El tema se ha vuelto
recurrente. Cada vez que los medios de comunicación airean alguna presunta
irregularidad fiscal del rey emérito, no falta quien plantea la necesidad de
cambiar el modelo político del Estado. Por eso, ahora que la fiscalía ha
abierto una investigación por posible blanqueo de capitales a Juan Carlos de
Borbón, veremos como no tardará alguien en salir pidiendo la abolición de la
Monarquía.
Desde luego la cuestión no es
menor porque en función de cómo sea la Jefatura del Estado, así será la
arquitectura institucional del país. En consecuencia, considero que antes de
lanzarnos a opinar, sin más, sobre un tema tan sensible, deberíamos hacer una
reflexión sosegada y sin apriorismos, con todos los pros y contras sobre la
mesa.
No es fácil tener una visión
de conjunto sobre lo que piensa la sociedad española del tema Monarquía o
república. Pero resulta interesante comprobar que lo que emerge cuando se toca
el tema de la Corona es la calidad democrática de la institución. La ciudadanía
suele identificar calidad democrática con república. Quizás porque se asocia la
democracia con los valores republicanos, entendidos estos en el sentido del
republicanismo cívico. Sin embargo, cuando se pone como modelos de república
las existentes en lugares como China, Turquía o Venezuela el reconocimiento
desciende de manera más que considerable. En ese contexto, son las monarquías
parlamentarias, como las de Noruega, Suecia u Holanda las más apreciadas por la
gente de a pie.
Es evidente que existen
monarquías más avanzadas, en todos los sentidos, que algunas repúblicas que
carecen de los mínimos estándares de democracia, y al revés: repúblicas con
unos niveles de progreso, libertad y bienestar envidiables, frente a sistemas
monárquicos casi medievales.
En buena medida la calidad
democrática de un país se define por los mecanismos de control que existen
sobre los representantes y responsables políticos y como se ejerce el control y
la rendición de cuentas.
En nuestro país la Ley 19/2013
de Transparencia y Acceso a la información Pública y Buen Gobierno se aplica a
los altos cargos del Poder Ejecutivo, los poderes Legislativo y Judicial, así
como a otros órganos ya sean nacionales o regionales. Esta normativa se aplica
también a la Casa de su Majestad el Rey. Sin embargo, y aquí surge una gran
incongruencia, nada hay sobre la declaración pública de actividades, bienes y
patrimonio de la Familia Real. Ante este flagrante sin sentido, resulta
imprescindible que de manera urgente se legisle para que la Monarquía
parlamentaria esté sujeta a los mismos controles y régimen de obligaciones que
se aplican al presidente del Gobierno, ministros y demás responsables de la
cosa pública. El Rey, como representante de la máxima institución del Estado,
no puede quedar fuera de las normas de transparencia, claves en las democracias
de calidad.
La Monarquía es una forma de
política sutil y muy delicada. La Jefatura del Estado se ejerce por los
miembros de una familia en régimen de monopolio. Ese privilegio solo se puede
entender de manera democrática si esa familia se singulariza por su exquisitez
moral, el prestigio ganado a pulso, el reconocimiento de haber prestado grandes
servicios a la comunidad, la ejemplaridad y la transparencia en el
comportamiento de todos sus miembros con respecto a la sociedad en la que
reinan.
Estas virtudes son exigibles a
todos y cada uno de los miembros de la Dinastía. Por eso, la forma de proceder
rey emérito, que hemos conocido en los últimos tiempos, es muy poco acorde con
su dignidad y está poniendo en jaque la continuidad de la Dinastía que encarna
su hijo y sucesor, Felipe VI.
Cada país tiene su historia. Y
no debemos olvidar que la Monarquía que reina en España fue una imposición del
franquismo que los partidos de izquierdas mayoritarios tuvieron la inteligencia
de aceptar como un mal menor para llegar a la democracia. Entonces, pocos
pensaban que la Corona llegaría a consolidarse. Sin embargo, y contra pronóstico,
Juan Carlos I supo ganarse a la ciudadanía y hacer que mucha gente se
convirtiera al “juancarlismo”.
Ya sé que hablar bien del
pasado está muy desacreditado en la actualidad, pero el triángulo Monarquía
parlamentaria, bipartidismo imperfecto y Estado de las autonomías, con luces y
sombras, nos han dado más de treinta años de estabilidad política y progreso. Ahora
ese ciclo está agotado y el Estado de las autonomías necesita una buena puesta
a punto, el bipartidismo ha sido sustituido por un multipartidismo mucho más
imperfecto que el primitivo bipartidismo y la Monarquía necesita reciclase y
ponerse al día si no quiere quedarse por el camino.
Estoy convencido que más
pronto o más tarde tendremos que pronunciarnos como sociedad madura que somos
sobre el modelo de Estado que queremos. Pero mientras eso no ocurre, tengo la
sensación que entre la crisis económica que aún no hemos superado, la pandemia
del Covid 19 con todo lo que lleva aparejado, los movimientos secesionistas y
otras bagatelas diversas, estamos en medio de una tormenta intentando cruzar un
océano; y entonces me viene a la cabeza aquel adagio que nos recuerda que no es
aconsejable cambiar de caballo mientras se cruza un río.
Y no deberíamos perder de
vista que lo que nos conviene es una democracia de excelente calidad para
España. Porque como dice un popular adagio oriental, no importa que el gato sea
blanco o negro lo que cuenta es que cace ratones.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
10/11/20
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