02 de desembre 2020

LA UE DESPUÉS DE LA PANDEMIA


 

Se empieza a ver una luz muy tenue al final del túnel. Tenue pero luz al fin y al cabo. Porque dicen nuestros gobernantes que en el primer trimestre de 2021 empezará la campaña de vacunación de la Covid 19. De todas formas y según los expertos, no podremos respirar tranquilos hasta que no se haya vacunado el 70% de la población y eso no ocurrirá, siendo optimistas, hasta bien entrado el verano o principios del otoño.

Para entonces, volveremos a la normalidad, nueva normalidad dicen algunos. Esto es, calles llenas de gente, escapadas de fin de semana, bares y restaurantes repletos y hasta, poco a poco, volverá el turismo y todo sin restricciones y sin la obligación de llevar las molestas mascarillas.

Pero nada será igual, la era del apogeo ha llegado a su fin. La movilidad incesante no será como la hemos conocido hasta ahora; nuestra vida será más virtual y el sistema económico, basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento, se transformará en otro menos interconectado. Adquirirá más valor el producto de cercanía y se tendrá muy en cuenta la proximidad de lo que consumimos.

Eso no significa que vayamos a pasar a un localismo a pequeña escala. La población humana es demasiado numerosa como para que la autosuficiencia sea viable. Además, la mayor parte de la humanidad no está dispuesta a regresar a comunidades pequeñas y cerradas como ocurría tiempo atrás. Pero la hiperglobalización de las últimas décadas tampoco va a volver. El coronavirus ha evidenciado las debilidades de nuestro sistema y ha puesto en jaque al capitalismo neoliberal.

Esta crisis ha demostrado que el liberalismo no sirve para nuestro modelo de sociedad porque su filosofía conlleva la disolución de las fuentes tradicionales de cohesión social con la falsa promesa de un aumento del nivel de vida material. La catástrofe que estamos viviendo nos enseña que o salimos todos juntos o aquí no se salva nadie.

La expansión económica no es sostenible de manera indefinida. Por eso, de seguir con ese expansionismo se agravará el cambio climático y convertiremos el planeta en un vertedero. No obstante, no hay que perder de vista la desigualdad entre los distintos niveles de vida, el crecimiento demográfico y las crecientes rivalidades geopolíticas por lo que el crecimiento cero también es insostenible.

En este contexto, está por ver si la Europa que hemos conocido hasta ahora soporta el nuevo paradigma. Durante mucho tiempo la UE ha estado muy cómoda en las relaciones internacionales. EE.UU, mediante la OTAN le proporcionaba un espacio de confort; pero esa situación se ha ido deteriorando y a día de hoy la “Unión necesita aprender a utilizar el lenguaje del poder, enseñando los dientes cuando haga falta”, como dijo semanas atrás el Alto Representante Josep Borrell. Y eso significa, entre otras cosas, adoptar medidas que no gusten a otras potencias, como por ejemplo gravar a las empresas digitales (estadounidenses) o las importaciones producidas con alto contenido de carbón (chinas)

Ahora bien, para que eso sea posible, es necesaria una mayor cohesión interna y saldar las cuentas pendientes que hay entre estados miembros, y eso solo será posible si el fondo de reconstrucción empieza y funcionar y el dinero fluye porque se están viviendo situaciones al límite.

La UE ha de dotarse de los instrumentos necesarios para proteger de manera efectiva la soberanía, desarrollar una autonomía estratégica y no tenerse que doblegar a los intereses de otras potencias, pero para eso es preciso que se defina un “interés europeo”.

Generar autonomía estratégica significa vincular la economía, el comercio, las finanzas y la tecnología con la geopolítica, como hacen las otras potencias. Europa no puede ser ni el pariente pobre ni el hermano pequeño de EE.UU ni de Rusia. Por consiguiente hemos de desarrollar sistemas propios de autoprotección en todos los ámbitos. Ya sea para enfrentar las amenazas que tienen que ver con la ciberseguridad y la desinformación como para tener la suficiente capacidad de someter a los controles que se consideren necesarios las inversiones externas, así como fiscalizar de manera eficaz las ayudas de estado a empresas extranjeras.

Sintetizando mucho porque no hay espacio para más, considero que si la UE quiere ganar peso en el concierto internacional deberá hacer pivotar su fuerza sobre dos ejes vertebradores. Uno, debería ser utilizar el euro y la política comercial como herramientas geoeconómicas y desarrollar una nueva política industrial capaz de volver a crear empresas líderes en sectores de vanguardia, especialmente dedicados a la digitalización y la sostenibilidad. El otro eje que le haría ser una potencia serían las alianzas estratégicas con países como Canadá, Japón, Australia e incluso Gran Bretaña. No se trata de mantenerse en la equidistancia entre China y EE.UU, cultural y socialmente estamos mucho más próximos a EE.UU que China, pero la UE ha de tener perfil propio porque el orden internacional cada vez será menos exquisito y por eso se hace cada vez más necesaria una política exterior mejor definida. De no hacerlo, Europa puede acabar contando para el resto solo como el gran geriátrico del mundo, donde los más ricos vienen a pasar sus últimos años para disfrutar de nuestra cultura, nuestra sanidad y de nuestras buenas costumbres sociales.

Y, con todo el respeto por la geriatría, creo que nos merecemos algo más. Mucho más.

 

Bernardo Fernández

Publicado en e noticies 01/12/20

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