10 de setembre 2025

LA CLAUDICACIÓN DE LA UE Y LOS MBROLLOS DE DONALD TRUMP


 

Quizás Donald Trump no es tan patán como creemos. Lo que sucede es que el presidente estadounidense utiliza unos códigos de conducta, por lo menos, en la política exterior, muy diferentes a los cánones preestablecidos hasta ahora para las relaciones entre los mandatarios a nivel internacional y, lamentablemente, le funcionan.

Desde que Trump regresó a la Casa Blanca ─eso fue en enero de 2025─, con aire de chulo de discoteca, se ha dedicado a amedrentar y a amenazar con la diplomacia del chantaje y con el espantajo de la subida de los aranceles a la práctica totalidad de los países que tienen relaciones comerciales con EE UU. Tan solo Rusia, en un principio, parece librarse de esa estrategia. Putin ─dice Trump─, es mi amigo. Sin embargo, el líder ruso, bastante más bregado políticamente y mucho más astuto que el norteamericano ha ido haciendo y deshaciendo a su antojo, de manera especial, en el conflicto que mantiene en Ucrania.

El presidente empezó con amenazas a sus vecinos, México y Canadá y como surgieron efecto, aunque luego suavizó sus exigencias, se lanzó a una caza de brujas a lo largo y ancho de todo el mundo, en forma de aranceles desmesurados.

Fijémonos en lo ocurrido a finales del pasado mes de julio, en el encuentro que mantuvieron Donald Trump y Úrsula von der Leyen, para evitar la guerra comercial entre EE UU. y la UE, en una finca que la familia del mandatario tiene en Escocia.

En política las formas suelen ser tan importantes como el fondo. Por eso, la presidenta de la Comisión no debió nunca admitir entrevistarse con Donald Trump en un club de golf privado. Como tampoco debió tolerar que por primera vez en la historia la bandera de Europa se izase como si fuese la de un club deportivo más. Para más inri, eso ocurrió en el Reino Unido, el país que plantó a la UE en 2016 y que había firmado con Estados Unidos un acuerdo favorable. Úrsula von der Leyen parece haber olvidado que ella es la máxima representante de la UE, que nos representa a todos y eso imprime carácter y estatus.

De todas maneras, si se hubiese logrado un acuerdo equitativo el protocolo hubiese pasado a un segundo plano, pero es que la  presidenta de la Comisión claudicó y firmó un acuerdo muy desigual que en nada nos beneficia a los europeos ni a las empresas europeas. Los aranceles impuestos por Estados Unidos a la UE han pasado del 2% al 15%, sin reciprocidad alguna. Esa es la cruda realidad.

Pero lo peor de todo es que el acuerdo no se acaba ahí: von der Leyen se comprometió a que los europeos comprarán a Estados Unidos energía por valor de 750.000 millones de dólares en los próximos años. Sin embargo, nadie ha explicado las consecuencias que eso tendrá para los objetivos de la UE en materia de soberanía energética, costes y descarbonización.

Por si ese dislate no fuera suficiente, Von der Leyen acordó con Trump que desde la UE se invertirán 600.000 millones de euros en Estados Unidos, durante los próximos cinco años. Eso claudicación hace plausible que Estados Unidos imponga sanciones en el caso de que no se cumplan los compromisos. Para el canciller de Alemania (país que vende muchos automóviles y bienes de equipo a Estados Unidos) este es un buen acuerdo. Es curioso que un hombre tan sensato como Merz no haya pensado en la posibilidad de una nueva andanada de sanciones estadounidenses. Y resulta paradójico que la Comisión Europea no dedique sus esfuerzos a animar a los inversores europeos a invertir en Europa.

Parece que Trump se ha creído que es el sheriff del planeta y va sembrando el caos donde pone el ojo. Así, por ejemplo, ha impuesto unos aranceles a los productos suizos del 39% y del 50% a la India por comprar petróleo a Rusia. Ahora amenaza a Europa con nuevos aranceles como respuesta a la multa de casi 3.000 millones euros que la UE ha impuesto Google por prácticas abusivas.

La cuestión de fondo que subyace en todo este asunto es que el auténtico objetivo de Trump es crear un orden mundial autoritario y antiliberal. Quiere desmantelar el Estado democrático de su país; forjar alianzas transaccionales con los principales regímenes autárquicos del mundo, y crear una fortaleza norteamericana inexpugnable, estableciendo la soberanía estadounidense sobre Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá. Y para lograrlo está dispuesto a utilizar todo lo que esté a su alcance, fuerza militar incluida.

En este contexto, algunos mandatarios europeos se aferran a la idea de que todo esto sea pasajero y que las elecciones legislativas de 2026 o las presidenciales de 2028 en EE. UU. pongan las cosas en su lugar. Pero resulta muy arriesgado y de poco rigor basar la estrategia europea en esa idea.

La capacidad de Trump para inclinar en forma permanente a Estados Unidos hacia la autocracia es mayor de lo que muchos pensaban. El antieuropeísmo de la Administración estadounidense no sale de la nada. Estados Unidos lleva mucho tiempo con la mirada puesta en Asia y tratando de desvincularse de Europa. Lo pusieron de manifiesto decisiones como las del entonces presidente Barack Obama al no oponer resistencia firme a la invasión rusa de Crimea en 2014.

Estos días hemos visto como China constituía con otras potencias, que tienen problemas de relación con los EE UU, una enorme plataforma euroasiática, mostrando así, músculo comercial. Pues bien, por duro que sea, es el camino: plantar cara y no arredrarse. 

Quizás, en muchos sentidos, China nos queda muy lejos; pero Europa debería mirar a Canadá porque su flamante nuevo primer ministro, Mark Carney en su comparecencia tras la victoria electoral afirmó que: “Nuestra antigua relación con Estados Unidos, una relación basada en una integración cada vez mayor, se acabó. Es una tragedia, pero es nuestra nueva realidad”. Aceptar que hay un problema es el primer paso para llegar a la solución, y Carney no solo lo acepta, sino que propone soluciones. De hecho, su campaña se basó en un plan para hacer la economía canadiense “resistente a Trump”, proponiendo reducir su dependencia de EE UU. y convertirla en una de las más potentes del G7. Es decir, Carney busca no sólo defenderse ante los ataques actuales, sino reforzarse para afrontar crisis futuras con más garantías. Resolver el presente y mejorar el futuro.

Claudicar, ante el gobernante norteamericano, como hizo Úrsula von der Leyen, no es una opción. Por lo tanto, Europa haría bien en seguir la estela marcada por el primer ministro canadiense, Mark Carmey. Porque Trump y sus conmilitones son una panda de engreídos maleducados que solo entienden de fanfarronerías y lenguaje patibulario y así no se puede andar por el mundo. Alguien tiene que pararles los pies.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en la web de Còrtum 09/09/2025

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