06 d’abril 2016

EL PACTO DE LA VERGÜENZA

Durante los años de plomo de la dictadura Europa era la gran esperanza. Cruzar los Pirineos significaba recibir en el rostro una bocanada de justicia social, pero, sobre todo, hacer una inmersión en libertad.  Más tarde, con la democracia aún tierna en nuestro país, nos convertimos en miembros de pleno derecho del Mercado Común Europeo. Enseguida nos dimos cuenta de que ni es oro todo lo que reluce ni que en ningún sitio atan los perros con longanizas. No obstante, y a pesar de algún sueño fallido y diversas desilusiones, valió la pena.

Mediada la primera década del siglo XXI llegó la crisis económica que, por cierto, empezó en EEUU pero que aquí nos sacudió con extraordinaria virulencia; además se pusieron de manifiesto otras  como la política o la social que, hasta la fecha, habíamos tenido soterradas.

Por si todo esto fuera poco, los líderes políticos europeos escogieron para resolver los problemas el camino equivocado: la austeridad. Los resultados son obvios: una Europa empobrecida, con más paro, más escepticismo y varios Estados de la UE a los pies de los caballos. Muy atrás queda la época en que Europa marcaba tendencias, ya fuera en el pensamiento, la moda o el diseño, pero sobre todo -y a mi juicio es lo más importante-, el progreso europeo siempre se basó en el respeto al bienestar y a la dignidad de las personas.

Sin embargo, en los últimos meses se ha puesto de manifiesto la incapacidad de la UE para dar una solución basada en sus principios fundacionales de solidaridad a los cientos de miles de refugiados que la guerra y las constantes violaciones de los derechos humanos que suceden en sus países de origen, provocan que busquen amparo en lugares más seguros. Una incapacidad que  se genera -todo sea dicho-, por el boicot ejercido por los Estados miembro que se han negado a aceptar cuotas.

En este contexto, la cumbre europea del pasado 7 de marzo asumió acordar con Turquía devolver todos los nuevos inmigrantes irregulares (incluidos los refugiados) que lleguen a Grecia desde ese país. Reasentar en Europa por cada sirio readmitido por Turquía, a otro procedente de los campos de refugiados que hay en territorio turco.

Asimismo, la UE se comprometió a adelantar a junio de este año la exención de visados para los ciudadanos turcos en Europa. También se accedió a desembolsar 6.000 millones de euros para que Turquía  pueda atender a los refugiados sirios. Todo eso, además de abrir una nueva mesa de negociación para la adhesión de Turquía a la UE.       

Como no podía ser de otra manera, el vergonzoso pacto con Turquía, que, con toda probabilidad, es la peor de todas las opciones posibles, ha sido rechazado por las agencias especializadas de la ONU.

A día de hoy, el proyecto europeo hace aguas. En estas circunstancias es necesario un cambio de rumbo o el sueño europeo de millones y millones de ciudadanos se puede ir al garete.

Es verdad que los orígenes que han ocasionado el fracaso de la acogida e los refugiados son complejos. Desde países que  directamente se han opuesto a la acogida, hasta otros que dijeron sí con la boca pequeña.

Sea como fuere, llevamos ya demasiado tiempo viendo el ascenso  de los partidos populistas de derechas  con un discurso antiinmigración que nadie se atreve a contestar abiertamente. Las consecuencias las pudimos comprobar en Alemania hace pocas semanas, donde se celebraron elecciones en diversos lánders y los partidos de la gran coalición gobernante (CDU y SPD) fueron seriamente castigados, mientras que los populistas e, incluso, los abiertamente xenófobos eran premiados en las urnas.

Sería hacer  una lectura demasiado simplista de la situación relacionar  de forma directa los atentados de Paris del mes de noviembre o los ocurridos en Bruselas días atrás con las políticas migratorias. Ahora bien, es innegable que esos sucesos tienen que ver con la debilidad de la UE y ese es el nudo gordiano  de muchos de los problemas que nos atañen. Un ejemplo: la capitulación de los Estados miembros para evitar la marcha de los británicos es una prueba palmaria de esa debilidad.    
 
Vivimos tiempos convulsos, la crisis económica y el terrorismo de origen yihadista están condicionando nuestra existencia; además esta situación es terreno abonado para el populismo más exacerbado.

Con este panorama de fondo, el proyecto europeo tiene muchos números para embarrancar, dado que los nacionalismos se reafirman en situaciones como la que estamos padeciendo.

El vergonzoso pacto con Turquía ha puesto sobre el tapete las debilidades internas de la UE y la crisis de los refugiados es un ejemplo de inacción política.

Pese a todo, aún estamos a tiempo de reconducir la situación. No obstante, para eso, hace falta liderazgo, convicción de que es posible y vale la pena, transversalidad y, sobre todo, voluntad política, aunque ello suponga dejarse alguna pluma en el camino.


Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 04/04/16

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