Quisiera empezar estas líneas deseando una rápida recuperación, en su estado de salud, al ciudadano Juan Carlos de Borbón Borbón-Dos Sicilias. Asimismo, quiero aprovechar la inmejorable oportunidad que me brinda esta ventana que es Crónica Global para pedir a Juan Carlos I, Rey de España, que abdique. Que abdique por dignidad, por respeto a su familia y a lo que representa y, sobre todo, que abdique por la dignidad y el respeto que el pueblo al que reina, estoy seguro, le merece.
Soy republicano convencido y espero, más pronto que tarde, poder ver la proclamación de la III República Española, pero mientras eso no sucede, nos conviene que la casa esté lo más adecentada posible. Por eso, resulta necesario tener una Jefatura de Estado que sea capaz de afrontar los temas con la máxima capacidad y disponibilidad posible, y, a día de hoy, ese no es el caso.
Como afirma Jaime Ignacio del Burgo, en una Monarquía parlamentaria el rey carece de poder real, ya que este reside en la Cortes y es al Gobierno a quien corresponde la dirección de la política exterior e interior. Pero la Corona ha de ejercer, en momentos de crisis institucional, una función arbitral y moderadora, cuyos contornos no están definidos en al Constitución y nadie se ha ocupado de definir; pero que sobre todo adquiere mayor relevancia cuando se trata de asuntos que afectan a la unidad y a la permanencia de la nación y de Estado, cuyo símbolo es precisamente el Rey. Quizá si en el affaire del soberanismo catalán la Corona se hubiera implicado, mediado adecuadamente y a tiempo, a lo mejor ahora estaríamos viviendo otra dimensión del problema.
En la última encuesta llevada a cabo por el CIS, se pone de manifiesto la caída en desgracia de la Monarquía. La desafección colectiva hacia la Corona no es una anécdota. La opinión pública en general está dando la espalda a la Institución. Como dicen desde la dirección del PSOE “la Corona debe trabajar mucho para ganarse a la ciudadanía que sufre”. También es verdad que el Rey lleva más de 37 años en le trono y eso supone un desgaste que sumado a otras cuestiones conocidas por todos, han hecho que el deterioro de la Corona y de la imagen del Rey sea profundo. De todos modos, conviene no olvidar que la Monarquía es la institución menos regulada de nuestro sistema constitucional.
Puesto que estoy convencido de que mi petición de abdicación, con la que empezaba estas líneas, no será tenida en cuenta, considero que el Rey debería contemplar y completar su rehabilitación física con la rehabilitación política de la Institución -la palabra es polivalente y sirve tanto para lo físico, lo ético y lo político-. Para ello, debería comparecer en el Congreso de los Diputados dar explicaciones (todas), proponer soluciones (abdicación, regencia o continuidad) y plantear una amplia gama de reformas que hicieran posible la transformación de la actual Monarquía en una institución conforme a los tiempos que vivimos.
Ciertamente, seria una situación excepcional en la que no hace falta ofender ni humillar a nadie, pero que devolvería la dignidad perdida a la más alta magistratura del Estado. Eso si, en todo ese proceso, se deberían evitar las vejaciones, los servilismos y los privilegios innecesarios. Tal vez sería duro, si, pero ineludible. No podemos olvidar que el Congreso es el representante legítimo de los ciudadanos y allí sabrán encontrar el formato adecuado.
Los ciudadanos estamos faltos de gestos sinceros; y por esa vía la Corona podría reconectar con la ciudadanía. Más adelante, el tiempo dirá.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 05/10/13
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