimo recorrido. Unos días la primera y unas horas la segunda. Sin embargo, las consecuencias negativas que conllevaron se dejaron sentir durante mucho tiempo. Lo que se derive de la convocatoria de Artur Mas para el 9 N, tardaremos años en digerirlo (frustración en la ciudadanía, desencanto hacia la política y descrédito del país, entre otros efectos).
Además, desde determinados estamentos y medios de comunicación se habla de día histórico, por la firma del Decreto que convoca a la consulta, cuando, a mi entender, más bien parece un desafío efímero, una aberración política y una felonía jurídica.
De todos modos, considero que como ciudadanos de a pie lo que de verdad nos debe preocupar es el día de después. Es decir, podemos admitir como hipótesis de trabajo que más pronto o más tarde Cataluña sea independiente y, en ese supuesto –harto improbable-, plantear interrogantes que los secesionistas siempre eluden o responden con evasivas o eufemismos. ¿Qué sucedería con Cataluña fuera de la UE y sin el paraguas del BCE? ¿Cuál sería la actitud de las grandes empresas y de las grandes corporaciones financieras? ¿Qué prima de riesgo nos aplicarían los mercados? ¿Qué sucedería con el flujo comercial que mantenemos con España y los puestos de trabajo que ese flujo genera? ¿Se podrían pagar las pensiones? ¿Cómo haríamos frente a nuestra deuda que y muy pronto superará los 61.000 millones?
Es obvio que se pueden hacer preguntas hasta la saciedad y que o no tienen respuesta o ponen la piel de gallina. Seamos honestos y digamos la verdad a los ciudadanos sobre una hipotética independencia. Éstos son lo suficientemente maduros y sabrán valorar las cosas en su justo término. Estoy seguro de que con la verdad por delante, la cordura y la sensatez acabarán imponiéndose. Pero para que eso sea posible sobra la manipulación.
Bernardo Fernández
Publicado el Crónica Global 30/09/14
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