Ese virus que se conoce como
Covi-19, ha generado una pandemia que está ocasionando consecuencias sociales,
económicas y políticas todavía imposibles de calcular. Por eso, no son pocas
las voces, entre ellas, la del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que
piden una reedición de los Pactos de la Moncloa.
Desde luego, no sería mala
cosa llegar a acuerdos y pactos que facilitasen la salida del pozo en que nos
ha hundido el coronavirus. Ahora bien, hemos de tener cuenta que, aunque nos
encontremos, ante una emergencia nacional, como en 1977, que es cuando se
firmaron aquellos pactos, los contextos social, político y económico, de
entonces y ahora, son muy diferentes.
En aquella época la UCD, de
Adolfo Suárez, disponía de una cómoda mayoría parlamentaria, el problema más
acuciante era la situación económica, España estaba en suspensión de pagos, la
inflación rondaba el 30% y el paro no dejaba de aumentar. Eso hizo que
políticos tan diferentes e incluso antagónicos como Fraga Iribarne, Santiago
Carrillo, Felipe González o Miquel Roca, sólo por citar algunos nombres,
renunciaran a parte de sus postulados para favorecer el interés general
mediante el acuerdo.
Por eso, desde la derecha tardo
franquista representada por Alianza Popular hasta el Partido Comunista, pasando
por diferentes formaciones socialistas, nacionalistas vascos y catalanes
entendieron que no se saldría de aquel atolladero si no se llegaba a un gran
pacto de todas las fuerzas políticas y sociales.
Los acuerdos logrados se
reflejaron en los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Asimismo, se llevó a
cabo una reforma fiscal para que todo el mundo pagara impuestos y se elaboró,
también, el Estatuto de los Trabajadores.
En el preámbulo del acuerdo se
decía que estos pactos “recogen el fruto de una negociación entre las fuerzas
políticas españolas porque son conscientes de que la grave situación requiere
un esfuerzo común construido a base del más auténtico patriotismo…”
Aquellos pactos llevaban
implícito el reconocimiento de que ninguna ideología ni ningún partido político
contaba ni con la fuerza ni la capacidad suficiente para sacar a la sociedad de
aquella profunda crisis, en solitario.
Hoy, la crisis es igual de
grave y profunda. Sin embargo, las circunstancias son otras. Para empezar el
actual Gobierno cuenta con el soporte parlamentario de una mayoría tan exigua
como volátil. Así la gobernabilidad es muy difícil y en los tiempos que vendrán
quizás imposible.
Con este panorama de fondo, Vox
ya ha anunciado que no participará en ningún pacto y es de lamentar porque, por
muy extrema derecha que sean (y lo son), es la tercera fuerza política en el
Congreso y sus 52 diputados representan a más de 3.700.000 españoles y eso no
se puede obviar.
Por su parte, Pablo Casado
calificó la oferta de unos nuevos pactos de La Moncloa, primero como un
“señuelo” para un “cambio de régimen” y después de “trampantojo”. Y es que
Casado se alimenta ideológicamente en las ubres de FAES y, según la fundación
de José María Aznar, firmar un pacto de Estado con el “populismo chavista” es
un riesgo.
Una vez más, la derecha
ultramontana muestra su visón cortoplacista de la situación. No se dan cuenta
que para ellos está podría ser una oportunidad magnífica para poner coto al
programa del Gobierno de coalición que tanta urticaria les genera, pero ni así.
Tampoco parece que ni ERC ni
JxCat están por la labor. Todo lo que no sea hablar en exclusiva de Cataluña
les importa entre poco y nada. Resulta curioso comprobar con qué frecuencia
coinciden PP y los seudo republicanos catalanes a la hora de tomar decisiones
y/o votar. Votaron igual contra la aprobación del Estatuto de Cataluña, votaron
también no en contra de la tramitación de los PGE en enero de 2019 y ahora
ambas fuerzas políticas se niegan a sentarse a dialogar. Hay quien dice que
populares y seudorepublicanos votan igual, pero están en las antípodas
ideológicas. Yo no lo tengo tan claro.
Ahora, el concepto de Estado y
la solidaridad se hacen más imprescindibles que nunca. Necesitamos que Europa
sea solidaria con nosotros y nosotros lo hemos de ser con nuestro entorno.
En este contexto, recupera
toda su vigencia aquella frase de Winston Churchill que dice qué: “un político
es aquel que piensa en las próximas elecciones y un estadista piensa en las
próximas generaciones”.
Hace bien Pedro Sánchez queriendo
sentar a la mesa, además de las fuerzas políticas con representación
parlamentaria, a las CCAA, a los agentes sociales, empresarios y sindicatos.
Eso, puede ser, en principio, un inconveniente, pero al final una ventaja.
El inconveniente puede venir
dado porque tanto participante puede plantear un discurso cacofónico muy
difícil de armonizar. Ahora bien, si se logra establecer unos planteamientos
básicos a partir de los cuales se pueda empezar el diálogo, a los negacionistas
les resultará más difícil descolgarse.
Si el acuerdo fue posible en
1977 debería serlo también ahora. No obstante, no nos hagamos demasiadas
ilusiones. No creo que tengan la misma capacidad política, ni parecen muy
equiparables Pablo Casado con Adolfo Suárez, Pablo Iglesias con Santiago
Carrillo y, mucho menos, Quim Torra o Gabriel Rufián con Miquel Roca.
En los próximos días, líderes
políticos y agentes sociales han de mantener contactos y ver si son capaces de
constituir una mesa de diálogo; veremos entonces la voluntad real de cada uno
de ellos para llegar a acuerdos. A mi juicio, en algunos, más bien escasa. En
realidad, varios de los posibles firmantes no aspiran a otra coa que poner al
Gobierno de rodillas, mientras que otros sueñan con dinamitar el Estad.
Está claro que aquí cada uno
va a la suya… y así es imposible.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
14/0420
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada