14 de febrer 2013

RECUPERAR LA IDENTIDAD (y 3)

Me parece oportuno empezar esta tercera y última entrega sobre la situación del socialismo con una afirmación que sirva para aclarar conceptos: el federalismo es necesario para los proyectos socialistas español y catalán, pero es insuficiente. Para convertir España en un Estado federal se necesita, como mínimo, voluntad y mayoría política. La primera esta por ver y la segunda de momento no existe. Lo cual no quiere decir que haya que abandonar el proyecto. Ni mucho menos. Simplemente significa que habrá que perseverar en realidades tangibles que tengan como consecuencia recuperar el crédito de la ciudadanía y generar confianza e ilusión en el electorado, algo qué aquí casi nadie recuerda.


Ramón Jáuregui explicaba, en un artículo publicado recientemente, que “el PSOE ha iniciado un ambicioso proceso de reforma ideológica y de modernización del proyecto socialista y todavía lo sabe poca gente. (…) Desde la primavera del año pasado más de 300 expertos en todas las disciplinas, mayoritariamente ajenos a la militancia partidaria, pero comprometidos con nuestras ideas, están debatiendo y escribiendo sobre los grandes y graves problemas de la España de hoy”.

El descalabro social es tal que para muchas personas existe el riesgo –cierto, por otra parte-, de que pueda perderse buena parte de lo logrado en los últimos treinta años. Y, en consecuencia, como advirtiera Toni Judt, ven cercano “el trauma social y político que representa la inseguridad económica”. También como decía Judt: “La derecha utiliza la crisis como excusa para desplegar ferozmente sus prioridades, entre las que destacan menos protección social y menos solidaridad”.

Y Jordi Sevilla sostiene que: “la derecha aprovecha las circunstancias y presenta sus propuestas como si la solución a los problemas fuera técnica, imparcial, objetiva, indiscutible o exenta de ideas. Pero la realidad es bien diferente: se trata de incrementar el poder de los más poderosos”. Con este panorama de fondo, el proceso -al que hacía referencia Jáuregui en su escrito-, debería desembocar en un nuevo proyecto socialdemócrata sin etiquetas, que supere fallos y errores del pasado.

En mi opinión, y puesto que hace tiempo qué ninguna clase social posee la condición de sujeto político hegemónico -ya que en las sociedades actuales no existen mayorías naturales-, se debería elaborar una propuesta interclasista válida a medio y largo plazo que apueste de forma inequívoca por lo global a partir de soluciones locales.

Ante la ofensiva neoliberal conservadora, la socialdemocracia se ha de caracterizar –más que nunca-, por ser defensora de la prevalencia de la idea de “lo público”. Hay que lograr la hegemonía de la política sobre la economía para que de esa forma las instituciones puedan asumir su rol. Se debería empezar a trabajar por un cambio en el sistema electoral, los ciudadanos han de tener una participación mucho más activa. No se trata sólo de listas abiertas, qué sí. Hay que poner también en práctica las consultas populares, la limitación de mandatos y un largo etcétera de iniciativas que acerquen el sistema a la ciudadanía.

La financiación de los partidos ha de ser nítida y transparente, a la vez que la organización interna de los mismos, democrática. Se debería crear una banca pública, y si no es posible, que la existente actúe, cuando menos, con criterios de servicio público. Y ¿cómo no? habrá que reformar el sistema fiscal para que se colabore con equidad, a la vez que se protege el medio ambiente de manera razonable y sostenible.

De igual manera se deberían introducir tasas sobre las transacciones financieras y mecanismos que eviten la fractura entre la economía financiera y la economía real. También se deberá legislar para limitar los beneficios empresariales cuando se produzcan reducciones de plantillas y deslocalizaciones. Parece una obviedad que las retribuciones de los directivos estén ligadas a la situación de la empresa.

Hay que establecer mecanismos de garantía hipotecaria que preserven la vivienda habitual. Se deberá revisar el impuesto sobre el patrimonio y la introducción de un impuesto sobre las grandes fortunas. De igual modo, será necesaria una regulación estatal del impuesto de sucesiones para evitar una competencia fiscal a la baja. Y, por supuesto, se enfatizará la lucha contra el fraude fiscal y la eliminación de los paraísos fiscales, así como la penalización de los movimientos especulativos de capital o de materias primeras.

El día que la nueva socialdemocracia acceda al poder se deberá afanar en promover el crecimiento y reducir el desempleo. De igual forma, será necesario desarrollar un nuevo modelo de producción que supere la época del ladrillo. No podemos obviar que nuestro Estado del bienestar es muy precario, como se ha puesto de manifiesto en esta crisis, por tanto, será inexcusable instrumentalizar políticas que garanticen le estabilidad de todos, pero sobre todo de los más desfavorecidos y en consecuencia habrá que descartar incluso por ley, si es preciso, cualquier tipo de recorte sobre los logros conseguidos.

De manera simultánea, se deberán buscar las necesarias complicidades para el fortalecimiento racional de la Unión Europea. A la vez que se busca la cooperación pertinente para poder proyectar al mundo una imagen de Europa unida, haciendo una UE al servicio de los ciudadanos y no de los mercados. Se trata de trabajar por la Europa de las personas.

Para implementar un proyecto tan ambicioso y complejo, basado en conceptos laicos y progresistas, no estaría de más poner de relieve algunos preceptos republicanos como, “amar a la Justicia sobre todas las cosas, vivir con honestidad, intervenir rectamente en la vida política, cultivar la inteligencia o proteger al débil”. Sin olvidar que: “Quien rinde culto a la dignidad, se lo rinde a la libertad y la igualdad; no avasalla a nadie, ni por nada se deja avasallar, y tampoco reconoce primacías innatas, ni acata privilegios infundados”. Como se dice en el epílogo de los mandamientos republicanos.

En definitiva, necesitamos recuperar la política como elemento de transformación. No saldremos de la crisis por la izquierda con medidas económicas de la derecha neoliberal. Por otra parte, de la misma manera que nadie cuestiona que la izquierda es la mejor garante en cuestión de libertades, la socialdemocracia tiene la gran oportunidad de convertirse, también, en la defensora de la seguridad de las clases medias y populares. Si, aunque suene raro. Seguridad ante la delincuencia, el terrorismo, el infortunio, la enfermedad, la vejez, los desmanes de los más poderosos o los posibles desaguisados de alguna administración. De hecho, hay indicios racionales para pensar que la sociedad demanda, cada vez más, más Estado, pero eso sí, un Estado eficaz combativo y lo menos burocratizado posible.

Al fin y al cabo, se trata de establecer las bases para poder vivir con dignidad y de ese modo, empezar a ser razonablemente felices. No es pedir demasiado.



Bernardo Fernández

Publicado en La Voz de Barcelona 13/02/13



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