22 de setembre 2021

PREPARANDO LA SALIDA DEL "PROCÉS"

 

En Cataluña, el inicio del curso político coincide con la conmemoración de “l'onze de setembre, la Diada Nacional. Eso hace que la efervescencia nacionalista en el mes de septiembre acostumbre a llegar a su punto más álgido. Este año, sin embargo, las celebraciones han sido bastante descafeinadas. Tan solo unas 100.000 personas, según la Guardia Urbana, se concentraron en la plaza Urquinaona en la convocatoria “oficial” del día once. Nada que ver con las de otras ocasiones, como aquella de hace unos años, cuando una cadena humana cubrió casi 400 quilómetros de territorio catalán. No obstante, en esta ocasión, a esa exaltación nacionalista han contribuido, también, el anuncio de la ampliación del aeropuerto de el Prat, después fallida, y la convocatoria de la mesa de diálogo entre el Gobierno de España y el de la Generalitat a lo que los talibanes del independentismo contestaron con exabruptos y desprecios, es decir, en su estilo.  

En el horizonte político se empiezan a ver señales, bastante evidentes, del agotamiento del secesionismo. Entre el independentismo pragmático empieza a calar la idea de que la entelequia independentista ya no da más de sí y hay que volver a la realidad del autonomismo por dura que sea. Están buscando pista para aterrizar y conviene no poner obstáculos.

Un ejemplo claro es la reunión mantenida entre el presidente de la Comunidad de Valencia, Ximo Puig, y el presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonés, a primeros de septiembre, ¿cuánto tiempo hacía que un presidente catalán no se reunía con un presidente de otra comunidad para hablar de cuestiones comunes relacionadas con el Estado? Tampoco es baladí la intervención de Aragonés tras ese encuentro. Allí habló de la mesa de diálogo con el Gobierno central, sin citar ni la autodeterminación ni la amnistía.

No cabe duda de que los poderes del Estado social y de derecho han funcionado. Asimismo, los indultos a los políticos independentistas presos, tan criticados por la derecha, han tenido, sin duda alguna, un efecto terapéutico muy positivo, a la vez que han ayudado a rebajar la tensión. Por eso, ahora toca hacer política, porque los cientos de miles de independentistas que elección tras elección han mostrado sus preferencias no van a desaparecer a golpe de decreto, y negar la realidad no tiene razón de ser.

Hay que ser conscientes de que en Cataluña se siente una gran insatisfacción política. En un principio, el argumento básico era el escaso reconocimiento de la identidad catalana por parte del resto de España. Después, la creación y desarrollo del estado de las autonomías alimentó la creencia de que el reparto fiscal autonómico es especialmente injusto para Cataluña e impide aprovechar los recursos que aquí se generan. Más tarde, con la crisis económica de la década anterior esa sensación aumentó de forma considerable. Solo faltó la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut en julio de 2010 para que se diera la tormenta perfecta y el independentismo pusiera el estatus quo en cuestión. 

De todas formas, la lista de supuestos “agravios” que utiliza el nacional-independentismo contrasta con el hecho incuestionable que nunca Cataluña había ejercido tanto autogobierno ni había gozado del reconocimiento de su especificidad lingüística y cultural con tanta plenitud como ahora.

En este contexto, estoy seguro que no desvelo ningún secreto si digo que nunca he votado a ERC y, por consiguiente, a Pere Aragonés. Tampoco descubriré nada si confieso que mis simpatías hacia Esquerra siempre fueron escasas, pero las pocas que les tenía se esfumaron por sus permanentes deslealtades en los dos tripartitos, primero el de Maragall y el de Montilla después. Más tarde, su posicionamiento en el “procés” acabó por dilapidar la poca filia que hacia los republicanos me pudiera quedar.

Escribo esto porque me parece importante para el tema que quiero destacar en esta columna: la actitud del president Aragonés ante el intento de Junts de boicotear la mesa de diálogo. Claro y concreto: No me lo esperaba. La determinación del president plantando cara al envite de los seguidores de Puigdemont, no dando su brazo a torcer y poniendo en valor la importancia del diálogo, cuando lo más cómodo para él hubiese sido retroceder y admitir la propuesta de sus socios de Govern, dice mucho de su cuajo político.

Como también dice mucho de su capacidad de encaje, escuchar del presidente Sánchez decir “que en la negociación no cabe ni la autodeterminación ni la amnistía”, y seguir determinado a continuar negociando.

La mesa de diálogo ha abierto una nueva grieta entre los socios de Govern, la enésima, pero también se empiezan a vislumbrar fisuras en la formación postconvergente. Quizás, por eso, y para cohesionar al personal la dirección de Junts no se ha andado por las ramas y ha pasado del desprecio inicial, al intento de sabotaje del diálogo, la negociación y el pacto. Primero pidiendo que Aragonés no asistiera a la mesa si no lo hacía Sánchez y después proponiendo nombres que sabía inaceptables. Para los de Puigdemont derribar al Gobierno de Sánchez se ha convertido en una prioridad. Saben que el diálogo más pronto o más tarde dará frutos y a ellos, partidarios del “cuanto peor mejor”, no les conviene.

 “Ladran, luego cabalgamos”, diría Don Quijote. Lo importante de esta situación es que tanto el Gobierno como ERC, se han tomado muy en serio la mesa de diálogo. De hecho, tanto las dos delegaciones como los presidentes manifestaron su determinación de seguir adelante con la negociación, a pesar de las diferencias. Por eso acordaron continuar con citas periódicas, unas más discretas que otras, pero sin parar en ningún momento.

Esperemos que el “sin prisa, si pausa y sin plazos” acabe siendo una realidad. Sería la mejor noticia política para los todos los catalanes en muchos años.

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 20/09/2021

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