24 d’abril 2006
Al final del camino
Decía un ilustre socialista italiano que: “estar en el poder cansa, pero lo que verdaderamente desgasta es estar en la oposición.” Alguna idea muy parecida a ésta deben tener los dirigentes del PP, ya que desde el primer día que empezó la presente legislatura parece que se les haya agriado el carácter, aunque nunca fueron la alegría de la huerta, y toda su estrategia para volver a gobernar la han basado en hacer una oposición basada en la bronca y en el enfrentamiento sistemáticos.
Es verdad que no existe ninguna norma escrita para hacer de oposición. Ahora bien, parece lógico pensar que una oposición que se precie tiene que acomodar su acción en función de la acción del gobierno al que quiere sustituir. Eso, como primera medida e inmediatamente después ofrecer alternativas razonadas y razonables sobre aquello que rechaza. Ese debe ser el auténtico espíritu de una oposición que no tenga vocación de permanencia, sino de gobierno.
En los últimos dos años la ciudadanía española contempla un poco asombrada, un poco incrédula, como el Partido Popular ha instalado la crispación en al ámbito parlamentario desde que fue relegado de las tareas de gobernar. Los populares quieren repetir en el Presidente Zapatero las campañas que hicieron con otros presidentes de izquierda. Basta recordar aquí la relativamente reciente ofensiva del “váyase Señor González” o aquella que aún tienen viva en la memoria los más veteranos y que instrumentó la CEDA contra Manuel Azaña cuando éste proponía la modernización de España.
Los discípulos de Aznar y Rajoy han puesto en práctica el “difama, que algo queda”. Toda la oposición de la derecha, sea parlamentaria o no, se ha basado en aquel principio de Gobbels según el cual una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad. Según la lógica de los populares, todo está en peligro. España se rompe, la familia está amenazada, al igual que la escuela y la libertad de los padres para decidir que educación dan a sus hijos. Y eso por no mencionar el peligro existente en el terreno energético, en el cual la debilidad del gobierno pone en difícil trance la libre competencia ya que, según los conservadores, éste se encuentra atrapado por sus propios compromisos, por cierto inconfesables. Una claudicación similar ha sido el proceso de regularización de la población extranjera llevado a cabo recientemente y, por supuesto, igual de nefasta ha sido la posición del ejecutivo en lo que respecta a política exterior y de forma muy especial en las negociaciones con la UE, por la actitud claudicante de nuestra representación.
A esta lista de despropósitos –de nuestra inexportable derecha- podríamos añadir algunas “boutades” más. Es igual, habrá que aceptar que imaginación tienen y será bueno admitir que, a corto plazo, esta estrategia ha dado un cierto rédito, tal vez menos de lo esperado, a las huestes conservadoras. Basta sino con echar un vistazo a las encuestas de los últimos meses.
Ahora bien, los hechos acostumbran a ser tozudos y el tiempo acaba por poner las cosas en su lugar. Eso es lo que pasó con la Ley de parejas de hecho. Como no podía ser de otra manera, en nada ha afectado a la familia clásica. Lo mismo pasará con la Ley de educación, y exactamente igual ocurrirá con el Estatuto catalán. Primero, no se romperá España y, después, más de una CCAA gobernada por el PP querrá algo semejante a lo que en su día han obtenido los catalanes.
En este contexto es muy improbable que se pueda mantener por mucho tiempo esta escalada vocinglera y patán. No olvidemos que estamos a dos años de los próximos comicios. Esta actitud solo se entendería si su aspiración fuera convertirse en un grupo marginal y no parece que sea este su objetivo. Pero es que en el PP deben ser conscientes de que este estilo les aleja de la centralidad. Raso y corto. Si en el 96 ganaron las elecciones fue porque, además de los errores cometidos por el PSOE, hicieron o aparentaron hacer el camino hacia el centro. Luego, a partir de los comicios de 2000 y con mayoría absoluta, volvieron al extremo. Se situaron tan en el límite que ahora la vuelta al centro es larga, tal vez demasiado larga.
Pero es que más allá de todo esto, aun en el supuesto de que en las próximas elecciones fueran la fuerza más votada, ¿Alguien cree que alguna fuerza política estaría dispuesta a darle soporte para que formara gobierno? Y si fuera así ¿a cambio de qué? No parece, a simple vista, que estos chicos de la derecha a corto y medio plazo hayan acertado mucho con la estrategia.
En cualquier caso, el pasado 24 de marzo con el alto el fuego de ETA se inició en nuestro país una etapa que parece que será histórica. Con este nuevo escenario de fondo es más necesario que nunca un pacto entre los dos grandes partidos. Ahora cada cual tiene un rol a desempeñar, único y a la vez complementario. Unos como partido de gobierno, otros como oposición que aquí, en este terreno, también deben dar soporte al gobierno. Hay que decir, en honor a la verdad, que las cosas han empezado bien. La reunión en Moncloa entre el Presidente del Gobierno y el Líder de la Oposición transmitió a la sociedad un mensaje de confianza y unidad entre ambos, cuando menos en este tema. Queda por ver como evolucionan los acontecimientos. Vendrán días de ilusión, algunos de angustia y es posible, ojala que no, algunos de desasosiego y frustración pero si somos capaces, todos, de mantener la unidad y no desfallecer, al final de este largo camino está la paz.
El Siglo nº 691 17 al 23 de abril de 2006
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