Tengo la sensación de que ese virus soberanista que estamos padeciendo en Cataluña empieza a tener fecha de caducidad (léase de frustración y desencanto ciudadano). Los hechos son tozudos y por más que intenten deslumbrarnos o amedrentarnos con una pregunta, inclusiva o no, y una fecha, la realidad y la cordura acabarán imponiéndose. Más pronto que tarde las aguas han de volver, si no a su cauce, si a un discurrir más lógico y razonable conforme a las inquietudes, sueños y anhelos de la inmensa mayoría de la sociedad.
Ciertamente, toda esa erupción nacionalista ha cogido a la izquierda con el paso cambiado, por eso, sería muy conveniente que cuando eso suceda, las fuerzas progresistas vuelvan a estar preparadas para dar respuesta a las demandas sociales. Será necesario, aunque no suficiente, que el camino hacia una reforma federal de la Constitución esté desbrozado y expedito de malas hierbas. Nuestro sistema político necesita cambios para hacer frente a la crisis que está padeciendo la democracia representativa. Por ello, debemos abordar una reforma constitucional que aborde la crisis territorial que estamos viviendo. En las actuales circunstancias, mientras unos abogan por volver al pasado recuperando las estructuras centralistas, otros, apuestan por todo lo contrario: independizarse de España porque consideran que sus aspiraciones nacionales solo se pueden encauzar desde un Estado propio. Eso es lo que sucede en Cataluña, en estos momentos y muy pronto se extenderá a otros lugares (Euskadi, por ejemplo) si no se logra una solución razonable y aceptada por todos los litigantes.
Por otra parte, aunque a día de hoy ni el Gobierno de España ni el Gobierno de Cataluña administran de forma adecuada los recursos de que disponen, debemos admitir como hipótesis de trabajo que la derecha puede gestionar tan bien como la izquierda. Y es precisamente en este contexto donde la división entre derecha e izquierda sigue teniendo el máximo sentido. La gente de izquierdas cree en el progresismo –podemos influir en la historia para mejorarla-, la solidaridad –una sociedad en la que nadie quede fuera-, la igualdad –reducir las desigualdades es positivo para la sociedad-, la necesidad de proteger a los más vulnerables, -y para eso es necesario el Estado-. No obstante, deberemos convenir que en un mundo cambiante como el que nos ha tocado vivir, si no sabemos encarrilar la globalización y conducir la modernidad conforme a nuestros objetivos estamos literalmente muertos.
Todo esto viene a colación porque además de solventar los problemas internos de la aldea, que no son pocos ni menores, como gente de izquierda y, en consecuencia, internacionalistas, hemos de ser capaces de sintonizar con otras fuerzas afines a nivel europeo e incluso planetario y modernizar, tanto como sea necesario, las instituciones que ostentan la representación de las fuerzas progresistas a nivel global.
Si tomamos como referencia la Internacional Socialista (IS), es cierto que es un reflejo de la evolución de la izquierda democrática. Fue fundada a principios del siglo XX. Se disolvió durante la I Guerra Mundial, luego volvió a organizarse para escindirse en diversos fragmentos y recomponerse en 1951 para llegar hasta nuestros días.
Sobre el papel, es una institución con una gran actividad interna. Cuenta con diversos grupos de trabajo y acostumbra a estar presente en diversos lugares del mundo con delegaciones que estudian sobre el terreno problemas concretos.
Sin embargo, es muy probable que un alto número de ciudadanos nunca hayan oído hablar de la IS y, con seguridad, desconocerán mayoritariamente cual es su cometido. La IS tuvo su momento dorado cuando el socialismo democrático se hizo mayoritario en los países occidentales. Hoy las cosas han cambiado y la Internacional Socialista tiene una influencia muy limitada. Es necesaria una reforma y una modernización. Como sostiene Anthony Giddens, no tiene ningún sentido poner límites estrictos entre unos partidos progresistas que incluyen en su nombre “socialista” o “socialdemócrata” y otros que no. Flexibilizar las estructuras y una entrada de aire fresco, puede servir, en estos momentos de zozobra ideológica, máxime cuando la derecha ha perdido la vergüenza y se ha descarado, para que la IS empiece a tener más influencia en el mundo.
El socialismo democrático no puede perder la gran oportunidad de convertirse, también, en el defensor de la seguridad de las clases medias y populares. Seguridad ante la delincuencia, el terrorismo, el infortunio, la enfermedad, la vejez, los desmanes de los más poderosos o los posibles desaguisados de alguna administración. De hecho, hay indicios racionales para pensar que la sociedad demanda, cada vez más, más Estado, pero eso sí, un Estado eficaz combativo y lo menos burocrático posible.
Para llevar a cabo un proyecto de semejante envergadura se necesita una izquierda con muchas potencialidades, pero, además, que esté bien articulada, moderna y, sobre todo, eficaz. Porque eso si, o lo hacemos a nivel global o, sencillamente, no se hará.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 15/12/13
26 de desembre 2013
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