Muy lejos quedan aquellos días de vino y rosas en los que el PSC estaba presente, y decidía, de un modo u otro en, prácticamente, todas las instituciones. Eso sucedió a principios de este siglo XXI y, en aquel entonces, el PSC tenía ministros en el Gobierno central, un número indeterminado de miembros en el sottogoverno, gobernaba en la Generalitat, presidía tres de las cuatro Diputaciones catalanas y en los principales pueblos y ciudades de Cataluña el alcalde tenía el carnet de socialista. Entonces era, con toda probabilidad, uno de los partidos con más peso político de toda Europa.
Como dice un viejo amigo, cuando llegas a una cumbre solo tienes dos opciones. Una, quedarte, Y dos, empezar a descender. Y eso es lo que ha hecho el PSC, descender, y a juzgar por como están las cosas, parece que ese descenso no tiene fin. Los errores cometidos, que no fueron ni pocos ni menores, unidos a la triple crisis, financiera, política y social han hecho que en menos de una década el partido de los socialistas de Cataluña haya perdido más de la mitad de su electorado.
El PSC fue durante más de 30 años el partido político que vertebró y dio cohesión a la sociedad catalana, una sociedad mestiza, diversa y plural. En ese contexto, los socialistas catalanes fueron capaces de integrar en un solo proyecto dos sensibilidades diferentes. Por un lado, la de aquellos que entendían Cataluña como una nación y, por tanto, una comunidad con personalidad histórica i cultura diferenciada, con la voluntad de proyectarse hacia el futuro a partir del autogobierno. Y por otro, la de los llegados de otros puntos de España que entendiendo y respetando los ejes básicos de los objetivos catalanistas añadían al imaginario colectivo la necesidad de elaborar un proyecto en el que la argamasa fuese la consecución de la libertades y todo lo que desde ahí se deriva.
Esa simbiosis hizo posible que el PSC ocupara la centralidad política, abandonando planteamientos radicales y optara por una propuesta de desarrollo del Estado autonómico que desembocase en un Estado federal. La centralidad, y el talante transversal de sus planteamientos, dio como resultado que durante mucho tiempo se viera a los socialistas catalanes como el dique de contención de las aspiraciones soberanistas de CiU y ERC y, también, en última instancia, el banderín de enganche con el resto de España.
Pero en esta vida todo tiene un principio y un fin y el PSC, sin saberlo, empezó a entonar el canto del cisne el día que decidió redactar un nuevo Estatuto. Después, con la sentencia de julio de 2010 del Tribunal Constitucional sobre ese Estatuto llegó el primer aviso serio de la ciudadanía y en las elecciones autonómicas de noviembre 2010 el primer gran varapalo. Pero las cosas aún irían a peor. En las elecciones municipales de mayo de 2011 se corroboraron los peores augurios, se perdieron plazas como Reus, Girona o la joya de la corona, Barcelona. Luego, en las elecciones generales, del mismo año, se obtuvieron los resultados más nefastos que jamás se habían logrado en unas elecciones de ese tipo, siendo superados por CiU. Por si todo esto no hubiera sido bastante, en las elecciones al Parlamento catalán del año 2012 se cosecharon, de nuevo, los resultados más desastrosos en unos comicios autonómicos, tan solo veinte diputados.
Ciertamente, el PSC está viviendo sus días más aciagos desde que se fundara allá en 1978. A la crisis general que sufre la socialdemocracia, en Cataluña, hay que añadir las cuestiones identitarias. El debate político se ha dejado de articular en el eje social y económico, para plantearse en el escenario del soberanismo, y ahí los socialistas siempre tendrán las de perder, pues es obvio que el cuerpo electoral prefiere el original a la copia.
A principios de año una votación en el Parlamento de Cataluña, sobre el derecho a decidir rompió la unidad del grupo parlamentario, la participación o no en la cadena del 11-S volvió a evidenciar el cisma que sufren los socialistas. Además, en todo este tiempo, han menudeado las declaraciones en los medios y los artículos en prensa acusando a la dirección, de forma más o menos velada, de intransigente, de inmovilista, de hacer seguidismo del PSOE y de otras lindezas por el estilo. Y ahora, cuando está prevista una nueva votación, el próximo 4 de diciembre, en el Parque de la Ciutadela para pedir al Gobierno central que ceda las competencias para celebrar un referéndum, se ve venir otra tormenta partidaria de consecuencias nada halagüeñas.
Quizás a la actual dirección le haya faltado fineza política, a lo mejor por falta de experiencia, pero no hay que olvidar que el último Congreso lo ganó Pere Navarro por más del 75% de los votos. Con esos resultados, lo razonable hubiera sido conceder un cierto período de gracia para dar tiempo a que el nuevo equipo se asentase. Lamentablemente, eso no ha sido así y al sector llamado catalanista y a algunos antiguos próceres les ha faltado el tiempo para lanzarse a mata y degüella, sin dar un momento de respiro ni respetar las más elementales normas de democracia interna, y es que ya se sabe, al perro flaco todo le son pulgas.
En el último Consejo Nacional, convocado deprisa y corriendo para el pasado 17 de noviembre, se aprobó, por una mayoría del 87% no dar soporte a i CiU, ERC, ICV y la CUP que pretenden ir al Congreso de los Diputados a solicitar la cesión de competencias para convocar un referéndum por el artículo 150. 2, de la Constitución. Los críticos, pese a obtener un pírrico 13%, se resistieron a dar su brazo a torcer y no está claro lo que van hacer cunado llegue la hora de votar en la cámara catalana. De hecho, tanto da. Dentro de la organización no son pocos los dirigentes y cuadros que auguran más pronto que tarde una ruptura. Otra cosa es lo que se dice a los medios y de cara a la galería. Da la sensación que se está en uno de los últimos capítulos de una historia que llevara por título: Crónica de una ruptura anunciada, parafraseando el título de la famosa novela de García Márquez.
En estos momentos el PSC está viviendo su enésima crisis y muchos pronostican que los socialistas catalanes van camino de convertirse en fuerza testimonial. Quizás. Ahora bien, no hay que olvidar que la socialdemocracia tiene un largo recorrido en las sociedades actuales y la catalana no es una excepción. Y, a día de hoy, en Cataluña, esa opción o la encarna el PSC o no la encarna nadie.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 26/11/13
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