Señor indeciso: según un
estudio del CIS, hecho público hace un par de semanas, usted forma parte de una
legión de ciudadanos que aún no han decidido si irán a votar en las elecciones
generales del próximo 28 de abril y, si va, por quien lo van a hacer.
Son ustedes más del 40% de las
personas con derecho a voto en esos comicios. La cifra inquieta porque son diez
puntos más que en 2016 y se equipara con los indecisos de 2015 que fue el
récord desde los años noventa. O, dicho de otro modo: unos quince millones de
personas aún no han tomado una decisión.
Desde luego razones no les
faltan: corrupción, falta de liderazgos sólidos, inexistencia de auténticos
hombres de Estado, promesas incumplidas… En definitiva, el alejamiento de los
políticos de los verdaderos problemas de los ciudadanos ha generado la
desafección a la política. Las consecuencias son evidentes: la indiferencia y la indecisión que a menudo se
acaba convirtiendo en abstención.
Sorprende la diferencia de
orígenes socio políticos de los integrantes de ese macro club del no sabe no
contesta. Quienes más reticentes se muestran son los jóvenes de menos de 24
años. Lo mismo ocurre con las mujeres. Sin embargo, las estadísticas nos dicen
que al final los jóvenes votan menos y las mujeres igualan en porcentaje de
votación a los hombres.
Resulta llamativo que la
indecisión gane adeptos entre gente con estudios. En 2008 los indecisos se
repartían por igual entre gente con formación o sin ella. En cambio, desde 2015
se está detectando un fuerte aumento de las personas que no sienten “ningún
interés por la política” entre votantes potenciales con mayor nivel académico.
La política tiene razón de ser
cuando sirve para mejorar la vida de las personas; si no, no es política, es
otra cosa. Lo estamos padeciendo en primera persona con propuestas no solamente
imposibles, sino, también, excluyentes. Ha llegado el momento de pasar página y
apostar por un proyecto integrador.
Es preciso que el próximo 28-A
elijamos a unos gobernantes que se marquen como objetivo la calidad en la
sanidad y en la educación, que crean en la innovación con la misma intensidad
que en la justicia social. Necesitamos que las pensiones de los mayores además
de ser dignas estén garantizadas. De la misma manera que necesitamos y queremos
a las mujeres en igualdad con los hombres.
Nuestro país se ha de abrir al
mundo y hemos de hacerlo basados en la igualdad y la justicia social. Si
queremos afrontar los grandes retos de la sostenibilidad y la globalización,
solo con políticas públicas de calidad y fuertes inversiones en I+D+i, podremos
aspirar al éxito.
La visión reduccionista de las
amnistías fiscales a aquellos que nos defraudaron a todos; al igual que las
reformas laborales que solo favorecen al empresariado rancio y sin capacidad de
renovación no tienen viabilidad alguna. No podemos volver al pasado, ahora nos
toca encarar el futuro.
Hay quien dice que estas
elecciones son las más importantes que hemos tenido nunca. Todas lo son porque
de un modo u otro nos marcan el camino a seguir. Cada una en su ámbito. Incluso
en las que se escoge al representante de la comunidad de vecinos tienen su
importancia. Como se elija a un plasta obsesionado en reformar la fachada y adornar
la escalera estaremos apañados, nos dará el año.
Pue bien, algo parecido puede
suceder si escogemos a unos individuos para que nos gobiernen con mentalidades
retrogradas. Nos retrotraerán a la España casposa y mojigata. La ley del aborto
de 1985, las mujeres atadas a la pata de la cama, una buena sanidad para quien
se la pueda pagar, más pobreza, más precariedad y hasta un 155 indefinido si
genera rentabilidad partidista, son el armazón del programa electoral que
presentan en estas elecciones.
Por todo eso señor votante
indeciso, le pido que lo piense tanto como quiera, pero que el 28-A vaya a
votar y vote pensando en el futuro, no pensando en aquella España de charanga y
pandereta que pasó y nunca más ha de volver.
Confío en usted y espero que
no me defraude.
Atentamente.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
23/04/19
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