Un grupo de
intelectuales catalanes hizo público, días atrás, un manifiesto pidiendo que el
catalán sea, en una hipotética futura república catalana, el único idioma
oficial. De la lectura de esa proclama se desprende la voluntad implícita de
cargarse la convivencia y la cohesión social
en nuestro país que ni las embestidas del independentismo más foribundo
han logrado tumbar.
En Cataluña el factor determinante del bilingüismo es la inmigración
desde el resto de España en el siglo XX. Se ha calculado que, sin migraciones, la
población de Cataluña habría pasado de unos 2 millones de personas en 1900 a
2,4 en 1980, en vez de los más de
6,1 millones censados en esa fecha (y superando los 7,4 millones en 2009); es
decir, la población sin migración habría sido solamente el 39 % en 1980.
Esa gente
que vino huyendo del hambre y la miseria en busca de un futuro digno, además de
contribuir a la Cataluña “rica i plena” aportó, como no podía ser de otro modo,
sus costumbres y su lengua. Y ahora, un puñado de iluminados pretende suprimir
por decreto todo ese acervo cultural.
Es verdad
que el uso del catalán fue reprimido en los tiempos de la dictadura; además es
una lengua minoritaria en comparación con el castellano, el francés o el inglés
y, por consiguiente debe ser protegida y potenciada. Por eso, son encomiables la ley de normalización de lingüística 1983, la de
política lingüística de 1998, el Estatut de 2006 y la ley de Educación de 2010.
Así como la determinación que las hizo posibles. También la sentencia del
Tribunal Constitucional de 1994, que considera el catalán como el centro de
gravedad en el sistema educativo en Cataluña, en atención al objetivo de la
normalización lingüística, es una pieza jurídica digna de ser tenida muy en
cuenta.
De todos modos, no se debería olvidar que los ciudadanos
que no tenemos ocho apellidos catalanes y por tanto no somos “pata negra”, pero
nos sentimos tan de aquí como el que más, somos mayoría; y a nosotros no nos ruboriza utilizar indistintamente
una u otra lengua en función del lugar, la circunstancia o el interlocutor.
Antes al contrario, porque ser bilingüe es una riqueza, jamás un inconveniente.
Por eso, mejor que no vengan los “lletra ferits” con sus mandangas que no lo
vamos a tolerar.
Hasta ahí podríamos llegar.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 06/04/16
1 comentari:
Nomès dir que avui dia no crec pas que ningú poguès afirmar ser un/a pata negra en referència a los ocho apellidos catalanes. No obstant el meu bilinguïsme em fa passar sense cap dificultat d'un idioma a l'altre sense ni adoner-me'n i ho considero un privilegi en model de convivencia.
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