Llevamos casi ocho años con la
matraca del procés en Cataluña. En todo este tiempo, hemos pasado de un
movimiento, de apariencia, casi naif, “la revolución de las sonrisas”, a tener
que soportar acciones claramente violentas que han ido desde la provocación y
enfrentamientos con la policía, acampadas, cortes de tráfico y fuego en calles,
autopistas y carreteras, hasta sabotajes en las vías férreas. Sin olvidar actos
de vandalismo y saqueo en comercios e incluso varios intentos de abortar la
actividad en el aeropuerto internacional de El Prat. En definitiva, un
ramillete innumerable de acciones que han atentado directamente contra la
convivencia y el derecho de todos los ciudadanos a moverse con absoluta libertad.
Todo eso no ha ocurrido por
generación espontánea. Los líderes políticos que ahora quieren dialogar con el Estado
son los mismos que negaron el pan y la sal de la democracia (el diálogo) los
días 6 y 7 de septiembre de 2107 a la oposición en el Parlament. Ellos fueron
los que, durante años, caldearon el ambiente con proclamas como el “España nos
roba” “la democracia española es peor que la de Turquía”, “España es como
Corea” y otras barbaridades por el estilo.
Desde las más altas instancias
del poder se han alimentado, de forma totalmente irresponsable, grupos nada
pacíficos como los Comités de Defensa de la República (CDR). Pues bien, por si
no había bastante con esos descerebrados, en otoño de 2019 apareció un semi
misterioso Tsunami Democrático de paternidad desconocida que invitaba a
desobedecer al “Estado autoritario”, para el que personajes como el president
Quim Torra, el vicepresident Pere Aragonés o el entrenador de fútbol Pep
Guardiola pidieron soporte. Con esos antecedentes, que la violencia hiciera
acto de presencia era una cuestión de tiempo.
Llegados a este punto, la
pregunta parece obvia: ¿para qué ha servido todo eso? La respuesta también lo
es: para nada. Perdón, si ha servido. Ha servido para generar dolor y
enfrentamiento entre los ciudadanos, empobrecernos como personas y como país y,
lo que es peor, fracturar a la sociedad catalana en dos mitades.
De todas maneras, esta etapa
política se ha terminado. Lo anunció el president Quim Torra, en la declaración
institucional que llevó a cabo, en el Parlament, tras perder su acta de
diputado. y convocar elecciones, aunque sin fecha concreta, tras la aprobación
de los presupuestos. La entrevista entre el presidente del Gobierno de España y
el de Cataluña en el Palau de la Generalitat con la propuesta del primero de “La
Agenda del reencuentro”, como se ha dado en llamar al documento que Pedro
Sánchez puso encima de la mesa para empezar a negociar es, además de una
propuesta de futuro, el certificado que acredita el fin de esa nefasta etapa.
De los resultados que se den
en las próximas elecciones autonómicas y de las alianzas y/o pactos que se
puedan tejer tras esos comicios dependerá que Cataluña siga en caída libre o
empiece a recuperar, aunque sea de forma paulatina lo que se ha ido dejando por
el camino en estos años de secesionismo baladí.
La vía unilateral nos ha
llevado a la etapa más oscura de nuestra historia reciente. Hemos perdido
prestigio político y económico, además de otras muchas cosas de valor
inmaterial, como puede ser la autoestima como pueblo, por ejemplo. La parálisis
legislativa ha sido prácticamente total. La inacción de los sucesivos Governs
secesionistas ha ido escandalosamente en aumento y eso ha hecho que nuestro
nivel de vida descendiera. Hoy los servicios públicos como la Sanidad o la
Enseñanza y las prestaciones sociales en general son peores que hace ocho años.
Todos los Ejecutivos independentistas, que tan esplendidos y generosos han sido
abriendo embajadas y subvencionando entidades de su cuerda ideológica, se han
mostrado incapaces de revertir los recortes que puso en práctica Artur Mas.
Nos han hecho perder mucho
tiempo, muchas energías y mucho de todo, a cambio no se ha ganado nada. La
independencia se ha demostrado imposible y la unilateralidad impracticable.
Separar de un día para otro y de manera abrupta lo que ha estado unido durante
siglos no es viable. A no ser que se asalten los palacios de invierno. La
segregación genera inquietud y rechazo tanto dentro de casa como en nuestro
entorno geopolítico. Entre nosotros porque somos muchos más los ciudadanos que
estamos por el pacto y el acuerdo con el resto de España que los que prefieren
la ruptura. En Europa el secesionismo inquieta porque se percibe como una quiebra
del bienestar existente y suscita el temor de que pueda producirse el efecto
dominó en otros lugares con similitudes con Cataluña.
Todo esto, no significa que el
independentismo como ideología no pueda tener su espacio político, pero sus
defensores han de tener la capacidad de desarrollar el diálogo dentro de los
cauces democráticos y con el máximo respeto a la convivencia, la Constitución y
el Estatuto de Autonomía. Pero ya está bien de tanto ruido, tanto jaleo y tanto
exabrupto. Ha quedado meridianamente claro que por esos caminos se acaba
generando violencia y se quiebra la cohesión social que es, a mi modo de ver,
el valor más preciado que como sociedad teníamos en Cataluña y, más pronto que
tarde, lo hemos de recuperar.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
10/02/20
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