Durante los años de plomo de la dictadura franquista, pensar y/o hablar de Europa significaba muchas cosas, pero sobre todo una: libertad. El 1 de enero 1986 bajo el mandato de un Gobierno socialista España se convirtió en miembro de pleno derecho de la UE. Más tarde vendría el Tratado de Maastricht que marcó una nueva etapa en la integración europea, ya que permitió la puesta en marcha de la integración política y posteriormente la moneda única que, fue sin duda, el paso más audaz hacia la integración. Todo eso hizo realidad el sueño europeo. Después la crisis de 2007 que, si bien es verdad, tuvo su inicio en EEUU, ha acabado por convertirse en la pesadilla de Europa.
413 millones de ciudadanos europeos hemos sido convocados a votar el próximo 25 de mayo. Es muy probable que la participación en nuestro país sea la más baja de las seis consultas hasta ahora celebradas. Es muy probable, también, que muchos electores voten mirando por el espejo retrovisor, dando así su opinión sobre la crisis y su gestión.
Además en España estos comicios serán, en buena medida, un avance de lo que vendrá después: el ciclo electoral que habrá en 2015, con comicios municipales, autonómicos en la mayoría de CCAA y tal vez también en Cataluña, para acabar con unas elecciones generales.
Estamos, aunque suene a tópico, ante una cita histórica, De como se repartan los escaños dependerá la construcción de la Europa del futuro. Sabido es que la elección es por cinco años y eso es un espacio de tiempo lo suficientemente largo como para poder acometer proyectos de enjundia. Ahora bien, en buena lógica lo primero que debería hacerse es cerrar las heridas que la maldita crisis ha abierto entre Norte y Sur, o si prefieren como dice Ignacio Torreblanca entre acreedores y deudores.
De todos modos, parece lógico pensar que la situación actual no se puede aguantar mucho tiempo más. La unión monetaria debe reforzarse con una política fiscal común y, a su vez, con órganos de dirección auténticamente democráticos que canalicen de forma adecuada la participación de los ciudadanos (votar cada cinco años ya no es suficiente, la sociedad de hoy no se conforma con ser espectador pasivo, quiere ser actor y participar).
Es evidente que el apoyo que la ciudadanía da hoy a las instituciones europeas está bajo mínimos. Sin embrago, los ciudadanos europeos piensan que la desintegración sería peor. De igual manera, lo de la moneda única no es un amor incondicional, existe la convicción de que si el euro desapareciera las cosas irían francamente peor.
Así pues, como dice el profesor de integración europea de la Universidad de Atenas, Loukas Tsoukalis: “Europa necesita un gran pacto para deshacer este nudo gordiano. Es necesaria una amplia coalición entre países y entre las principales familias políticas europeas”.
Por otra parte, el proyecto europeo debería prestar especial atención a aquellos que más han padecido durante todo el proceso de integración y que tuvo su máxima eclosión con la crisis de estos últimos años. La austeridad se ha demostrado tan inútil como ineficaz y si no se cambia de orientación los movimientos de protesta, los partidos antisistema, el nacionalismo y el populismo encontrarán ahí su mejor caldo de cultivo.
Como decía Joan Boada en un reciente artículo: “las políticas de UE, la complejidad de su gobierno, la opacidad de los procesos de toma de decisiones (nunca sabemos quién toma realmente una decisión: los Gobiernos, la Comisión, Alemania), la escasa participación ciudadana y la distancia de sus instituciones (incluido el Parlamento), hacen ciertamente difícil explicar sus virtudes”.
La consecuencia de esta situación es que la desafección hacia la UE se ha multiplicado de manera exponencial desde que empezó la crisis. Eso sucede en el Sur, incluida España, pero también en lugares como Alemania, Holanda o Finlandia, el 60% de los europeos desconfía ya de la UE. Así por ejemplo en Francia las encuestas dan al Frente Nacional más votos que a los socialistas y quedan sólo ligeramente por debajo de los conservadores.
En Reino Unido, el antieuropeo UKIP parece que cosechará un 20% de los votos y será la segunda fuerza, por encima de los conservadores. Algo similar puede suceder en Alemania con Alternativa para Alemania, Aurora Dorada en Grecia, los Verdaderos Finlandeses y partidos de lo más variopinto en Bélgica, Holanda y Austria.
En consecuencia, la UE debería resolver sus problemas económicos con prontitud, de lo contrario los euroescépticos, que se calcula que obtendrán entre el 17% y el 27% de los votos el 25-M, tendrán material suficiente para marcar la agenda europea e influir en las políticas nacionales. Y eso a los europeístas convencidos no nos conviene lo más mínimo.
Como recientemente apuntaba Felipe González en una entrevista televisiva, sólo será posible remontar la situación “si las políticas cambian” y en este sentido entendía que estas elecciones europeas son una cita importante pues “si no cambian las políticas europeas, será difícil hablar de una recuperación sostenida. Asimismo, González, subrayó que los gobiernos “no han entendido ni la magnitud ni la dirección de la crisis” y lamentó que se haya perdido “el principio fundacional de la solidaridad”.
Paz, solidaridad, tolerancia y cultura son los pilares sobre los que se asienta el sueño europeo. Austeridad sin mesura, miseria salarial y desigualdad son los ejes de la Europa que nos proponen los financieros y políticos sin escrúpulos. Ahora, nosotros decidimos.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 15/05/14
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