En un escueto artículo publicado por The New York Times bajo el título “El ocaso del euro”, el economista estadounidense Paul Krugman, Nobel de Economía en 2008, apuesta por la inminente salida de Grecia de la eurozona, posiblemente en junio, tras lo que se producirían grandes retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, existiendo la posibilidad de imponer controles a las transferencias de depósitos y, dependiendo de la decisión que tome Alemania, desencadenando el fin del euro.
Estamos en septiembre y es evidente que los vaticinios del prolífico articulista no se han hecho realidad, al menos en su totalidad. No obstante, ya nadie descarta nada y la salida de Grecia del club del euro ha dejado de ser un tema tabú. Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, decía a principios de agosto que la salida de Grecia del euro sería “manejable, pero no deseable”. En el mismo sentido se han manifestado diversos mandatarios europeos y, días atrás, el líder de los socialcristianos de Baviera, Alexander Dobrindt, afirmaba: “veo a Grecia fuera del euro en 2013”.
Por otra parte, nadie puede garantizar que, de producirse la salida de un país de la eurozona, no se produzca un efecto contagio a otros miembros como Portugal e incluso España o Italia. Sea como fuere, las grandes entidades financieras, multinacionales y aquellos que tienen posibles han tocado a arrebato y ya han tomado medidas –de contingencia, dicen ellos- por lo que pueda pasar. Se calcula que desde el mes de enero hasta hoy han salido de nuestro país unos 200.000 mil millones de euros.
La consultora Ernst &Young tiene un equipo de 10 personas dedicadas, casi en exclusividad, a analizar la situación y el movimiento de capitales. Según Asís Velilla, responsable del mencionado equipo, las grandes empresas están desarrollando estrategias para el abandono en bloque de la moneda europea por parte de Portugal, Italia, España y Grecia. Llegados a este punto, hay especialistas que sostienen que se iría a la ceración de un euro débil y otros opinan que cada país volvería a la moneda que abandonó, ahora hace poco más de diez años, para integrase en la zona euro.
De todos modos, salir de la zona euro es, en términos legales, extremadamente complicado. El artículo 50 del Tratado de Lisboa admite la capacidad de todo Estado miembro para retirarse de la Unión Europea, pero establece un procedimiento por el que deberá notificarlo al Consejo Europeo y negociar la forma de llevar acabo la retirada. En el supuesto que un país tomara esa iniciativa -supongamos España-, la consecuencia inmediata sería una quiebra generalizada del sistema bancario por la retirada masiva de depósitos, miles de empresas cerradas, aumento del paro de forma exponencial y un largo etcétera de efectos perversos. Asimismo, la práctica totalidad de las supuestas ventajas se esfumarían por el aumento de la inflación, y los aranceles a la exportación que, con toda seguridad, vendrían impuestos por la UE.
Pero eso no es todo. Según los expertos, la reintroducción de las antiguas monedas, dracma, lira o peseta iría aparejada de una depreciación de entre un 40% y un 60% frente al euro. Tan sólo una salida por sorpresa mitigaría los daños, pero resulta imposible, pues como se ha comentado más arriba la hipotética salida hay que negociarla con el resto de países. Además, el proceso de retorno a una moneda conlleva largos y difíciles preparativos técnicos.
Otra de las consecuencias indeseables sería la caída del PIB (entre un 20% y un 50%), aunque es justo admitir que esto son meras especulaciones, ya que es algo que nunca ha sucedido. Ahora bien, lo que si ha sucedido y aquí se debería reeditar, sería el corralito argentino de 2001. De esa forma, se evitaría una salida masiva de depósitos, a cambio de generar una gran injusticia social y un parón económico sin precedentes en estas latitudes. También habría que ver que tratamiento se daba a la deuda, prestamos hipotecarios, créditos a las empresas, deuda pública, etc.
En cualquier caso, la salida del euro no resolvería los problemas económicos de España. Se acabaría la financiación que viene de fuera y los problemas del endeudamiento exterior y la reducción del déficit se tornarían prácticamente irresolubles. Decididamente salir del euro no es un buen negocio. Los costos, y no sólo económicos, serían elevadísimos y los efectos devastadores. Además, mirando un poco más allá, es posible que la salida de uno o varios países del club del euro sumiera a Europa en una grave recesión que, por el principio de los vasos comunicantes, acabaría afectando a EEUU y a otros países como China o Brasil. Entonces, como argumenta el periodista Miguel Ángel García Vega, podría suceder que una economía estadounidense en horas bajas favoreciera las posibilidades de Mitt Ronmey de llegar a la Casa Blanca.
Y, la verdad, todo eso junto sería demasiado.
Bernardo Fernández
Publicado en La Voz de Barcelona 04/09/12
12 de setembre 2012
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