15 de gener 2019

DESACOMPLEJADOS


Los resultados de las elecciones andaluzas, celebradas el pasado 2 de diciembre, vinieron a quebrar el ya de por sí débil statu quo político español.
Para empezar, conviene tener claro que en los malos resultados de los socialistas andaluces tienen mucho que ver con la baja participación de la ciudadanía en esos comicios. Ocasionada, muy probablemente, por el hartazgo de treinta y seis años de gobiernos del mismo color.
El batacazo sufrido por Susana Díaz y los suyos es incuestionable. No obstante, no podemos perder de vista que enmascara el no menos fracaso del PP en las urnas. Los populares, en 2015, con algo más de 1.000.000 de votos obtuvieron 33 escaños. Ahora, han sacado 26 diputados pese a perder más de 300.000 sufragios. Mientras que Vox sin llegar a los 400.000 votos, prácticamente los mismos que pierde el PP, obtiene 12 escaños.
Esta aparición de la extrema derecha ha producido un cierto estruendo tanto en los medios de comunicación como en los cenáculos políticos.
Desde luego, parece evidente que la memoria del ser humano es débil. Nos hemos olvidado ya de personajes como Blas Piñar, Ricardo Sanz de Inestrillas y toda aquella patulea. Que no obtuvieran buenos resultados en las urnas no significa que en España no existiera la externa derecha. Ellos y/o sus sucesores han seguido perseverando hasta llegar a Vox. Y si hasta ahora han sido casi invisibles en el horizonte político, en parte es obra de José María Aznar.
En efecto, si algo positivo hizo Aznar al frente del PP fue aglutinar a toda la derecha social y política que había en España, bajo un mismo paraguas, que desde la transición andaba dispersa y desmotivada. Y lo más importante: quitarles el complejo de serlo.
Desde la Transición, y con los diversos gobiernos de izquierdas, ser de derechas en nuestro país, no diré que estuviera mal visto, pero no se llevaba, sobre todo en las grandes ciudades. En el año 1996, y con la llegada del PP al gobierno las cosas empiezan a cambiar, pero la eclosión del conservadurismo se produce en el año 2000 con la mayoría absoluta de Aznar.
Ya, en 2004, con los atentados de Atocha y la llegada del PSOE, de nuevo al gobierno, a la derecha le vuelven las horas bajas y la desmoralización. Sin embargo, quién lo iba a decir, la crisis económica, ante la falta de respuestas de la izquierda, los pone de nuevo en órbita. Pero esta vez con alguien que ni es un líder ni pretende serlo, Mariano Rajoy. Es, a partir de ese momento, cuando los de derecha extrema, poco a poco, pero de forma constante, y favorecidos por los aires que viene de Europa, se hacen mayores, se emancipan y vuelan por su cuenta. Ahora, en Andalucía, han encontrado su caldo de cultivo y ahí están. Lo malo de todo esto es que han venido para quedarse.
Bien es verdad que los resultados del pasado 2-D, no tienen porqué repetirse de forma mimética ni en todas las comunidades autónomas (CCAA), ni en todos los procesos electorales. No obstante, deberemos irnos acostumbrando a su presencia y a algo mucho peor: las concesiones que les ha hecho lo que es supone que es la derecha civilizada y democrática para gobernar en una CCAA.
PP y Vox son vasos comunicantes. De hecho, personajes como el exasesor de Aznar, Rafael Bardají, hoy están en la dirección del partido de Alberto Abascal. El propio Abascal trabajó para FAES y, también, para Esperanza Aguirre. Incluso Alex Vidal-Quadras, antiguo peso pesado del PP en Cataluña está en la sala de mando de Vox.
Por eso, a los populares les ha costado muy poco asumir como propio el discurso de Vos en materias, tan fundamentales, como economía, familia, cultura y educación.
Además, a juzgar por los acontecimientos, las ideas se contagian y Ciudadanos no ha querido quedarse en tierra de nadie y se ha apuntado a la fiesta. El problema es que, si tanto han cedido unos y otros, por lograr poder y llegar a la Junta de Andalucía, ¿qué no estarán dispuestos a hacer por instalarse en La Moncloa?
Pensarlo da escalofríos.

Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies 14/01/19

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