Hace tiempo que las aguas de CiU bajan revueltas. De hecho la relación entre los dos miembros de la Federación –CDC y UDC- nunca han sido una balsa de aceite. Podríamos decir que su estabilidad, de ya más de 25 años es consecuencia, en parte, de una controlada inestabilidad.
Ya con Jordi Pujol al frente de la Coalición, luego Federación, y también del Govern menudearon los conflictos, pero la figura del President –“de tots i de tot”- era alargada además de frondosa.
Hoy las cosas han cambiado, el líder de la Federación, al menos teórico, no tiene, ni de lejos, el carisma y todo lo que esto conlleva, que si tuvo el anterior dirigente. Esto fue básicamente saber administrar de forma adecuada para los suyos casi 25 años de poder.
Ahora, cuando llevan ya cuatro años en la oposición, con unos resultados, en las últimas elecciones municipales, discretos y donde han perdido algunos de sus bastiones más preciados, como eran el Ayuntamiento de Tarragona o las Diputaciones de Lleida y Girona, en el espacio nacionalista catalán empiecen a pintar bastos. Además, en el horizonte se visualizan unas elecciones generales muy polarizadas entre los dos grandes partidos, por lo que las organizaciones pequeñas tendrán poco que decir y eso provoca que el personal empiece a ponerse nervioso y en ocasiones se hagan declaraciones estentóreas, fuera de contexto. En cualquier caso, los orígenes de esta enésima crisis habría que buscarlos en aquel día, ya lejano, en que Jordi Pujol nombró como su sucesor a Artur Mas. En aquel momento Durán i LLeida entendió que su futuro político quedaba, al menos en principio, geográficamente lejos de Cataluña y decidió empezar a trabajar en ello.
No es fruto de la casualidad ni de la magnanimidad de Convergencia que Duran sea el cabeza de cartel y hombre fuerte de la federación nacionalista en Madrid. Convergencia, para calmar la tormenta que en Unió desató el tema sucesorio -también entonces se habló de ruptura-, tuvo que ceder en este punto, para lograr la paz interna. Pero las políticas de paños calientes no acostumbran a tener largos recorridos, y en eso estamos ahora.
Todo esto, no es una cuestión baladí, está sobre la mesa la estrategia a corto y medio plazo del nacionalismo moderado catalán. Para unos la Presidencia de la Generalitat es condición sine quanon, para establecer cualquier tipo de colaboración y no aceptan ser allí los acompañantes leales de Zapatero mientras aquí, un día si y el otro también, el PSC les zurra la badana. En cambio, para otros el tema es colocar ministros en el Gobierno de España para ser influyentes; la cotidianidad catalana les resulta algo coyuntural; y, como tal, menos preocupante.
En síntesis, en Convergencia aspiran a tener los ejes de una hipotética negociación post electoral definidos a priori, para no tener frustraciones a posteriori. Por el contrario la gente de Unió y muy en especial su líder Duran i LLeida quiere llegar a Madrid el día de después de las próximas elecciones generales con las manos libres, para negociar con el ganador, sea quien sea, y poder desarrollar desde el gobierno su idea de España y Cataluña.
Así están las cosas, lo más probable es que no suceda nada. La crisis quedará como una más, aparcada debajo de la alfombra. Pero lo que es evidente, es que cada día que pasa el nexo entre CDC y UDC es más débil y cada vez está más tensado. Y como decía mi abuela: “tanto va el cántaro a la fuente...”
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