Seré sincero: no me gustan algunas de las
alianzas que ha tejido el Gobierno de Pedro Sánchez para aprobar los
Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2021. Pero es que tampoco me gusta
el talante de Pablo Iglesias; aunque según dicen, ha sido el gran hacedor que
ha hecho posible que ERC y EH Bildu dieran soporte a las cuentas del Ejecutivo.
Pero, claro, la
política es el arte de lo posible y no hay más cera que la que arde y con el
panorama que tenemos en nuestro país pretender otro acuerdo es como pedirle
peras al olmo.
Con la aprobación de
estos Presupuestos se pone fin (al menos de momento) a una etapa de inestabilidad
que arranca en 2015. Once partidos han aportado 187 votos para sacar adelante
estas cuentas. Ante esta nueva situación es justo reconocer el trabajo bien
hecho que han llevado a cabo los máximos responsables de la negociación. O sea,
los miembros de los ministerios económicos, del ministerio de Asuntos Sociales
y los portavoces parlamentarios.
Fuera del pacto han
quedado, como siempre, la derecha y la ultraderecha. Es lamentable que unos
Presupuestos, que son los más sociales de nuestra democracia y que han de
servir para relanzar la economía y estabilizar al país, no hayan sido votados
de manera afirmativa por el primer partido de la oposición, el Partido Popular.
Una vez más los populares se han equivocado, ha pesado más para ellos con quién
votaban que qué votaban.
Las formaciones que han
dado soporte a las cuentas para 2021 conforman un grupo de las más diversas
filosofías políticas. Empezando por los dos partidos que dan soporte al
Gobierno de coalición, unas organizaciones pequeñas de derecha moderada,
pasando por los nacionalismos pragmáticos, hasta la izquierda más radical, sin
olvidar los independentistas de diversa gradación.
De todo este
conglomerado multipartidista, destacan dos formaciones que, por su ideología,
trayectoria e, incluso, estigmatización, merecen algún comentario diferenciado.
Me estoy refiriendo a Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) y Euskal Herria
Bildu (EH BILDU)
No me extenderé en
exceso sobre los recelos que me genera ERC. Los que vivimos en Cataluña
conocemos la manera de gobernar que tienen los republicanos, y si alguien aún
tiene dudas que se vaya a la hemeroteca y refresque la memoria con las
deslealtades y el filibusterismo político que llevaron a cabo en los
tripartitos de izquierdas, primero con Maragall y después con Montilla.
No obstante, en la
política como en la vida, no hay nada absolutamente bueno ni absolutamente malo
y si este acuerdo sirve, como paso previo, para acercar posiciones y rebajar el
clima de tensión que se vive en Cataluña, bien venido sea. De todas formas, no
le quiero echar agua al vino, pero los republicanos catalanes no dejarán de
presionar al Gobierno central, cuando no sea por una cosa será otra, lo estamos
viendo con la libertad de los políticos presos. Por eso, no nos debería
extrañar que en cualquier momento decidan poner fin a la colaboración. Baste
recordar aquí su no, a la tramitación de los anteriores presupuestos.
Lo de EH Bildu es
distinto. En muy poco tiempo los abertzales han hecho un curso acelerado de
cómo negociar con el Gobierno central. El primer ensayo fue la derogación de la
reforma laboral que fue abortado en pocas horas por Nadia Calviño, pero han
aprendido a hacer enmiendas que aportan al País vasco y, de paso, le plantan
cara al PNV.
Otra cosa es la
repulsión que a algunos nos genera su líder Arnaldo Otegi. Cada vez que oigo hablar
a Otegi se me revuelve el estómago, y supongo que como yo millones de
ciudadanos que seguimos esperando una disculpa, una autocrítica, algo, por las
atrocidades cometidas por ETA, cuando él tenía altas responsabilidades en la
dirección de la banda. Pero es que encima tiene la desfachatez de hablar del
“terrorismo de Estado”. Hay que joderse (disculpen ustedes el exabrupto). Por
eso, como dijo días atrás el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska,
“sería deseable que el coordinador general de EH Bildu abandonase la política. De
esa forma se desvincularía a la formación abertzale de la banda terrorista ETA.
Esto es lo que hay.
Pero un acuerdo del alcance de los PGE hubiera sido deseable que se llevara a
cabo, también, con fuerzas políticas de ámbito estatal porque se supone que han
de tener un concepto integral del Estado, aunque a veces parezca todo lo
contrario. Mientras que pactar con nacionalistas y/o independentistas dé la
sensación que sea hacerlo con alguien que ni tiene estima por el “Estado
español”, como dicen ellos, ni les preocupa lo más mínimo lo que pueda suceder
en un ámbito territorial que no sea el suyo.
De todos modos, tampoco
hay que sacar las cosas de quicio y este acuerdo, aunque importante, no deja de
ser coyuntural, y ni se va a quebrar la legalidad ni se va a romper España.
Pero, eso sí, los profetas de la catástrofe van a encontrar argumentos de
sobras para anunciar la apocalipsis. De hecho, ya hemos tenido alguna
demostración en los discursos y declaraciones en el día de la Constitución.
Con el tiempo veremos
si se han sentado las bases para una nueva mayoría o estamos ante un acuerdo
puntual. De momento, con los Presupuestos aprobados la derecha y la
ultraderecha ya se pueden ir preparando para una larga travesía del desierto
porque este Gobierno, lejos de ser arrasado por la pandemia, es muy posible que
pueda acabar la legislatura con relativa tranquilidad. Quizás por eso, como les
dijo la portavoz parlamentaria del PSOE, Adriana Lastra: “Abandonen toda
esperanza. Hay Gobierno para muchos años”.
Aunque no soy creyente,
ojalá que Dios la oiga.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 08/12/20
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