La pandemia generada por la Covid 19 ha hecho evidente la fragilidad de los sistemas sanitarios y de protección social en todo el mundo. Todos los países, sin excepción, se han visto desbordados por un virus de origen desconocido, pero, de forma especialmente descarnada, occidente. Quizás porque aquí pensábamos que vivíamos en un estadio superior. Craso error.
Por eso, que en pleno siglo
XXI con todos los avances científicos y tecnológicos que tenemos a nuestra
disposición, un germen nos haya puesto contra las cuerdas de la forma que lo ha
hecho este, delata la debilidad de nuestras coberturas. Esta situación nos debería
hacer reflexionar sobre la endeblez de nuestra organización, primero y
conjurarnos, después, para que cosas así no vuelvan a suceder jamás.
Antes de que la pandemia
llamara a la puerta, estábamos intentado acabar de salir de la crisis de 2007.
Una crisis que nos había dejado un capitalismo mucho más desregulado, una
ideología hegemónica que entiende que hay que mimar a los que más tienen porque
son los que crean empleo y una aceptación acrítica que perpetúa las diferencias
de partida. Además, también, nos ha dejado un debilitamiento sistemático de la
educación y la sanidad, jaleado a menudo por los medios de comunicación
públicos que, con sospechosa frecuencia,
se pronuncian a favor de lo privado, a la vez que niegan el conflicto
social existente y apuestan por la desmovilización política de la sociedad.
La socialdemocracia, por lo
general, siempre ha intentado adaptarse a los tiempos. Pero es verdad que, en
ocasiones, las adaptaciones no han sido demasiado afortunadas. Baste recordar, como ejemplo, la tercera vía
de Toni Blair y su escudero Anthony Giddens; que fue, en muchos aspectos, la negación
de algunas de las esencias del socialismo.
Sin embargo, ahora, con el paisaje de catástrofe bíblica que nos está
dejando la pandemia, la socialdemocracia, si se saben conjugar los diversos
factores que están sobre la mesa, tiene un rol muy potente a desarrollar.
Para empezar, el proyecto
socialdemócrata, debe dotar al sistema sanitario de los medios humanos,
técnicos y económicos suficientes para que sea el epicentro de una red de
protección social que dé certeza de seguridad a la ciudadanía ante situaciones
sobrevenidas. Hay que repensar los sistemas de redistribución de rentas. No se
puede tolerar que la brecha entre ricos y pobres se vaya agrandando de forma
continuada. Para paliar esa anomalía hay que entender que la formación y la
cultura, entre otras, también pueden ser herramientas muy importantes a
utilizar en la política distributiva y, por lo tanto, habrá que trabajar en esa
dirección.
Estos días se va a poner en
marcha la mesa de diálogo social para abordar la reforma laboral. En ese
contexto, el Gobierno de coalición tiene un largo camino por recorrer. Por eso,
haría bien, para empezar, en poner sobre la mesa la redefinición de los derechos
laborales, teniendo en cuenta el nuevo marco productivo que viene dado por las
nuevas tecnologías. Se debería estudiar una reestructuración de la FP para
facilitar a los jóvenes la incorporación al mercado laboral. Y no se debería
descartar, de entrada, hablar del contrato único u otra fórmula que reduzca la
dualidad contractual (indefinido-temporal) que lastra nuestro mercado laboral.
Los fondos de reconstrucción
europeos van a suponer un balón de oxígeno inmejorable para poner en marcha la
transformación digital y la transición ecológica. Pero, con ser necesarios, no
serán suficientes porque el dinero no cae del cielo y las políticas públicas no
son gratis. Por lo tanto, será necesario un sistema fiscal que además de ser
progresivo genere los suficientes recursos. Y eso, está en las antípodas de los
planteamientos de la derecha de nuestro país que postulan la bajada de
impuestos como un fin en si mismo. El sistema en su conjunto precisa una
revisión en profundidad porque varias de las figuras existentes deben ser
modificadas, ya sea en la definición de la base imponible o en las deducciones.
Además, hay que considerar seriamente la creación de nuevas figuras impositivas
como respuesta a la economía global y digitalizada, como ya se está empezando a
hacer en algún que otro país europeo; pero con más valentía. Hay que establecer
mecanismos que graven las transacciones financieras que sean meramente
especulativas; de esa forma, se podrá avanzar hacia una economía más verde. Y,
desde luego, lo que no puede esperar más es la mejora de la gestión tributaria,
la lucha contra el fraude y la economía sumergida; lamentablemente en España
estamos muy lejos de cumplir los requisitos mínimos de eficacia y respeto con
el Estado de derecho.
El proyecto socialdemócrata ha
de embridar al mundo de la economía y las finanzas para que estén supeditadas a
la política y no al revés, como viene ocurriendo hasta la fecha. Ese renovado
proyecto socialdemócrata debe ser, sobre todo, una alternativa realista, más
justa e integradora de lo que hemos tenido hasta ahora. Se ha de generar ilusión
y credibilidad para reenganchar a las clases medias y populares a la política,
cosa que, sin ningún género de dudas, será lo más difícil.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
17/11/20
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