Los resultados de las
elecciones andaluzas, celebradas el pasado 2 de diciembre, vinieron a quebrar
el ya de por sí débil statu quo político español.
Para empezar, conviene tener
claro que en los malos resultados de los socialistas andaluces tienen mucho que
ver con la baja participación de la ciudadanía en esos comicios. Ocasionada,
muy probablemente, por el hartazgo de treinta y seis años de gobiernos del
mismo color.
El batacazo sufrido por Susana
Díaz y los suyos es incuestionable. No obstante, no podemos perder de vista que
enmascara el no menos fracaso del PP en las urnas. Los populares, en 2015, con
algo más de 1.000.000 de votos obtuvieron 33 escaños. Ahora, han sacado 26
diputados pese a perder más de 300.000 sufragios. Mientras que Vox sin llegar a
los 400.000 votos, prácticamente los mismos que pierde el PP, obtiene 12
escaños.
Esta aparición de la extrema
derecha ha producido un cierto estruendo tanto en los medios de comunicación
como en los cenáculos políticos.
Desde luego, parece evidente
que la memoria del ser humano es débil. Nos hemos olvidado ya de personajes
como Blas Piñar, Ricardo Sanz de Inestrillas y toda aquella patulea. Que no
obtuvieran buenos resultados en las urnas no significa que en España no
existiera la externa derecha. Ellos y/o sus sucesores han seguido perseverando
hasta llegar a Vox. Y si hasta ahora han sido casi invisibles en el horizonte
político, en parte es obra de José María Aznar.
En efecto, si algo positivo
hizo Aznar al frente del PP fue aglutinar a toda la derecha social y política
que había en España, bajo un mismo paraguas, que desde la transición andaba
dispersa y desmotivada. Y lo más importante: quitarles el complejo de serlo.
Desde la Transición, y con los
diversos gobiernos de izquierdas, ser de derechas en nuestro país, no diré que
estuviera mal visto, pero no se llevaba, sobre todo en las grandes ciudades. En
el año 1996, y con la llegada del PP al gobierno las cosas empiezan a cambiar,
pero la eclosión del conservadurismo se produce en el año 2000 con la mayoría
absoluta de Aznar.
Ya, en 2004, con los atentados
de Atocha y la llegada del PSOE, de nuevo al gobierno, a la derecha le vuelven
las horas bajas y la desmoralización. Sin embargo, quién lo iba a decir, la
crisis económica, ante la falta de respuestas de la izquierda, los pone de
nuevo en órbita. Pero esta vez con alguien que ni es un líder ni pretende
serlo, Mariano Rajoy. Es, a partir de ese momento, cuando los de derecha
extrema, poco a poco, pero de forma constante, y favorecidos por los aires que
viene de Europa, se hacen mayores, se emancipan y vuelan por su cuenta. Ahora,
en Andalucía, han encontrado su caldo de cultivo y ahí están. Lo malo de todo
esto es que han venido para quedarse.
Bien es verdad que los
resultados del pasado 2-D, no tienen porqué repetirse de forma mimética ni en
todas las comunidades autónomas (CCAA), ni en todos los procesos electorales. No
obstante, deberemos irnos acostumbrando a su presencia y a algo mucho peor: las
concesiones que les ha hecho lo que es supone que es la derecha civilizada y
democrática para gobernar en una CCAA.
PP y Vox son vasos
comunicantes. De hecho, personajes como el exasesor de Aznar, Rafael Bardají,
hoy están en la dirección del partido de Alberto Abascal. El propio Abascal
trabajó para FAES y, también, para Esperanza Aguirre. Incluso Alex
Vidal-Quadras, antiguo peso pesado del PP en Cataluña está en la sala de mando
de Vox.
Por eso, a los populares les
ha costado muy poco asumir como propio el discurso de Vos en materias, tan
fundamentales, como economía, familia, cultura y educación.
Además, a juzgar por los
acontecimientos, las ideas se contagian y Ciudadanos no ha querido quedarse en
tierra de nadie y se ha apuntado a la fiesta. El problema es que, si tanto han
cedido unos y otros, por lograr poder y llegar a la Junta de Andalucía, ¿qué no
estarán dispuestos a hacer por instalarse en La Moncloa?
Pensarlo da escalofríos.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
14/01/19
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