Si algo ha escaseado siempre, tanto en Cataluña como en el resto de España, ha sido el dinero público para dar las prestaciones y servicios adecuados a los ciudadanos. Ese es el motivo más importante, aunque no el único, por el que las becas comedor nunca han llegado a todos los niños que las necesitaban, ni las ayudas sociales a las personas vulnerables o que la sanidad pública esté colapsada, y si funciona es por el entusiasmo y las ganas de hacer de los profesionales. De la misma manera que la enseñanza está bajo mínimos y se sostiene, al igual que la sanidad, porque la gente que se dedica a la docencia tiene unos valores a prueba de desaliento.
Aquí nunca se han atado los
perros con longaniza, pero la insuficiencia de recursos se puso descaradamente
de manifiesto a partir de la crisis económica de 2007. Entonces, la brillante
idea que tuvieron los gobiernos, todos sin excepción, fue recortar gastos, en
especial los dedicados a las personas, para cuadrar los números. En esa
vorágine del recorte destaca un ejecutivo por encima del resto en su afán por
disminuir el gasto público: ese fue el Govern de Artur Mas, que él mismo
calificó como el “Govern dels millors”. Pues bien, ese Gobierno tiene el dudoso
honor de haber sido el ejecutivo de toda Europa que más y más rápido recortó en
el terreno de las prestaciones sociales.
Una de las muchas ventajas de
los sistemas democráticos es que cuando los gobernantes llevan a cabo
trapacerías, más pronto o más tarde, acaban saliendo a la luz. En esta ocasión ha sido el Tribunal de Cuentas
el que ha hecho aflorar los trapicheos de los sucesivos gobiernos habidos en la
Generalitat entre 2011 y 2017. Resulta que Artur Mas que, tan diligente estuvo
recortando servicios y prestaciones sociales, desviaba dinero para fines tan poco
lícitos como, por ejemplo, explicar y promocionar por el mundo la consulta del
9-N.
Ahora, después de varios años
de pesquisas el Tribunal de Cuentas reclama 5,4 millones de euros por la acción
exterior de la Generalitat en el tiempo de máxima efervescencia del procés. En
total, son 34 altos cargos imputados. La cifra más alta la debe aportar el que
fuera secretario general del Diplocat, Alberto Royo, que ha de responder con 3.633,253
euros, acto seguido Artur Mas que la igual que el que fuera conseller de
Economía, Andreu Mas Colell, han de hacer frente a una multa de 2,8 millones de
euros y con 1,8 y 1,9 millones de euros Carles Puigdemont y Oriol Junqueras,
respectivamente. Además, responden
delante del Tribunal de manera solidaria, es decir qué si alguno de los
encausados no hace frente a sus responsabilidades, serán sus compañeros de aventuras
los que se hagan cargo de la deuda.
No entraré en el galimatías
técnico jurídico de si ese Tribunal es competente o no, o tiene la necesaria
independencia para fiscalizar ese affaire. Lo que me
hace mucha gracia es que los encausados acusen al Tribunal de Cuentas de
saltarse el Estatut. Hay que jorobarse. Eso lo dicen precisamente aquellos que
los días 6 y 7 de septiembre de 2017 se pasaron la Constitución y el Estatuto
por el arco del triunfo. Como solía decir mi abuela: “quítate que me tiznas le
decía la sartén al cazo”.
En opinión del ministro de
Fomento, José Luís Ábalos, decisiones de ese tipo pueden suponer “piedras en el
camino”, para normalizar la situación en Cataluña. Es posible.
No obstante, yo quiero
limitarme aquí a hacer un análisis de la situación como ciudadano de a pie. Al
igual que esos cientos de miles de mujeres y hombres que se levantan cada
mañana para, con mucho esfuerzo, llegar a final de mes con cierta tranquilidad y
sacar la familia adelante. Y lo que sé es que el Govern dels millors”, entre
otros muchos servicios y prestaciones suprimió casi dos mil camas hospitalarias
y unos 1.200 puestos de trabajos de personal sanitario que, a lo largo de todo
el tiempo que llevamos de procés aún no se han recuperado. En consecuencia, no
puedo evitar preguntarme: con ese dinero que, según el Tribunal de Cuentas se
gastó indebidamente, ¿Cuántas becas comedor se hubiesen podido dar a niños vulnerables?
¿Cuántas Pirmis y o ayudas se hubieran podido otorgar a familias y/o personas
en riesgo de exclusión social? ¿Y cuantas camas hospitalarias o puestos de
trabajo de sanitarios se hubiesen recuperado si el dinero mal gastado se
hubiese empleado de manera adecuada? O…
Podría seguir haciendo
infinidad de preguntas, pero estoy seguro que se ha captado la intención de
esta columna. Y es que que los gobernantes tienen que ser como la mujer del
César, que no solo debía ser honrada si no aparentarlo. Y los líderes
secesionistas con responsabilidades políticas, a juzgar por los datos que
tenemos sobre la mesa, no fueron nada virtuosos con el dinero de todos,
afinaron mucho (demasiado) con las partidas dedicadas a las mejoras sociales de
las personas y, en cambio, tuvieron la manga excesivamente ancha para
cuestiones que ni tenían competencias ni compartíamos más de la mitad de los
catalanes.
Por lo tanto, si las
acusaciones que hace el Tribunal de Cuentas son ciertas y demostrables que
asuman responsabilidades y devuelva hasta el último euro malgastado.
El que la hace la paga.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
06/07/21
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