Se empieza a ver una luz muy
tenue al final del túnel. Tenue pero luz al fin y al cabo. Porque dicen
nuestros gobernantes que en el primer trimestre de 2021 empezará la campaña de
vacunación de la Covid 19. De todas formas y según los expertos, no podremos
respirar tranquilos hasta que no se haya vacunado el 70% de la población y eso
no ocurrirá, siendo optimistas, hasta bien entrado el verano o principios del
otoño.
Para entonces, volveremos a la
normalidad, nueva normalidad dicen algunos. Esto es, calles llenas de gente,
escapadas de fin de semana, bares y restaurantes repletos y hasta, poco a poco,
volverá el turismo y todo sin restricciones y sin la obligación de llevar las
molestas mascarillas.
Pero nada será igual, la era
del apogeo ha llegado a su fin. La movilidad incesante no será como la hemos
conocido hasta ahora; nuestra vida será más virtual y el sistema económico,
basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento,
se transformará en otro menos interconectado. Adquirirá más valor el producto
de cercanía y se tendrá muy en cuenta la proximidad de lo que consumimos.
Eso no significa que vayamos a
pasar a un localismo a pequeña escala. La población humana es demasiado
numerosa como para que la autosuficiencia sea viable. Además, la mayor parte de
la humanidad no está dispuesta a regresar a comunidades pequeñas y cerradas
como ocurría tiempo atrás. Pero la hiperglobalización de las últimas décadas
tampoco va a volver. El coronavirus ha evidenciado las debilidades de nuestro
sistema y ha puesto en jaque al capitalismo neoliberal.
Esta crisis ha demostrado que
el liberalismo no sirve para nuestro modelo de sociedad porque su filosofía
conlleva la disolución de las fuentes tradicionales de cohesión social con la
falsa promesa de un aumento del nivel de vida material. La catástrofe que
estamos viviendo nos enseña que o salimos todos juntos o aquí no se salva
nadie.
La expansión económica no es
sostenible de manera indefinida. Por eso, de seguir con ese expansionismo se
agravará el cambio climático y convertiremos el planeta en un vertedero. No
obstante, no hay que perder de vista la desigualdad entre los distintos niveles
de vida, el crecimiento demográfico y las crecientes rivalidades geopolíticas
por lo que el crecimiento cero también es insostenible.
En este contexto, está por ver
si la Europa que hemos conocido hasta ahora soporta el nuevo paradigma. Durante
mucho tiempo la UE ha estado muy cómoda en las relaciones internacionales. EE.UU,
mediante la OTAN le proporcionaba un espacio de confort; pero esa situación se
ha ido deteriorando y a día de hoy la “Unión necesita aprender a utilizar el
lenguaje del poder, enseñando los dientes cuando haga falta”, como dijo semanas
atrás el Alto Representante Josep Borrell. Y eso significa, entre otras cosas,
adoptar medidas que no gusten a otras potencias, como por ejemplo gravar a las
empresas digitales (estadounidenses) o las importaciones producidas con alto
contenido de carbón (chinas)
Ahora bien, para que eso sea
posible, es necesaria una mayor cohesión interna y saldar las cuentas
pendientes que hay entre estados miembros, y eso solo será posible si el fondo
de reconstrucción empieza y funcionar y el dinero fluye porque se están
viviendo situaciones al límite.
La UE ha de dotarse de los
instrumentos necesarios para proteger de manera efectiva la soberanía, desarrollar
una autonomía estratégica y no tenerse que doblegar a los intereses de otras
potencias, pero para eso es preciso que se defina un “interés europeo”.
Generar autonomía estratégica
significa vincular la economía, el comercio, las finanzas y la tecnología con
la geopolítica, como hacen las otras potencias. Europa no puede ser ni el
pariente pobre ni el hermano pequeño de EE.UU ni de Rusia. Por consiguiente
hemos de desarrollar sistemas propios de autoprotección en todos los ámbitos.
Ya sea para enfrentar las amenazas que tienen que ver con la ciberseguridad y
la desinformación como para tener la suficiente capacidad de someter a los
controles que se consideren necesarios las inversiones externas, así como
fiscalizar de manera eficaz las ayudas de estado a empresas extranjeras.
Sintetizando mucho porque no
hay espacio para más, considero que si la UE quiere ganar peso en el concierto
internacional deberá hacer pivotar su fuerza sobre dos ejes vertebradores. Uno,
debería ser utilizar el euro y la política comercial como herramientas
geoeconómicas y desarrollar una nueva política industrial capaz de volver a crear
empresas líderes en sectores de vanguardia, especialmente dedicados a la digitalización
y la sostenibilidad. El otro eje que le haría ser una potencia serían las
alianzas estratégicas con países como Canadá, Japón, Australia e incluso Gran
Bretaña. No se trata de mantenerse en la equidistancia entre China y EE.UU,
cultural y socialmente estamos mucho más próximos a EE.UU que China, pero la UE
ha de tener perfil propio porque el orden internacional cada vez será menos
exquisito y por eso se hace cada vez más necesaria una política exterior mejor
definida. De no hacerlo, Europa puede acabar contando para el resto solo como
el gran geriátrico del mundo, donde los más ricos vienen a pasar sus últimos
años para disfrutar de nuestra cultura, nuestra sanidad y de nuestras buenas
costumbres sociales.
Y, con todo el respeto por la
geriatría, creo que nos merecemos algo más. Mucho más.
Bernardo Fernández
Publicado en e noticies
01/12/20
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