Siento indignación y vergüenza
cuando veo lo que sucede en el Parlament de Cataluña. Los parlamentos son, por
definición, templos de la palabra. Sin embargo, el catalán desde que cayó en
manos de la mayoría independentista, se ha convertido en una caja de resonancia
de sus caprichos, un lugar donde con frecuencia se desprecian los derechos de
las minorías y en el escenario preferido de los secesionistas para llevar a
cabo sus performances. En aquel respetable hemiciclo JxCat y ERC igual se hacen
arrumacos como dos tortolitos, que se baten en duelo para conservar el poder
unos y para lograrlo los otros, como si la Cámara catalana fuera el OK Salón.
No hace falta tirar de
hemerotecas para comprobar que no exagero. El pasado lunes, día 27, después de
que el secretario del Parlament Xavier Muro le retirara el acta de diputado a
Quim Torra, en cumplimiento de un fallo del Tribunal Supremo, los
independentistas volvieron a ofrecer un espectáculo repulsivo.
Los enfrentamientos entre las
familias secesionistas pusieron de manifiesto la división existente entre
ellos. La crispación vivida durante la sesión plenaria, no sólo afecta a la ya
maltrecha imagen del Parlament, también afecta al conjunto de instituciones
catalanas, porque se proyecta una imagen de país tercermundista incapaz de
autogobernarse. Y, como consecuencia, se pone en tela de juicio la capacidad
política de los actuales gobernantes que se muestran incapaces de gestionar de
forma adecuada una situación, ciertamente, delicada, pero a la que se ha
llegado por la chulería infantilista del máximo responsable de la Generalitat,
Quim Torra, jaleado por sus acólitos.
Hasta tal punto llegó el
desencuentro que ni fueron capaces de aprobar los presupuestos del propio
Parlament que ya habían pactado días antes. Tampoco los diputados de ERC
aplaudieron y jalearon al president como viendo siendo habitual cuando éste
finaliza una intervención.
El cruce de reproches fue tal
y el desbarajuste de tanta dimensión que el president de la Cámara, Roger
Torrent aplazó el pleno hasta la semana siguiente para intentar salvar los
muebles y poder, aunque sea de manera precaria, recomponer la unidad, al menos
de forma aparente.
Por si los sufridos ciudadanos
no habíamos tenido bastante, para el martes siguiente tenían preparado otro
show, pero con otro guion. Esta vez tocaba la comparecencia de seis de los
políticos encarcelados por la sentencia del procés, en la comisión creada en el
Parlament para investigar los efectos que tuvo la aplicación del 155.
En mi opinión, y con los
avances tecnológicos de hoy en día, hubiera sido muy razonable que hicieran sus
intervenciones por video conferencia. Sin embargo, no fue así. Tuvieron que
asistir en persona y, como no podía ser de otra forma montaron otro aquelarre
“indepe” en otro día histórico -uno más-.
Para empezar, cambiaron la
reunión del Consell Executiu, que se reúne los martes al miércoles, para que el
Govern en pleno asistiera al espectáculo. Una vez llegados los condenados al
Parlament, y tras un recibimiento popular más que discreto, por poco más de un
centenar de palmeros, fueron recibidos por los que comparten con ellos
ideología y pesebre con alfombra roja, abrazos, aplausos, vítores y toda la
parafernalia que imaginarse pueda. Sólo les faltó, a la salida, de regreso a la
cárcel, dar la vuelta al ruedo y salir a hombros. Eso sí, a falta de tradición
taurina entonaros “els segadors”.
Las declaraciones de los
comparecientes no aportaron nada nuevo: el “ho tornarem a fer” fue una
constante en todas las declaraciones y están convencidos que no hicieron nada
mal hecho y que persistirán en la autodeterminación y en otro referéndum. El
más lucido fue Oriol Junqueras, para quien estar en prisión es una inversión, y
entre otras cosas dijo que “no condicionarían nunca le diálogo por estar en la
cárcel”. También, en otro momento de su intervención, aunque se mostró escéptico
consideró que “la mesa de diálogo (con el Gobierno) es un paso adelante, porque
es la primera vez que se reconoce la existencia de un conflicto político…”
Al menos, en esta ocasión la
trifulca independentista se ha resuelto con rapidez. El pasado miércoles a
mediodía, Quim Torra entonó el canto del cisne. En una declaración
institucional trufada de insultos y amenazas a todos los que no son suyos,
suyos; anunció que la legislatura está agotada. En consecuencia, una vez
aprobados los presupuestos (algo que ocurrirá, previsiblemente, entre finales
de marzo y primeros de abril), convocará elecciones.
Ante esta sucesión de
acontecimientos, hay quien opina que el procés ha muerto. Es posible. De todos
modos, estemos preparados porque los últimos estertores pueden ser peligrosos.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
02/02/20
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