El regreso de Donald Trump a la Casa
Blanca, como presidente electo de EE UU, ha recordado mucho a la entrada de un
elefante en una cacharrería: lo ha puesto todo patas arriba.
Más allá de las barbaridades y majaderías
que ha dicho y hecho, de buenas a primeras ha puesto en marcha la “diplomacia
del chantaje” y ha declarado la guerra comercial a sus vecinos y a China. Un
recargo del 25% a los más próximos y el 10% a los asiáticos, mientras que
Europa está en el punto de mira, como ha dicho el presidente republicano.
De momento, la estrategia de Trump ha
surtido efecto y, tanto Méjico, como Canadá se han doblado a sus intereses. A
cambio, el republicano ha suavizado sus presiones. Es el caso de Méjico, tras
una conversación con la presidenta mejicana, Claudia Sheinbaum, Donald Trump ha
suspendido la aplicación de aranceles durante un mes. No obstante, Méjico
deberá desplegar 10.000 agentes de la Guardia Nacional en su frontera con EE UU
para prevenir el tráfico de drogas y personas indocumentadas.
Cómo era de esperar, la respuesta
china ha sido muy distinta. Ante la subida de un 10% adicional a la importación
de productos chinos, el Gobierno, que preside Xi Jinping, ha presentado una
batería de medidas en diferentes ámbitos. Así, por ejemplo, Pekín, impondrá a
partir del 10 de febrero, gravámenes adicionales del 15% al carbón y al gas
natural licuado procedente de Estados Unidos, y de un 10% al petróleo crudo, la
maquinaria agrícola, los automóviles de gran cilindrada y las camionetas. Las
autoridades del país asiático también han anunciado una investigación
antimonopolio a Google y la imposición de controles a la exportación de varios
productos relacionados con recursos críticos como el wolframio y el telurio,
elementos claves en sectores tecnológicos, indispensables para la fabricación
de chips y baterías.
El Gobierno chino ha presentado
además una demanda contra las medidas estadounidenses ante el mecanismo de
solución de disputas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y ha
decidido incluir a dos empresas estadounidenses, PVH Corp. (dueña de marcas como
Tommy Hilfiger y Calvin Klein) e Illumina Inc., dedicada a la biotecnología, en
la lista de entidades no fiables del país, lo que da vía libre para imponer
medidas punitivas.
Desde el ministerio de Comercio de
China, a través de un comunicado han anunciado que los aranceles adicionales
estadounidenses “constituyen un acto de unilateralismo y proteccionismo
comercial”; además, ya han adelantado que se elevará el caso a la OMC. “Estas
acciones dañan el sistema multilateral de comercio, socavan las bases de la
cooperación económica y comercial entre China y EE UU y alteran la estabilidad
de las cadenas industriales y de suministro globales”, ha dicho un portavoz del
departamento.
Donald Trump ha empezado amenazando
con la subida de aranceles a aquellos países que más venden a EE UU. La idea
que subyace en todo esto es proteger la producción nacional de sus productos. Normalmente,
el importador paga el sobrecoste en la aduana y luego lo repercute en el
comprador final. Por consiguiente, acaba castigando al consumidor. Por eso, el
arancel puede ser un arma de doble filo y volverse contra los que lo imponen
porque, de alguna manera, limita la libre capacidad de elección del ciudadano.
Todos recordamos que la Unión Europea
estableció aranceles para los coches eléctricos fabricados en China, recargando
con un impuesto del 7,8% esos automóviles, incluidos los Tesla. Así pues, si un
coche cuesta 30.000 euros, el concesionario que lo trae a Europa pagará 2.340
euros extra en aranceles (además de otros gastos). Si no quiere perder dinero,
tendrá que repercutir ese coste sobre el comprador, que, tras la imposición del
impuesto, pagará más. De hecho Elon Musk, dueño de Tesla, denunció a la UE
ante los tribunales por ese impuesto. Curioso.
Más pronto que tarde llegará el turno
de “imposición-negociación” con la UE. La balanza comercial entre EE UU y la
Unión es netamente favorable a la UE. De hecho, Europa es su principal
suministrador desde los años 70, ya que les compramos por valor de un 13% de su
PIB a los norteamericanos. En cambio, según los últimos datos del Eurostat, que
corresponden a 2023, la UE vendió a EE UU por un valor de 155.800 millones de
euros, un 19,7% de la ventas europeas a todo el mundo. Para Alemania, Italia o
Irlanda, eso significa algo así como el 10% de su PIB y un 5% para Francia, los
productos españoles se quedan en un 2% del PIB hispano. No obstante, hay
sectores para los que EE UU es un mercado clave. Es el caso del aceite de oliva
puro, el segundo producto que España más vende allí y el arancel puede
perjudicar mucho. Ya, en 2019, los exportadores españoles sufrieron una fuerte
caída de las ventas, perdiendo competitividad frente a otros países. Según
datos de la Cámara de Comercio española, el aceite de oliva perdió un 60% en
ese mercado.
Resulta difícil hacer un pronóstico
fiable de la nueva situación a nivel mundial. Ahora bien, ese cambio de rumbo y
la ruptura del marco de liberalización que han regido el comercio mundial, en
las últimas décadas, está llegando a su fin y eso puede suponer una contracción
tanto del comercio como del crecimiento mundial.
Este nuevo escenario, afectará,
necesariamente, a las relaciones internacionales. El consenso para reformar la
Organización Mundial del Comercio (OMC), que ya había apuntillado Trump, será
de todo punto imposible. Veremos la capacidad de resiliencia de instituciones tan
prestigiosas como el Fondo Monetario Internacional (FMI) de ahora en adelante. También
habrá que ver qué ocurre con foros que habían surgido más recientemente, como
el G-20, que tuvo un papel relevante en plena crisis financiera, y ahora está
seriamente en peligro.
Por si acaso, abróchense los cinturones que vienen curvas.
Bernardo Fernández
Publicado en Catalunya Press 10/02/2025
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