Vamos a cerrar un año 2025
deplorable. Los peores augurios, de forma sostenida, se han ido haciendo
realidad. El progresismo, tanto a nivel político como social, está en uno de
sus momentos más críticos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Es más, los
avances sociales no solo caen en barrena si no que retroceden.
Dado que, en un espacio
necesariamente reducido como es una columna periodística, resulta imposible
hacer una reflexión más o menos completa sobre el asunto que al que me he
referido más arriba, voy a exponer aquí tres situaciones que, en mi opinión,
corroboran el enunciado que he hecho como introducción.
La segunda llegada de Donald Trump a
la casa Blanca, hace ahora once meses, ha ido socavando todo lo que ha hecho que
EE UU funcione: Loa inmigrantes, las libertades
civiles, las universidades, la libertad de prensa, los medios, los
reguladores independientes, la ayuda al desarrollo o la financiación de
servicios básicos como, por ejemplo, el Medicaid (programa de seguros de salud
del Gobierno de Estados Unidos para la gente necesitada), solo por citar
algunos objetivos recientes.
En este tiempo, el hastío y la
angustia han ido apoderándose de la ciudadanía. La frustración domina ya a
buena parte de los votantes que apoyaron a Trump para reflotar una economía que
creían en crisis cuando funcionaba razonablemente bien, pero que ahora presenta
serios síntomas de enfriamiento. En cambio, cuestiones como la complicidad en
el genocidio en Gaza se cuestionan poco, mientras que la deshumanización
del diferente, como estrategia política, ha encontrado en los inmigrantes su
particular enemigo interior y ya hace mella en el conjunto de la sociedad.
Empieza a percibirse un cierto
hartazgo ante decisiones arbitrarias (cuándo no ilegales) que pone en práctica
la Administración Trump. La angustia no para de crecer, incluso entre aquellos
que han decidido retirarse a sus torres de marfil a esperar a que, con un poco
de suerte, amaine en las elecciones de medio mandato, que serán en noviembre de
2026.
En ese contexto, muchos líderes del
mundo político y empresarial y de la alta tecnología han preferido congraciarse
con el mandatario estadounidense en lugar de defender la democracia. Parece que
piensen algo así como: con más caos sacaremos más tajada. De hecho, estamos soportando
a un grupo de superricos, sin más interés que agrandar su beneficio caiga quien
caiga. Ahí está Elon Musk, que ha utilizado su red social para difundir
mentiras y calumnias con el objetivo de perjudicar a los demócratas hasta el
punto de convertir X en un órgano informal al servicio de Trump.
A nivel internacional, en este
segundo mandato, Trump está provocando una auténtica revolución geopolítica. No
hay certezas sobre lo que hará —dada la imprevisibilidad del personaje y la
ambigüedad de algunas de sus iniciativas—, pero se está produciendo un impacto
profundo en las relaciones internacionales. Este ocurre en distintos ámbitos,
pero el comercial es el más relevante. Hay cuatro asuntos a través de los
cuales ese impacto puede resultar trascendental y duradero. Esto es, una guerra
en marcha: Ucrania, una zona especialmente tensionada: Oriente Próximo que, a
pesar del alto el fuego en Gaza es un polvorín que puede estallar en cualquier
momento y otros dos potenciales: Taiwán y Corea.
Por si no teníamos bastante
desbarajuste en el orden mundial con las políticas erráticas de Donald Trump,
el triunfo incontestable del pinochetista confeso, José Antonio Kast, en
las recientes elecciones chilenas, viene a confirmar malos tiempos para el
progresismo en América Latina. En este
2025, otros tres países de la región se han decantado por opciones
conservadoras en sus respectivos comicios. Son los casos de Bolivia,
Ecuador y Honduras. En esos lugares, personajes como Rodrigo Paz, Daniel Noboa
o Narsy Asfura, de claro perfil ultra, han borrado del mapa a las opciones, más
o menos izquierdistas, que venían gobernando en los últimos años.
Estas victorias, sumadas a las
protagonizadas por otros dirigentes de signo derechista como Nayib Bukele en El
Salvador, Javier Milei en Argentina o Santiago Peña en Paraguay, consolidan un
giro reaccionario en la región, cuyas consecuencias no son fáciles de prever,
pero que no auguran movimientos positivos de progreso ni nuevas conquistas
sociales; más bien todo lo contrario: Latinoamérica ha entrado en una fase de
retrocesos que ya se empiezan a ver en forma de pérdida de derechos, libertades
y progreso social. Si alguien tiene alguna duda, que eche un vistazo a lo que
se está viviendo en Argentina.
Por lo que respecta a España, las
perspectivas de futuro no son demasiado halagüeñas. Después de siete años de
Gobierno progresista, durante los que se ha avanzado más que nunca en
cuestiones sociales, el PSOE está viviendo su particular annus horribilis. Los
socialistas se han metido en un laberinto en el que cada día se le complican
más las cosas: tienen a sus dos últimos secretarios de Organización y un asesor
común en la cárcel (uno de ellos en libertad provisional) porque presuntamente se
repartieron cientos de miles de euros en comisiones por la adjudicación de
obras públicas. Y cuando parecía que la tormenta empezaba a escampar salen a la
luz diversos casos de acoso sexual, algunos llevados a cabo por individuos muy
próximos al presidente; y eso, que haya ocurrido en un partido que ha hecho del
feminismo su bandera, ha conmocionado a la ciudadanía, dejando seriamente tocada
la credibilidad del partido y del Gobierno.
Ese estado de cosas hace que la continuidad de la legislatura esté en el aire y, lo que es peor: la posibilidad de repetir mandato tras las próximas elecciones generales es lo más parecido a una quimera. Lo que significa: apriétense los cinturones porque la derecha y la derecha extrema están enfilando la recta para llegar a la Moncloa.
Huelga decir que eso equivale a que vienen malos tiempos para el progresismo y los avances sociales. Más vale que estemos preparados.
Bernardo Fernández
Publicado en Catalunya Press 22/12/2025

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