06 de setembre 2021

PONER COTO A LA LOCURA


Hace ya casi diez años que empezó a visualizarse el proceso independentista catalán.  Un movimiento basado en el nacional-populismo que está dirigido, con mando a distancia, por las clases más pudientes del país, y que lo único que ha conseguido, hasta el momento, es que la situación socio política se deteriore de forma sistemática cada día que pasa.

Al principio nos lo que quisieron vender como “la revolució de les somrises” (la revolución de las sonrisas). Sin embargo, pronto se vio que aquello era una camama. Los jabatos del movimiento no se cortaban si tenían que repartir estopa, amenazar e insultar a sus, para ellos, enemigos, pero, eso sí, preferentemente ocultos en el anonimato, con la cara tapada o en la impunidad que facilitan las redes sociales.

El asunto alcanzó su máxima dimensión cuando aparecieron unos grupos denominados CDR (Comités de Defensa de la República) primero, y Tsunami Demcràtic después, qué si bien nadie sabía, ni sabe quién los dirige, es evidente que desde arriba les mueven los hilos, en forma de financiación, información, convocatorias, objetivos, etcétera.  

El punto álgido de la violencia más salvaje y gratuita llegó con la publicación de la sentencia a los líderes independentistas en otoño de 2019. Todos recordamos las concentraciones de aquellos días en la plaza Urquinaona de Barcelona, el acoso a las fuerzas de seguridad y a la delegación del Gobierno central en la calle Mallorca o a la consejería de los Mossos d’Esquadra en la calle Diputación junto a Paseo de Sant Joan. Tampoco olvidamos actos similares en la práctica totalidad de las ciudades de Cataluña. “Una violencia nunca vista” en opinión de los máximos responsables del orden público.

Es evidente que con el paso del tiempo la violencia sistémica ha ido menguando. No obstante, queda la sensación de que quemar contenedores, insultar a los que no piensan igual, a los que discrepan o amenazar a los cargos públicos sale gratis y hay barra libre para los que quieren lograr la independencia. Parece que para ellos el fin justifica los medios.

En este contexto, el hecho institucionalmente más grave, quizás, es la escasez de jueces y fiscales en Cataluña. Es cierto que es un mal endémico, pero diversas asociaciones judiciales coinciden en señalar que la deriva independentista ha acentuado el problema.

Otra cuestión no menor es el concepto que tiene el independentismo sobre el espacio público, es decir, el que es de todos y, por lo tanto, lo hemos de compartir. Para ellos, sin embargo, es propiedad privada. Por eso, durante años nos hemos hartado de ver pintadas, lazos amarillos, pancartas y cualquier otra cosa que sirviese para exaltar la causa en los lugares más inverosímiles. Tanto es así que al expresident Torra le costó el cargo no quitar una pancarta en favor de los políticos presos de la fachada de la Generalitat. Una institución que huelga decir, es de y para todos los catalanes. Pero es que, todavía hoy, no es nada difícil ver proclamas secesionistas en lugares institucionales.  

De todas formas, el súmmum del aquelarre independentista faltón y maleducado tiene su campo de juego preferido en redes sociales como Facebook o Twitter, ahí se pueden expresar a sus anchas. La impunidad les hace arrogantes e impunes. O eso piensan ellos.

Desde luego, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Aún me duelen aquellos gritos de “a por ellos”, de un grupo de exaltados en un pueblo del sur despidiendo a una compañía de guardias civiles que venían en octubre del 17 a poner un poco de orden por aquí.  No es lo mismo una manifestación censurable, pero espontanea que todo un proceso constante y organizado para denigrar y despreciar al que no piensa igual.

De todas formas, ha de quedar claro que el barriobajerismo de cualquier lugar siempre es deleznable; sea quien sea el que lo practique y el motivo que lo origina. Pero lo que estamos viviendo en Cataluña, tiene, o parece tener, cobertura institucional, sino sería imposible que tuviese el auge que tiene.

De todas formas, la palma de oro de las barrabasadas institucionales la ha ganado esta semana la inefable Laura Borrás. La Molt Honorable presidenta del Parlament ha aprobado conceder la Medalla de Honor de la cámara catalana, en la categoría de oro, a los 3.300 “represaliados” de la consulta ilegal del 1 de octubre. Si eso es lo que hace nuestra cámara legislativa a instancias de su presidenta, la segunda autoridad del país, ¿qué podemos esperar de los que se supone menos cualificados?

Con este ambiente, la cohesión social y la convivencia empiezan a ser imposibles. Por eso, o paramos esta locura o esto se nos va a Norris y Cataluña acabará despeñada por el barranquillo de la intransigencia y la intolerancia.

Un final demasiado triste para una tierra que siempre se ha considerado de acogida…, y todo por un grupo de descerebrados.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en el Catalán 06/09/2021

 

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