No hace falta tener una sensibilidad
especial para estremecerse ante la tragedia humana que está ocurriendo en Gaza.
Lo que está haciendo el ejército de Israel al pueblo palestino no tiene nombre
o sí: se llama genocidio. Ya se han superado los 64.000 muertos y no se ve un
final. La máquina de guerra israelí funciona a toda pastilla, cada vez con
mayor virulencia, bombardeos constantes sobre civiles, desplazamientos de
población y un estricto bloqueo de suministros y de energía están poniendo en
grave peligro la supervivencia de los habitantes del campo de ruinas en que ha
quedado convertida la Franja.
La matanza perpetrada por Hamás el 7 de
octubre de 2023 (que el mundo condenó de forma generalizada) no
justifica el genocidio que se está cometiendo con los ciudadanos gazaties.
Nada justifica la manera de actuar de Israel ni en Gaza, ni en Palestina, ni en
Oriente Próximo en general. Además, el respaldo que Gobierno y Ejército están
dando a los abusos de los colonos en Cisjordania refuerza la idea de que el 7
de octubre es utilizado como pretexto para un proyecto previo.
Benjamín Netanyahu es un tipo sin
escrúpulos y sin límites, que ha hecho suya —en parte por convicción y en parte
para mantener los apoyos necesarios para seguir en el poder— la agenda en Gaza
de sus aliados de la extrema derecha nacionalista israelí. Después de infinidad
de crímenes de lesa humanidad, la semana pasada ordenó desalojar la ciudad de
Gaza y el traslado de centenares de miles de civiles. También atacó a la
diezmada cúpula de Hamas que estaba en Qatar preparando una cumbre para la paz.
El objetivo último de tanta barbaridad es
el establecimiento de asentamientos y la limpieza étnica de la población de la
Franja. Y es posible porque Donald Trump ve con buenos ojos la expulsión de los
palestinos de su tierra, primer paso para llevar a cabo el proyecto de
construir una Riviera de lujo en esa parte del mundo.
Para los socios ultras de Netanyahu, que
dan voz al movimiento radical de colonos israelíes, la religión es uno de sus
ejes vertebradores. Por eso es irrenunciable apoderarse de Cisjordania, la
Judea y Samaria bíblicas, que consideran el corazón de la tierra de Israel que
creen prometida por Dios a los judíos. Una vez más, las creencias religiosas
marcan el tempo de la política, o si se prefiere de la vida y de la muerte.
El Consejo de Exteriores de la UE
celebrado el 23 de junio y el Consejo Europeo llevado a cabo pocos días después
constataron con diversos documentos la matanza perpetrada por el ejército
israelí a las órdenes de Benjamín Netanyahu. Existen, también, informes basados
en testimonios de militares israelíes a los que se les exige el uso de
armas de fuego contra palestinos desarmados para mantener el orden durante la
recogida de alimentos, distribuidos ahora por una fundación patrocinada por
Israel y Estados Unidos. Dichas órdenes de los mandos militares, desmentidas
por el Gobierno, explican el elevado número de muertes civiles entre quienes
buscan comida y agua.
Ante esta insoportable situación la UE
decidió mirar hacia otro lado; y esa actitud tan timorata es lamentable porque
la Unión tiene herramientas de sobra para presionar al Gobierno israelí. La UE
y sus Estados miembros son el principal socio comercial, inversor y de intercambio
de personas de Israel, así como su principal proveedor de armamento. En el año
2000 la UE e Israel firmaron unos acuerdos que son los más favorables para
terceros países firmados nunca por la Unión. Esos pactos, entre otras
cuestiones, contemplan la exención de derechos de aduana a las exportaciones de
bienes, servicios y de visados para sus ciudadanos.
Pues bien, después de que el Consejo de
Asuntos Exteriores constatase que Israel no respeta los derechos humanos, los
dirigentes de la UE tienen la obligación jurídica, política y moral de
suspender ese acuerdo. No hacerlo, como está ocurriendo, equivale a ser
colaboradores de Netanyahu y lo que es peor, no tomarse en serio lo más
preciado que puede tener un colectivo: la dignidad.
Ahora, sin embargo, el pleno del
Parlamento Europeo, por iniciativa de la presidenta de la Comisión Europea,
Úrsula Von de Leyen, ha propuesto la suspensión parcial del acuerdo de asociación
entre la UE e Israel, en su apartado sobre comercio. No obstante, hay que recordar
que la Eurocámara no tiene capacidad ejecutiva y deberán ser los gobiernos de
los Estados miembros los que lleven a cabo la iniciativa.
Por todo esto, la decisión del Gobierno
de España de poner en práctica medidas, entre las que destaca un embargo
total de compra y venta de armamento a Israel, además de otras como, por
ejemplo, evitar que barcos o aviones que puedan llevar combustible o apoyo al
ejército israelí puedan atracar o aterrizar en España, tiene, más allá de su
importante valor real, una dimensión simbólica incalculable poque nuestro país
se coloca de esta modo, como defensor de los derechos humanos, muy por delante
del resto de ejecutivos de la UE.
Con todo, no sería bueno maximizar esa
iniciativa del Gobierno. Hemos de ser realistas y el efecto real va a ser más
bien limitado porque las armas que no venda España al ejército israelí las
comprarán a otro país y los barcos o aviones que por su cargamento no puedan atracar
o hacer escala en nuestros puertos o aeropuertos si lo podrán hacer en Rota o
Morón, porque están bajo jurisdicción de los EE UU. Por consiguiente, la importancia
de esa acción no lo es tanto por sus consecuencias reales, sino por la denuncia
y la carga moral que ante la comunidad internacional está teniendo ya esa
batería de medidas.
Lamentablemente, una vez más, la
política y el deporte se han cruzado. El pasado domingo se celebraba en Madrid
la última etapa de la Vuelta Ciclista a España. Allí acudieron muchos
ciudadanos a manifestarse a favor de Palestina, los derechos humanos y la paz.
Sin embrago, un puñado de agitadores se saltaron todas las medidas de seguridad
e invadieron la calzada poniendo en riesgo la integridad de los participantes. Ante
tal situación de descontrol los organizadores optaron por cancelar la etapa y
dar la carrera por finalizada. En definitiva, un final de carrera bochornoso. Y
claro, a los líderes del PP les ha faltó tiempo para decir que Sánchez es el
responsable de todo el fiasco por decir en un mitin celebrado por la mañana
que: “sentía profunda admiración por la sociedad española que se moviliza
contra la injusticia”.
No soy partidario de mezclar los temas.
Este artículo va del genocidio en Gaza, la reacción de la UE y la actitud de
nuestro Gobierno. Nada más. No obstante, ante la estulticia y las críticas
falaces y sin ningún fundamento que Feijóo y sus palmeros hacen de forma
sistemática a las iniciativas del Ejecutivo, me enervan por su memez,
frivolidad y falta de visión de Estado. Miedo me da cuando pienso que esa panda
de descerebrados y carroñeros de la política algún día nos pueda gobernar.
Bernardo Fernández
Publicado en Catalunya Press 15/09/2025
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