Hay ocasiones en que las situaciones
se encadenan de tal forma que hacen colapsar un hecho concreto. Es el caso de
la globalización: empezó a flaquear con la crisis financiera de 2008, aún no
nos habíamos recuperado y llegó la pandemia de la Covid, un poco más tarde la
invasión de Ucrania y ahora las políticas ultra proteccionistas de Donald Trump
van a poner en jaque al espacio logrado por el libre comercio y la libre
circulación de bienes y personas; y eso hará que vayamos hacia un modelo de
transacciones comerciales más fraccionado y compartimentado que el impulsado en
décadas anteriores.
La globalización, como todo, ha
supuesto beneficios, oportunidades, y también desafíos. La UE lo tuvo bastante
claro desde un principio porque supo aprovechar las oportunidades que brindaba
el nuevo paradigma y, a la vez, disminuir sus efectos negativos.
El régimen comercial europeo y los
numerosos acuerdos comerciales que se han ido negociando por la Unión hacen que
sea, con toda probabilidad, la mejor región del mundo para hacer negocios. Es
el principal socio comercial de unos 80 países. Eso da como resultado que la UE
sea uno de los principales actores del comercio internacional.
Asimismo, es el segundo exportador mundial de mercancías después de China y el
tercer importador tras EE.UU. y China. Además, la UE es el primer comerciante
de servicios.
En 2022, unos 38 millones de empleos
(uno de cada cinco) de todos los existentes en la UE, tuvieron que ver con las
exportaciones a países de fuera de la Unión. En España, el 12% del empleo
depende de las exportaciones extracomunitarias. Además, la mayoría de los
puestos de trabajo españoles relacionados con la exportación son trabajadores
altamente cualificados.
Los grandes beneficios de la
globalización y el comercio para el consumidor provienen de las importaciones.
Los acuerdos comerciales significan que los importadores pagan derechos
reducidos. Junto con una mayor competencia, esto significa precios más bajos
para productos (ropa, teléfonos inteligentes, televisores, software,
automóviles, etc.) y servicios. De igual manera, Los consumidores también
pueden beneficiarse de una mayor oferta de productos y servicios.
Se calcula que los precios más bajos
han supuesto un ahorro de unos 24.000 millones de euros anuales para los
consumidores. Además el nivel de riqueza y la comodidad están aumentando, al
tiempo que mejora el nivel de vida.
Algunos expertos en la materia anticipan
que la desglobalización puede tener efectos profundos e impredecibles. Es
posible que el comercio mundial se desplome en los próximos meses y las
transacciones comerciales se verán severamente reajustadas en busca de una
mayor autosuficiencia, una dinámica que ya se inició con la pandemia.
Sin duda alguna, la globalización,
tal como la hemos conocido, tiene aspectos negativos, no hay por qué negarlo.
Ahora bien, su retroceso y/o congelación puede ser peor. El impacto que puede
tener esa desaceleración sobre la huella de carbono, con toda probabilidad,
será considerable porque va a primar la producción de proximidad y eso pasa por
reducir la penalización por emisiones en el transporte. También es posible que,
con este nuevo panorama se tienda a recuperar parte de la producción que se
había externalizado a terceros países; por lo general, segmentos de la
producción de poco o nulo valor añadido.
Es probable que los aranceles que ya
ha empezado a aplicar Donald Trump a China sean, algo así como un torpedo en la
línea de flotación de la globalización. En este contexto, no deberíamos esperar
muchas diferencias de trato entre aliados y adversarios.
El proteccionismo estadounidense está
acelerando un cambio estructural en la globalización. Por eso, empresas chinas, en previsión a lo
que pudiese venir, ya hace tiempo que empezaron a trasladar su producción a
regiones con menores restricciones comerciales. De hecho, están en una nueva
fase de conquista global. Sus compañías tecnológicas vinculadas a la transición
verde han empezado a sembrar semillas por infinidad de territorios. Cada poco
se anuncia un acuerdo para colocar la primera piedra de una planta de
producción de vehículos eléctricos, de baterías, de electrolizadores para la
producción de hidrógeno verde o de paneles solares. Mientras tanto, Europa
enfrenta un dilema: o proteger su industria automovilística o avanzar en la
descarbonización, de manera individual frente a la competencia de los vehículos
eléctricos chinos.
Las políticas de Donald Trump están
transformando las dinámicas económicas y políticas internacionales. Sus iniciativas,
aunque centradas en fortalecer a Estados Unidos, redefinirán las reglas del
comercio global y de la cooperación internacional. Los efectos de este cambio
estructural, tanto positivos como negativos, se harán más evidentes en los
próximos años, marcando un punto de inflexión en la historia económica global.
La cuestión es que las perspectivas
son muy poco halagüeñas, más bien todo lo contrario.
Bernardo Fernández
Publicado en Club Còrtum 25/02/2025