16 d’abril 2012
CAMINO DE LA REPÚBLICA
Es evidente que la consecución de un régimen democrático, después de casi 40 años de dictadura, despertó, durante un tiempo, gran entusiasmo entre la ciudadanía Fue, lo que se ha dado en llamar, el período de la Transición. Tal vez, la época más hermosa, en términos políticos, que muchas generaciones viviremos jamás.
Algo similar debió de ser el 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la II República, (sobrevenida de la noche a la mañana pese a ser un viejo anhelo desde su malogrado antecedente en 1873) y los años sucesivos, hasta que un brutal golpe de Estado echó por tierra las ilusiones de todo un pueblo.
Recientemente, un grupo de historiadores ha hecho públicos una serie de documentos de la época de la República y la Guerra Civil española. Entre todos ellos, me llamó poderosamente la atención el texto de una octavilla de mano, editada en la imprenta Gutenberg de Guadalajara el 31 de Mayo de 1931, para la que se rogaba la mayor publicidad posible. En la misma, se enumeraban los mandamientos republicanos, qué eran: “El primero, amar a la Justicia sobre todas las cosas; el segundo, rendir culto a la Dignidad; el tercero, vivir con honestidad; el cuarto, intervenir rectamente en la vida política; el quinto, cultivar la inteligencia; el sexto, propagar la instrucción; el séptimo, trabajar; el octavo, ahorrar; el noveno, proteger al débil; el décimo, no procurar el beneficio propio a costa del perjuicio ajeno”. Estos mandamientos se resumen en una especie de epílogo que dice: “Quien ama la justicia sobre todas las cosas no hace daño a nadie; respeta los derechos ajenos y hace respetar los propios. Quien rinde culto a la dignidad, se lo rinde a la libertad y la igualdad; ni avasalla a nadie, ni por nada se deja avasallar; ni reconoce primacías innatas, ni acata privilegios infundados”. En mi opinión, una octavilla sencillamente fantástica y de plena vigencia.
Hoy la situación aprieta en otros ámbitos y por eso, hemos de concentrar todas las energías en superar los desafíos que plantean el empobrecimiento general de nuestra economía, la tasa de paro más elevada de Europa, la sequía del crédito y un largo etcétera de desatinos que nos están llevando a la puesta en práctica de una serie de políticas regresivas que nos retrotraen a unas condiciones de vida similares a las de finales del siglo XIX. No obstante, debemos ser razonablemente optimistas y hay que esperar que más pronto que tarde volveremos a la senda del crecimiento y el progreso, esta vez, de forma equilibrada y sostenible. Entonces será el momento de asumir nuevos retos y plantearse el modelo de Estado.
Es verdad que nuestro sistema democrático es homologable a cualquier sistema de nuestro entorno, pero eso no significa que no tengamos la legítima aspiración de mejorarlo y hacer que sea, si es posible, uno de los sistemas políticos de referencia a nivel mundial. Según Norberto Bobbbio, “república es una forma ideal de Estado basado en la virtud de los ciudadanos.”
Nadie puede cuestionar, en términos políticos, que la monarquía pertenece a un sistema de Estado anacrónico y amortizado. La falta de regulación y transparencia de la familia real así como el concepto de irresponsabilidad del Rey hacen que ese modelo sea poco compatible con los mecanismos actuales de control y transparencia que se deben exigir a todos los organismos e instituciones que se sufraguen con las arcas del Estado, a las que contribuimos todos.
Es cierto que la Monarquía Española fue útil durante la Transición, pero es más que dudoso que ahora lo siga siendo. En España, más que monárquicos, hay juan carlistas, por eso parece lógico pensar que don Juan Carlos debe reinar hasta el final y entonces será el momento apropiado de replantear el modelo de Estado.
Estos días se cumple el octogésimo primer aniversario de la proclamación de la II Republica española que, como ya se ha mencionado, fue derribada por un brutal golpe de Estado al que siguió la Guerra Civil y una larga dictadura de casi cuarenta años. Después, se instauró una monarquía parlamentaria que es el modelo de Estado que tenemos en la actualidad. Por todo ello, no resulta descabellado razonar que si en menos de cien años hemos vivido modelos de Estado tan diferentes entre sí, nada nos impide pensar que podamos volver a una república que como decía Cicerón, res publica quiere decir lo que pertenece al pueblo. Sé que para algunos esta reflexión será una utopía. Tal vez. Pero como dijo el poeta: “Sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte.
Bernardo Fernández
Publicado en La Voz de Barcelona 13/04/12
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