Con el órdago soberanista de Artur Mas, las relaciones entre el los Gobiernos central y autonómico de Cataluña habían quedado bajo mínimos. Después, tras el varapalo electoral sufrido por los nacionalistas catalanes, parecía que, poco a poco, se podían ir rehaciendo los puentes y en consecuencia el dialogo.
Pero cuando apenas han trascurrido quince días de las elecciones, el Ministro de educación José Ignacio Wert ha presentado el borrador de la nueva ley de educación que parece obedecer más a una segregación extra de testosterona que a la iniciativa de una persona con visión de Estado.
Es verdad que ni la reacción de la Consellera Irene Rigau marchándose a mitad de reunión, ni el plantón de Antoni Castellá, secretario de universidades de Cataluña, al día siguiente, son para enmarcar, pero como diría un jurista la carga de la prueba recae en el Señor Ministro.
Estamos ante un borrador polémico que si no se modifica de forma sustancial, es más que probable que acabe en los tribunales. Es evidente que con la que está cayendo, presentar una inicaitiva como la mencionada, aunque sea un borrador, es cuando menos inoportuno e inadecuado.
La inmersión lingüística en Cataluña es más una norma de convivencia y cohesión social, que una cuestión meramente formativa. Si aquí tenemos algún valor a preservar por encima de cualquier otro, eso es la mencionada convivencia y la cohesión social que han sido, son y deberían seguir siendo ejemplares.
Vivimos en libertad y cada cual se puede sentir como quiera, y si el Ministro Wert “se siente como un toro bravo que se crece con el castigo”, allá él. Pero no perdamos de vista que la intransigencia y el dogmatismo son terreno abonado para generar independentistas; en cambio, la convivencia y la cohesión social son la base del acuerdo y el consenso.
De como se resuelva este asunto, depende, en buena parte, el futuro de nuestra sociedad y eso, no es poca cosa.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 12/12/12
15 de desembre 2012
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