Hace un par de semanas que quería
haber publicado este artículo. Pero la actualidad política, tanto nacional como
internacional, hizo que lo aparcase para mejor ocasión. Ahora que estamos en
una calma relativa dentro de la agitación en que nos han instalado en los
últimos tiempos, lo he actualizado porque me parece que ha llegado el momento
de que mi escrito salga a la luz. La columna en cuestión trata un tema que nos
incumbe a todos los catalanes, desde hace casi ocho años y nos seguirá
incumbiendo por mucho más tiempo: la marcha de las empresas a raíz del proceso
independentista.
El lunes 2 de octubre de 2017
Cataluña y buena parte de España quedaron atenazadas por el pánico bancario. En
menos de tres días cientos de miles de ahorradores hicieron las gestiones
necesarias para poner sus ahorros, que consideraban en peligro, a buen recaudo.
Las entidades más afectadas fueron CaixaBank y el Banco de Sabadell. Los
clientes más pudientes llevaban meses haciendo movimientos para proteger sus
patrimonios.
A pesar de los debates que se
mantuvieron en el Parlament durante el mes de septiembre, el mundo empresarial
mantuvo una calma aparente. Sin embargo, el referéndum del 1-O desbordó todas
las previsiones, tanto del Gobierno de Mariano Rajoy, como del propio independentismo.
La posibilidad de una declaración unilateral de independencia y que Cataluña
quedase fuera de la Europa política y del euro adquirió visos de verosimilitud.
Esa hipotética nueva situación generó un tremendo desasosiego entre buena parte
de la ciudadanía porque se habría podido forzar un corralito donde se
bloqueasen los ahorros.
En menos de 24 horas se registraron
unas salidas netas de cuentas de pequeños ahorradores próximas a los 2.000
millones de euros, entre las dos entidades. Ante esa situación se crearon los
respectivos comités de crisis para calcular la resistencia y el tiempo que
podrían aguantar si la cosa empeoraba. Cinco días después las salidas rondaban
los 14.000 millones. En una tensa entrevista de Isidre Fainé con el
vicepresident del Govern y conseller de Economía, Oriol Junqueras, el banquero
le advirtió de que “su obligación era salvar al banco”.
A todo esto, los contactos al más
alto nivel con el Gobierno central e, incluso, con el Palacio de la Zarzuela
fueron una constante. El 5 de octubre, el Banco de Sabadell decidía el traslado
de su sede fuera de Cataluña y el día siguiente era la Caixa la que, tras una
modificación legal de urgencia, llevada a cabo por el Ejecutivo de Mariano
Rajoy ponía rumbo a Valencia.
A partir de ahí, fueron muchas las
empresas que decidieron trasladar su sede, buscando una estabilidad política y
una seguridad jurídica que aquí no existía. No entraré en una guerra de cifras,
pero el daño infringido a nuestra economía y al prestigio de Cataluña cono
lugar de negocios y oportunidades fue muy grande y fuera de toda duda.
Resulta curioso que algunos frikis
del independentismo hayan dicho que aquella marcha fue un error. Es igual, no
se le pueden pedir peras al olmo. Lo que nos debería importar es que a finales
del pasado mes de enero, el consejo de administración del banco de Sabadell
decidió abandonar su sede social en Alicante y volver a Catalunya, aunque faltaría
al rigor informativo si no dijese que en esa decisión ha tenido su peso
específico la OPA que sobre la entidad vallesana lanzó el BBVA, pero la
cuestión es que el Sabadell ha vuelto a casa. Pocas semanas después era la
Fundación La Caixa y Criteria las entidades que volvían a Barcelona, después de
casi ocho años de exilio.
Esos retornos, diluyen buena parte
del relato forjado en torno al desafío independentista y consolidan la
estrategia de Pedro Sánchez y Salvador Illa que apuesta por el reencuentro y da
valor a la “normalidad institucional”. En opinión del presidente catalán, la
decisión de La Caixa “demuestra que es el momento de apostar por Cataluña”, porque
“una Cataluña a pleno rendimiento es bueno para todos”.
La vuelta a casa de las empresas que
marcharon por el procés será lenta, pero sostenida en el tiempo. El mundo
empresarial es poco amigo de los vaivenes y de los movimientos bruscos y la
situación en Cataluña todavía está cogida con alfileres y se necesita tiempo
para consolidar la nueva normalidad. Pero que las dos entidades más
emblemáticas hayan regresado significa que estamos en el buen camino.
Como dijo el president Salvador Illa,
en la conferencia que dio, recientemente, en el Círculo de Bellas Artes de
Madrid, se está poniendo todo el empeño para que Cataluña vuelva a ser motor de
España y de Europa y así poder dar por cerrada la carpeta de la normalización
política y social catalana. En este contexto, me parece digno de mención que El
Govern tenga a punto un plan económico
para movilizar 18.500 millones de euros con el objetivo de que Cataluña,
con el 18,8% del PIB español, dé un salto en su crecimiento y poder atrapar a
la Comunidad de Madrid, que representa el 19,6%. “Que en España nadie tenga
miedo de que despleguemos todo el potencial”, dijo el president al
presentar su programa, y repitió que su apuesta es la de la prosperidad
compartida.
No puedo ni quiero acabar este
artículo sin dejar aquí una breve reflexión: después de visto lo visto: ¿qué
Cataluña conviene más a la inmensa mayoría de ciudadanos, aquella de la
confrontación, de las algaradas, de calles cortadas por contenedores quemados, de
las declaraciones llenas de falsa épica pero vacías de contenido o esta otra
tranquila, sosegada que vuelve a mirar el futuro con optimismo y confianza que
se acerca a sus vecinos con la mano tendida y con ánimo de colaboración?
Si les parece oportuno, que cada cual
responda según su conciencia.
Bernardo Fernández
Publicado en Catalunya Press
24/03/2025