A raíz de una agresión sufrida, semanas atrás, por Pere Navarro (líder del PSC) en un acto de carácter privado y su posterior divulgación por los medios de comunicación, se ha puesto sobre la mesa el debate sobre la posible existencia de crispación en Cataluña.
Ciertamente, resulta difícil discernir si la crispación existe. Primero se debería definir donde está la frontera entre tensión y crispación e, incluso así, lo que para unos puede ser una cosa, para otros, lo mismo, puede se algo diferente.
De todos modos, los políticos de la órbita nacionalista se han apresurado a negar cualquier relación del suceso con el “proceso” y ni tan siquiera se han molestado en hacer una condena explicita de la violencia, tan solo medias tintas, vaguedades y condenas genéricas. No obstante, es evidente que en Cataluña, desde que se inició el órdago soberanista, estamos viviendo una situación cuando menos anómala.
Una de las consecuencias inevitables del “proceso” es la división que se está produciendo entre los catalanes en dos grupos, cada vez más divergentes y sin ningún punto en común: unos, los independentistas y, otros, los unionistas.
Es verdad que es una división simplista y que se corresponde poco con la realidad (las cosas son mucho más complejas) y, sin embargo, es la imagen que lanzan día si y día también los medios de comunicación públicos y aquellos que están en connivencia con el poder.
Según la politóloga alemana Noelle-Neumann, autora de la teoría de la espiral de silencio, un clima de opinión actúa como un fenómeno de contagio, ya que la opción mayoritaria se extiende rápidamente por toda la sociedad y decanta las tendencias hacia una determinada opción que cristaliza en adhesión y votos.
Los soberanistas conocen a la perfección esa teoría y los medios para aplicarla, por eso, con el argumento de que el “proceso” que estamos viviendo es transversal, cívico, tolerante y pacífico, se están cargando el valor más preciado que tenemos en Cataluña: la cohesión social
Como sostiene el catedrático Francisco Morente, “…la independencia solo podría consumarse contra una parte muy importante de la sociedad catalana, que todas las encuestas sitúan cerca, si no por encima, de la mitad de la población”.
Quizá hoy no exista crispación en Cataluña, pero es seguro que con la independencia llegaría la fractura social y, tal vez, eso es lo que persiguen algunos.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 14/05/14
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