11 d’abril 2022

SUEÑO ROTO

En estos días se cumplirá noventa y un años del advenimiento de la Segunda República Española. Una monarquía totalmente desacreditada, una larga crisis política, la conjunción de los problemas económicos internos con los de la depresión mundial y un renacimiento intelectual muy potente generaron la tormenta perfecta para que se produjese el cambio de régimen. Aquella eclosión no hubiera sido posible si en agosto de 1930 no se hubiera firmado el Pacto de San Sebastián.  Y, para entender aquel entramado, resulta imprescindible saber que los dirigentes políticos que se pusieron al frente de aquella iniciativa era hombres que, procediendo de posiciones ideológicas muy distintas, en algunos casos antagónicos, supieron priorizar lo importante, lo que les unía por encima de aquello que les separaba y les apartaba del objetivo final: la proclamación de la República.

 En aquel acuerdo fueron hombres diversos de tan talante político como Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Álvaro de Albornoz, Casares Quiroga, Marcelino Domingo, Alejandro Lerroux o Ángel Galarza. A título personal asistió, también, el dirigente socialista Indalecio Prieto y tanto el PSOE como la UGT acabaron uniéndose al pacto unos meses más tarde.

 El 14 de abril de 1931 fue un día de celebraciones y gran expectación en las grandes ciudades de España. Inmediatamente después de las elecciones municipales del día 12, el conde de Romanones amigo personal del rey, así como su médico de cabecera, el doctor Gregorio Marañón, hombre de vastísima cultura y talante liberal, aconsejaron al monarca que reconociese el innegable carácter republicano de aquellas votos Alfonso XIII era reacio a abandonar el trono y consultó a los militares que le hicieron ver que estabilizarse en el poder podría ocasionar una situación insostenible y un baño de sangre. En paralelo, Romanones y Marañón negociaron la transmisión de poderes, con el primer nuevo ministro Niceto Alcalá Zamora. Tras el Pacto de San Sebastián los republicanos habían formado un Gobierno a la sombra, con  hombres que, en su mayoría, o estaban en la cárcel o habían marchado al exilio. El 14 de abril unos salieron de la prisión y otros volvieron de Francia, mientras que el rey hizo las maletas para abandonar el país. Fueron días de júbilo, la Marsellesa y el Himno de Riego se alternaba en las fanfarrias y fiestas espontaneas que se organizaban por todas partes, en franca armonía política.

 La  Segunda República  abrió una etapa llena de ilusión y esperanza para modernizar a la España que estaba atrapada en el siglo XIX . La República impulsó la libertad, la justicia, la igualdad, la educación, el laicismo y, en definitiva, la auténtica democracia.

El proyecto democrático y modernizador de la  Segunda República  definió el papel de la mujer en la sociedad, en un intento de superar las desigualdades en el acceso a la educación y la discriminación legal durante períodos anteriores. Así, se intentaran superar medidas como la obligación de obedecer al marido, fuera cual fuera la situación, la necesidad de tener permiso del cónyuge para vender o comprar algo o, simplemente, tener una cuenta bancaria.

La enseñanza y la cultura se extendieron a todos los alrededores de la población, tocaron los principios de la pedagogía activa y los  valores  laicos e igualitarios. Se fomentó la coeducación y se puso en marcha las escuelas mixtas. Se construyeron unas 10.000 escuelas y se contrataron millas de maestros. Se puso especial interés en alfabetizar a la ciudadanía de las zonas rurales, para ello se puso en marcha las  Misiones Pedagógicas,  que se encargaron de la edificación de bibliotecas, centros culturales y teatros. Y con la Constitución aprobada en diciembre de 1931 se otorgó el sufragio a las mujeres, algo entonces inaudito en Europa.

Ahora los carroñeros de la política están empeñados en desprestigiar lo que supuso la República –en la que, por supuesto, no todo fue ideal–. Con luces y sombras fue una etapa democrática y de progreso. Por eso, conviene no olvidarlo y que lo sepan y lo valoren, en su justa medida, nuestros hijos y nietos. 

En más de una ocasión me preguntó cómo sería hoy España, si la República se hubiera consolidado. No lo sabremos nunca, pero estoy convencido de que sería uno de los países socialmente más avanzados del mundo.

Somos muchos los que nos sentimos herederos de aquellos valores republicanos. Valores de compromiso social, justicia y libertad. De trabajo por construir una sociedad más justa e igualitaria. Han pasado 91 años, han sucedido muchas cosas en este país y siempre hay que mirar hacia adelante. Ahora que existe la tendencia de banalizarlo todo, la reivindicación de los valores republicanos es más necesaria que nunca. Y no es una contradicción apoyar el sistema de monarquía parlamentaria que rige en nuestro país y defender el concepto República. La situación actual nos permite defender la esencia de lo que defendían aquellos hombres y mujeres de la España de los años 30 del siglo pasado. El legado de la República debe ser reconocido y aplaudido. Muchos que lo defendieron lo pagaron con su vida o, en el mejor de los casos, con el exilio. 91 años después,

Aquel sueño de libertad e igualdad fue interrumpido, cinco años después de su estallido, por la razón de la fuerza y ​​la pasividad de las potencias internacionales. Ahora, en la otra punta de Europa, un pueblo que había comenzado a caminar por la senda de la democracia, está siendo masacrado por la brutalidad de un imperialismo desmedido. Es cierto que, entre la Ucrania de hoy y la España de los primeros años treinta existen muchas diferencias, pero, también, muchas similitudes. Por eso, no podemos permanecer impasibles. Lo que sucede en Ucrania nos interpela a todos. Por consiguiente, hemos de tomar partido. En así situaciones, toda colaboración es necesaria y, aunque solo sea por la memoria de los que cayeron en las cuentas, hemos de asumir compromisos.   La neutralidad no es una opción.

 

Bernardo Fernandez

Publicado en e notícies 11/04/2022

 

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