Nos habían dicho que este año podría marcar el comienzo de la salida a la crisis, pero el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya se ha encargado de volvernos a la realidad. La caída de todas las previsiones económicas para la zona euro ha hundido de nuevo a la economía europea en la sima de la recesión. En estos días se cumplen tres años desde la intervención de Grecia y de la aplicación a rajatabla de la receta de los fundamentalistas del mercado, esa que dice que la política de austeridad es el único remedio. Tres años en los que la crisis se ha agravado, la desigualdad ha crecido y la derecha se ha dedicado a desballestar el Estado de bienestar.
Hemos sido engañados por los mismos que nos decían que las hipotecas basura eran un negocio redondo. Los mismos que pidieron a gritos que rescatáramos con dinero público sus bancos y que, una vez salvados, se dedicaron a especular contra la deuda soberana de los países que les ayudaron.
Ante esta situación, hay que decir que la actual recaída en la crisis económica no es consecuencia solamente del déficit y del nivel de deuda pública de España, lo es, sobre todo, por la nefasta política de austeridad que se ha impuesto. Por ello, es preciso reconducir la economía hacia la política. La salida a la crisis en Europa no será consecuencia de la austeridad y el recorte. Recomponer el binomio ajuste-crecimiento es una obligación para un espacio que soporta más 25 millones de parados y donde no se atisba el final del túnel.
Únicamente el crecimiento podrá reducir el peso de la deuda en las economías europeas sin cuestionar nuestro modelo de convivencia. Es necesario flexibilizar los plazos de aplicación de los objetivos de déficit para permitir políticas de impulso a la economía. El Banco Central Europeo (BCE) debe asumir un papel más activo en relación al crecimiento y no atender exclusivamente a la estabilidad de los precios y el interés de eso que llamamos mercados. La Unión Europea (UE) debería emitir ya eurobonos y se ha de convertir al BCE en prestamista de último recurso, a la vez que se da un decidido impulso a los fondos estructurales.
Es evidente que el Estado de bienestar debe ser actualizado para que sea viable en el siglo XXI. Actualizar quiere decir poner a punto y mejorar la eficiencia de nuestras políticas, pero no desmantelar aquello que ya forma parte del ADN europeo y que ha dado lugar en los últimos decenios al mayor progreso social y económico de la historia: el Estado de bienestar.
La política de recortes es una cosa distinta a la obligada austeridad y contención del gasto público. En tiempo de crisis, eliminar las medidas de apoyo a la economía con la crudeza que se está haciendo por parte de algunos Gobiernos es un auténtico suicidio económico y social, ya que se inutilizan gran parte de los recursos humanos y la capacidad productiva de nuestras empresas, además de poner en riesgo la cohesión social. Como vaticinó semana atrás el FMI en España ya hemos alcanzado el 27% de tasa de paro. A este ritmo y con estas políticas, ¿hasta cuándo tendremos que esperar para que el número de parados en nuestro país vuelva a los niveles que teníamos en 2008, o para que el desempleo juvenil se sitúe por debajo del 20%? ¿Hasta 2020? ¿Podemos seguir así?
Para Paul Samuelson, académico y premio Nobel de Economía, el objetivo de la economía es mejorar la vida diaria de las personas. Eso es exactamente lo que hay que hacer: poner la economía al servicio de la ciudadanía y como sociedad avanzada que somos, proteger al más débil. Hay que elaborar alternativas para combatir una crisis que está robando los sueños de futuro a millones de persona. Se deben hacer compatibles el necesario control del gasto público con medidas efectivas para incentivar la economía, luchar por el empleo y garantizar los servicios públicos y de calidad a toda la ciudadanía.
Los gobiernos deberían ser capaces de consensuar con los agentes sociales y las fuerzas vivas de la sociedad planes de lucha contra la crisis que tengan como eje vertebrador medidas de lucha contra el paro, un plan extraordinario para financiar a las pequeñas y medianas empresas, un paquete de medidas para incentivar el tejido productivo y actuaciones especiales para que la gente joven tenga las oportunidades laborales que se merece.
No tenemos por qué renunciar a la economía de mercado, pero no debemos aceptar una sociedad de mercado. Los gobiernos, tanto de España como de Cataluña deben reflexionar sobre las consecuencias de sus actuaciones en materia económica y entender que hay otras fórmulas para abordar las reformas estructurales que necesitamos y luchar contra la crisis. La obsesión por el déficit, las falsas alarmas de quiebra, las reformas antisociales a golpe de decreto ley y los recortes continuados nos están llevando a una vía sin salida. Están dinamitando las oportunidades vitales de miles de jóvenes, de una generación con un inmenso talento y la mejor preparada de nuestra historia. Una generación que huye del país ante la falta de oportunidades.
Hemos de conseguir aunar el esfuerzo de empresarios y trabajadores, así podremos forjar un modelo que apueste por no dejar a nadie abandonado a su suerte. Un objetivo de ese calado sólo es posible si somos capaces de estimular la economía real y, para ello, es verdad, debemos ajustar de forma razonable los gastos, pero evitando, eso sí, el recorte indiscriminado, especialmente en sanidad y educación.
Los ciclos económicos han existido siempre y siempre existirán, por eso, aunque ahora creamos que no hay salida posible, llegará un momento en el que la economía se recuperará y comenzaremos de nuevo a generar empleo y bienestar. La velocidad con la que llegue este momento dependerá de lo rápido que dejemos de lado la equivocada receta de la austeridad a ultranza y adoptemos otras terapias más convenientes para los males de nuestra economía.
Que la austeridad ha fracasado, es una verdad de Perogrullo. Es necesario recobrar la confianza que en aras de una supuesta estabilidad nos han robado. Como sociedad tenemos derecho a un espacio donde se generen oportunidades y como ciudadanos podemos y debemos aspirar a un futuro mejor.
Bernardo Fernández
Publicado en La Voz de Barcelona 01/05/13
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