Cuando estas líneas vean la luz, una cadena humana estará preparada para cruzar Cataluña de punta a punta. Sin duda, será un éxito, pero si no lo fuera –que no será el caso-, nos harán creer que lo ha sido. La organización cuenta con complicidades más que suficientes para ello.
La Vía Catalana por la independencia, -así han denominado los organizadores la marcha-, ha sido convocada por la Asamblea Nacional Catalana, una entidad privada que, según parece, tiene un gran poder de convocatoria. Nada que objetar. Lo que si es de criticar es el soporte descarado que desde instituciones como el Gobierno de Cataluña, las Diputaciones y medios públicos de comunicación, es decir aquellos que pagamos entre todos, independentistas y los que no lo somos, se le ha dado al acto en cuestión.
Si un habitante de otro planeta llegara hoy a Cataluña, sin saber lo que aquí se cuece y como se cuece, pensaría que hemos realizado un debate racional y sosegado, donde se han respetado las diversas opciones políticas y los agentes sociales han podido explicar, en igualdad de condiciones, sus planteamientos respecto al derecho a decidir. Supondría, el recién llegado, que los medios públicos de comunicación han respetado la neutralidad informativa y desde las estructuras gubernamentales se han explicado, con claridad meridiana, los pros y contras que supondría la independencia para el nuevo Estado llamado Cataluña. Así por ejemplo, nuestro visitante pensaría que nos habían dejado claro que el nuevo Estado iba a quedar durante un tiempo indefinido fuera de la UE, que el flujo comercial con el resto de España quedaría prácticamente paralizado y que los ciudadanos castellano hablantes, que somos mayoría, íbamos a consentir que nuestra lengua materna dejase de ser lengua oficial en nuestra casa. Y que a pesar de esas minucias y otras bagatelas por el estilo, sin más importancia, habíamos apostado alegremente por la independencia.
En ese contexto, sería interesante saber donde andaban muchos de los “encadenados” de hoy, cuando, en la etapa pre democrática, la clase obrera que, mayoritariamente hablaba castellano, ponía flores donde hoy se levanta el monumento a Rafael Casanova. Ni estaban ni se les esperaba. Seguramente, para ellos era hortera y chabacano manifestarse y correr delante de los grises. En cambio, hoy pierden el oremus por construir vías que nos han de llevar hacia la inopia.
Todo sea “per fer país”.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 11/09/13
17 de setembre 2013
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