Se cumplen cinco meses desde que Jorge Mario Bergoglio fue investido como el papa Francisco I y, en tan breve espacio de tiempo, ha definido con nitidez como quiere que sea la Iglesia que él ha de dirigir en los próximos años.
Ha de ser, según sus propias palabras “más austera, mas justa y ejemplar. Abierta a los pobres y dispuesta a luchar por la justicia”. Para el papa Francisco “los obispos han de ser hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan psicología de príncipes”.
Según los analistas, al final de este verano, sin veraneo para el Papa – ha renunciado al descanso en Castel Gandolfo-, llegará el momento de dar la batalla a una Iglesia burocratizada, barroca en su organización, poco transparente e ineficaz.
Muchas serán las cuestiones que deberá afrontar el papa Francisco. El papel de la mujer en la Iglesia del siglo XXI, la laicidad de los Estados, etc. No obstante, para muchos observadores la renovación de la curia y las finanzas vaticanas son las dos grandes claves de esta etapa de la Iglesia. Sin embargo, es posible que la auténtica clave de este pontificado no sea poner orden en la curia y en las finanzas – tarea, por otra parte, titánica donde las haya-, sino en la renovación de obispos y arzobispos que son los que deben estar en contacto permanente con el pueblo.
En ese contexto, España puede ser la piedra de toque. La sucesión de los arzobispos de Madrid y Barcelona -Rouco Varela hace ya casi dos años que presentó su renuncia por haber cumplido 75 años y Martínez Sistach lleva un año a la espera de relevo-, puede indicar el alcance real de los cambios.
El papa Francisco no se anduvo por las ramas en su viaje a Brasil, cuando dijo que “el futuro nos exige la rehabilitación de la política, que es una de las formas más altas de la caridad”. Toda una declaración de principios.
En el Vaticano empiezan a percibirse aires de cambio impulsados por Francisco I. Bienvenidos sean si así se reduce el nihilismo que mina los fundamentos de la sociedad. De esa forma, la humanidad entera,, más allá de credos ideologías y etnias, saldrá ganando, que buena falta nos hace.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 22/08/13
17 de setembre 2013
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