03 de febrer 2022

CIFRAS QUE HIELAN LA SANGRE


 Bajo el título “las desigualdades matan” Oxfam Intermón publicaba, hace un par de semanas, un informe que hiela la sangre a la gente de bien. Mientras que los indicadores macroeconómicos nos dicen que la actividad empresarial está en los niveles de pre pandemia, el estudio de Oxfam nos pone sobre la mesa otra realidad mucho más prosaica y cruel.

 En los dos años que llevamos de Covid-19 los ingresos han empeorado para el 99% de la humanidad y eso ha hecho caer en la pobreza a unos 160 millones de seres humanos. Sin embargo, los diez hombres más ricos del mundo han pasado de poseer unos 700.000 millones de dólares a 1,5 billones; es decir, han ganado 1.300 millones cada día.

 En opinión de Franc Cortada, director de Oxfam Intermón, “si los diez individuos más ricos perdieran el 99,99% de la riqueza seguirían siendo más ricos que el 99% del personal del planeta”. Dicho de otro modo, acumulan seis veces más riqueza que los 3.100 millones de persona más pobres. Es una obscenidad, pero es real.

 En el mencionado informe de Oxfam sostiene que luchar contra la pobreza de manera eficiente evitaría la muerte de 21.000 personas día. O sea, una persona cada cuatro segundos.

 Para Cortada "Hay quien ha tenido una pandemia de lujo. Mientras los bancos centrales y los gobiernos de los países ricos inyectaban billones de dólares para salvar la economía, una gran parte parece haber acabado en los bolsillos de los más ricos que se han aprovechado del auge de los mercados bursátiles y otros activos. El resultado, más riqueza para unos pocos y más deuda pública para todos. Se estima que la desigualdad entre países crecerá por primera vez en una generación. Las vacunas son un imperativo y una condición de mínimos necesaria para que cualquier país pueda encarar la recuperación ya que aún hay millones de personas en el mundo que no tienen acceso ni a una dosis”.

 De forma casi simultánea a la publicación del informe de Oxfam “Las desigualdades matan” veía la luz un estudio de la fundación Foessa, cercana a Cáritas, según el cual, los jóvenes son con un colectivo severamente castigado por los efectos socioeconómicos de la pandemia. Para ellos, la exclusión severa ha pasado del 10% al 15,1% desde el estallido del coronavirus. Son 1,45 millones de personas de entre 16 y 34 años las que se encuentran en esa situación, en España, más de medio millón más que antes de la covid-19. Dos crisis consecutivas son muchas para una generación.

En Cáritas opinan que el shock ha sido mucho más que económico. La pandemia ha deteriorado las relaciones personales y ha constatado que los cuidados siguen recayendo en las mujeres. Esta crisis ha agravado la brecha de género. El informe, realizado tras una encuesta a más de 7.000 personas, analiza la exclusión social desde múltiples perspectivas. Los expertos estudian 37 indicadores divididos en ocho ámbitos, que van desde el empleo hasta la educación o el conflicto social. Si ninguna de ellas se ve afectada, significa que se está en “integración plena”. Si al menos cinco lo están, la exclusión social es severa, según este baremo. Es el caso de más de seis millones de personas en España, dos más que en 2018, año en que se publicó la edición anterior del informe.

 La brecha generacional, ya era una constante antes de la pandemia. Pero el azote de la covid-19 ha sido mayor que en la anterior crisis y ha empeorado aún más las cosas, a cierre del año pasado más de uno de cada cuatro residentes en España de entre 16 y 35 años (el 28,5%) se encontraba en situación de exclusión moderada —según el indicador multidimensional que elabora Cáritas—, frente al 22,1% de 2018, cuando el virus no entraba siquiera en las cábalas de los más agoreros. Y se dispara hasta el 33,5% en el caso de los menores de 16 años.  

 Ciertamente, estas cifras son escalofriantes y no quiero hacer trampas al solitario ni dar una información sesgada. Pero me parece de justicia decir que La pandemia ha obligado, de manera especial, a los países del “primer mundo” a tender redes de protección para sus ciudadanos como nunca se había hecho hasta ahora. En Estados Unidos el estallido de la pandemia se cebó en los ciudadanos más vulnerables. Las tasas de empleo cayeron un 37%. Sin embargo, no se produjo un aumento de la pobreza. La actuación de la Administración mediante gasto y transferencias sociales no solo protegió a esos ciudadanos, sino que permitió reducir las tasas de pobreza entre 2020 y 2021 en un 45% en comparación con 2018. En total, 20 millones de personas escaparon de esa situación de vulnerabilidad. Una muestra evidente de que las políticas sociales son efectivas y que se puede reducir la pobreza severa en los países ricos si hay voluntad para ello. De todos modos, esas ayudas no fueron suficientes para reducir las desigualdades a causa de la elevada tasa con la que crecieron los ingresos y el patrimonio de los más ricos.

 La pandemia sí ha acelerado otro proceso que se venía produciendo desde la crisis financiera de 2008: la pérdida de la riqueza del sector público en favor del privado. Los estados ya venían perdiendo patrimonio en los últimos 50 años. Se da la circunstancia que en países como Francia, EE UU,   Reino Unido o España la riqueza cada vez se acumula más en manos privadas. Así, los gobiernos hoy son mucho más pobres que hace 40 o 50 años. Además, la pandemia ha agudizado ese proceso, puesto que los gobiernos han protegido a sus ciudadanos elevando sus déficits públicos y endeudándose a gran escala, hasta llegar a niveles récord. Y ese incremento de la deuda ha erosionado todavía más al sector público.

 Esta situación hace inevitable una pregunta: ¿Quién pagará esa deuda? Ahora, cuando la pandemia comienza a menguar, se empieza a plantear el debate sobre las posibles salidas que podría haber sobre la mesa, desde restructuraciones, hasta ajustes presupuestarios, pasando, claro está, por recortar servicios a la ciudadanía. Si los líderes políticos admitieran como solución volver a la austeridad, como ocurrió hace una década, lo que se conseguiría sería ahondar en las desigualdades. Y de eso en España tenemos bastante experiencia.

 Desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, lo lógico sería que, una vez superada la etapa más dura de esta tragedia, fueran los que más tienen los que contribuyeran de manera más cuantiosa a sufragar los desastres ocasionados en esta crisis. No obstante, no nos hagamos ilusiones porque ya sabemos que los caminos de la política y los de la economía, en demasiadas ocasiones, son como los del Señor: inescrutables.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 31/01/2022

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