15 d’abril 2020

SUMAR PARA RECONSTRUIR


Ese virus que se conoce como Covi-19, ha generado una pandemia que está ocasionando consecuencias sociales, económicas y políticas todavía imposibles de calcular. Por eso, no son pocas las voces, entre ellas, la del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que piden una reedición de los Pactos de la Moncloa.
Desde luego, no sería mala cosa llegar a acuerdos y pactos que facilitasen la salida del pozo en que nos ha hundido el coronavirus. Ahora bien, hemos de tener cuenta que, aunque nos encontremos, ante una emergencia nacional, como en 1977, que es cuando se firmaron aquellos pactos, los contextos social, político y económico, de entonces y ahora, son muy diferentes.
En aquella época la UCD, de Adolfo Suárez, disponía de una cómoda mayoría parlamentaria, el problema más acuciante era la situación económica, España estaba en suspensión de pagos, la inflación rondaba el 30% y el paro no dejaba de aumentar. Eso hizo que políticos tan diferentes e incluso antagónicos como Fraga Iribarne, Santiago Carrillo, Felipe González o Miquel Roca, sólo por citar algunos nombres, renunciaran a parte de sus postulados para favorecer el interés general mediante el acuerdo.
Por eso, desde la derecha tardo franquista representada por Alianza Popular hasta el Partido Comunista, pasando por diferentes formaciones socialistas, nacionalistas vascos y catalanes entendieron que no se saldría de aquel atolladero si no se llegaba a un gran pacto de todas las fuerzas políticas y sociales.
Los acuerdos logrados se reflejaron en los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Asimismo, se llevó a cabo una reforma fiscal para que todo el mundo pagara impuestos y se elaboró, también, el Estatuto de los Trabajadores.
En el preámbulo del acuerdo se decía que estos pactos “recogen el fruto de una negociación entre las fuerzas políticas españolas porque son conscientes de que la grave situación requiere un esfuerzo común construido a base del más auténtico patriotismo…”
Aquellos pactos llevaban implícito el reconocimiento de que ninguna ideología ni ningún partido político contaba ni con la fuerza ni la capacidad suficiente para sacar a la sociedad de aquella profunda crisis, en solitario.
Hoy, la crisis es igual de grave y profunda. Sin embargo, las circunstancias son otras. Para empezar el actual Gobierno cuenta con el soporte parlamentario de una mayoría tan exigua como volátil. Así la gobernabilidad es muy difícil y en los tiempos que vendrán quizás imposible.
Con este panorama de fondo, Vox ya ha anunciado que no participará en ningún pacto y es de lamentar porque, por muy extrema derecha que sean (y lo son), es la tercera fuerza política en el Congreso y sus 52 diputados representan a más de 3.700.000 españoles y eso no se puede obviar.
Por su parte, Pablo Casado calificó la oferta de unos nuevos pactos de La Moncloa, primero como un “señuelo” para un “cambio de régimen” y después de “trampantojo”. Y es que Casado se alimenta ideológicamente en las ubres de FAES y, según la fundación de José María Aznar, firmar un pacto de Estado con el “populismo chavista” es un riesgo.
Una vez más, la derecha ultramontana muestra su visón cortoplacista de la situación. No se dan cuenta que para ellos está podría ser una oportunidad magnífica para poner coto al programa del Gobierno de coalición que tanta urticaria les genera, pero ni así.
Tampoco parece que ni ERC ni JxCat están por la labor. Todo lo que no sea hablar en exclusiva de Cataluña les importa entre poco y nada. Resulta curioso comprobar con qué frecuencia coinciden PP y los seudo republicanos catalanes a la hora de tomar decisiones y/o votar. Votaron igual contra la aprobación del Estatuto de Cataluña, votaron también no en contra de la tramitación de los PGE en enero de 2019 y ahora ambas fuerzas políticas se niegan a sentarse a dialogar. Hay quien dice que populares y seudorepublicanos votan igual, pero están en las antípodas ideológicas. Yo no lo tengo tan claro.
Ahora, el concepto de Estado y la solidaridad se hacen más imprescindibles que nunca. Necesitamos que Europa sea solidaria con nosotros y nosotros lo hemos de ser con nuestro entorno.
En este contexto, recupera toda su vigencia aquella frase de Winston Churchill que dice qué: “un político es aquel que piensa en las próximas elecciones y un estadista piensa en las próximas generaciones”.
Hace bien Pedro Sánchez queriendo sentar a la mesa, además de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, a las CCAA, a los agentes sociales, empresarios y sindicatos. Eso, puede ser, en principio, un inconveniente, pero al final una ventaja.
El inconveniente puede venir dado porque tanto participante puede plantear un discurso cacofónico muy difícil de armonizar. Ahora bien, si se logra establecer unos planteamientos básicos a partir de los cuales se pueda empezar el diálogo, a los negacionistas les resultará más difícil descolgarse.
Si el acuerdo fue posible en 1977 debería serlo también ahora. No obstante, no nos hagamos demasiadas ilusiones. No creo que tengan la misma capacidad política, ni parecen muy equiparables Pablo Casado con Adolfo Suárez, Pablo Iglesias con Santiago Carrillo y, mucho menos, Quim Torra o Gabriel Rufián con Miquel Roca.
En los próximos días, líderes políticos y agentes sociales han de mantener contactos y ver si son capaces de constituir una mesa de diálogo; veremos entonces la voluntad real de cada uno de ellos para llegar a acuerdos. A mi juicio, en algunos, más bien escasa. En realidad, varios de los posibles firmantes no aspiran a otra coa que poner al Gobierno de rodillas, mientras que otros sueñan con dinamitar el Estad.
Está claro que aquí cada uno va a la suya… y así es imposible.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 14/0420

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