El Sea Watch 3 es un barco
propiedad de una organización humanitaria capitaneado por Carola Rakete, una
joven de treinta y un años, que llevaba diecisiete días a la deriva en el
Mediterráneo con 40 inmigrantes rescatados en el mar con pocos víveres, poca
agua y menos medicamentos. Por si fuera poco, algunos de los rescatados
presentaban serios problemas de salud. La situación a bordo empezaba a ser
dramática. En esas circunstancias, la capitana tomó una decisión: dirigirse a
la isla italiana de Lampedusa y atracar en su puerto.
La pregunta es obvia: ¿por qué
no lo hizo antes? La respuesta también: porque el ministro del interior
italiano y líder de La Liga, el filofascista Matteo Salvini, había amenazado
con una “posible condena de 10 años de cárcel y una multa de 50.000 euros a los
que se atrevan a llegar a las costas de su país con inmigrantes”.
No habían pasado ni
veinticuatro horas cuando otro navío de otra ONG desembarcaba 41 personas en
condiciones casi idénticas a las que llevó Carola Rackete. A Salvini le ha
salido el tiro por la culata porque el valiente gesto de Rackete ha servido
para que otros barcos siguieran el camino del Sea Watch 3. Pero es que además
la jueza de vigilancia desestimó lo cargos contra la capitana y la dejó en
libertad.
Por si fuera poco, a las pocas
horas, otra nave, esta con 65 inmigrantes pidió también atracar en un puerto
italiano, pero fue desviada a Malta que en principio se negó a acogerla. Tras
algunas negociaciones las autoridades maltesas aceptaron que atracara a cambio
de que los inmigrantes fueran acogidos en otros países de la UE.
Actos como estos impresionan
por lo que tienen de valentía y determinación personal y, a la vez, rechazo a
unas leyes arbitrarias e injustas. Y el mero hecho de que unas personas hayan
salvado la vida ya merece la pena. No hay duda.
No obstante, si los europeos
no somos capaces de integrar como seres humanos a los que huyen a la
desesperada y que tienen todo el derecho del mundo a labrase un futuro,
habremos fracasado como sociedad.
Esa gente, en su gran mayoría,
son personas que han de dejar países gobernados por clanes corruptos, lugares
donde el hambre, la represión, el desprecio a la vida, la miseria, la guerra y
el miedo son el pan nuestro de cada día. Por eso, han de abandonar el sitio en
que nacieron, sus familias, sus amigos y buscar en el Viejo Continente un lugar
al sol.
La alta esperanza de vida y la
baja natalidad están convirtiendo a Europa en un inmenso geriátrico. En
consecuencia, necesitemos mano de obra inmigrada que con sus aportaciones haga
sostenible nuestro modelo social. Y eso, es diametralmente opuesto al discurso
xenófobo y racista que están haciendo los movimientos populistas liderados por
personajes como Matteo Savini, Marine Le Pen, Víctor Orban o Donald Trump,
entre otros, y fíjense que todos ellos llevan inoculado en su ADN político,
fuertes dosis de nacionalismo.
Si no sucede ningún
imprevisto, a principios del próximo otoño Josep Borrell, actual ministro en
funciones de Asuntos Exteriores del Gobierno de España, será nombrado alto
representante para la Política Exterior de la UE, cargo conocido coloquialmente
como Míster PESC, responsabilidad que ya desempeñó años atrás Javier Solana,
pero que con el paso del tiempo ha ido asumiendo nuevas competencias.
El socialista
catalán deberá, homogeneizar tanto como sea posible las políticas migratorias
de los diversos Estados de la UE, para poder desarrollar un plan estratégico que
favorezca el crecimiento en África, con especial atención a los países del
Magreb y del Sahel. El objetivo es tratar de evitar que miles de personas que
intentan la travesía hacia Europa arriesguen sus vidas en el Mediterráneo y
sean acogidas en centros de países como Libia. De forma simultánea, se quiere
luchar contra el negocio de las mafias que trafican con seres humanos en esa
parte del mundo.
Ante esta situación, todos
tenemos la obligación de asumir un compromiso activo en la defensa de los
valores que caracterizan nuestra historia, nuestra cultura y nuestra forma de
ser: la igualdad, la fraternidad y la justicia social. Resulta lamentable que
algunos Gobiernos consideren a los cooperantes casi como delincuentes y no como
buena gente que se juegan la vida por salvar la de otros. Iniciativas como las
de Carola Rakete, Oscar Camps, fundador de Open Arms y tantos y tantos otros
son merecedoras de toda la admiración y todo el respeto por lo que tienen de
audaces, valientes y solidarias. Sin embargo, son insuficientes si no están
implementadas por todo un acompañamiento de medidas que hagan posible una
inclusión plena de esos seres humanos en nuestras sociedades. Y eso, en primera
instancia, es potestad de las instituciones. Ahora bien, no vale eludir
responsabilidades y, en ese contexto, nosotros tenemos mucho que decir y hacer.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
15/07/19
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