08 d’abril 2024

LA SOCIALDEMOCRACIA DESNORTADA




Cuando el pasado mes de noviembre, Pedro Sánchez fue investido presidente del Gobierno de España, los socialdemócratas europeos respiraron aliviados. Pensar que uno o varios miembros de Vox podrían sentarse en los Consejos de ministros ponía los pelos de punta a cualquier persona sensata.

La victoria de Sánchez en 2019  fue un revulsivo para la socialdemocracia de la UE. Entonces el socialismo cogobernaba en Alemania bajo la dirección de la conservadora Angela Merkel, pero habían perdido en Italia en 2018 y se había hundido en Francia el año anterior. A Pedro Sánchez le precedió Antonio Costa, que llegó al poder en Portugal en 2015. Cuando, a finales de 2019, se formó la primera coalición de izquierdas de la historia de España, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Eslovaquia y Malta eran gobernadas por socialdemócratas, y en Grecia y Rumania había gobiernos de izquierdas. Posteriormente se sumó Alemania, en otoño de 2021, con una coalición tripartita encabezada por el socialdemócrata Olaf Scholz junto a Verdes y liberales.

No obstante, parece que esto de la gobernanza política es cíclico. En 2019, cuando el PSOE ganó las elecciones, la izquierda encadenó una buena racha de triunfos, tanto en elecciones nacionales como en las europeas. Sin embargo, todo indica que ese ciclo se está agotando y están proliferando gobiernos de derechas. La socialdemocracia ya no es la fuerza dominante de hace unos años y da la sensación de que pierde combustible de manera sostenida.

En ese contexto, vemos cómo, elección tras elección, la extrema derecha alcanza el voto de los descontentos con los partidos tradicionales. En España Vox ya ha entrado en las instituciones de la mano del PP, está en varios gabinetes autonómicos y tiene un número de concejales, nada desdeñable, repartidos por los ayuntamientos. Y en Portugal, desde las últimas elecciones, celebradas el pasado mes de marzo, Chega (versión lusa de derecha extrema) es la tercera fuerza.  

L a aceptación de la socialdemocracia en Europa está en uno de los niveles más bajos desde los años 80-90 y ha caído, salvo honrosas excepciones, de forma sistemática desde la crisis de 200 8. La lista de partidos socialistas en mínimos históricos va en Crescendo: comenzó con la casi desaparición del Pasok en Grecia y ha seguido con problemas crecientes en países como Francia o el Reino Unido .

Aunque cada lugar tiene sus propias especificidades, existe un denominador común que tiene que ver con los problemas estructurales que enfrentan estos partidos:

El eje vertebrador de la desconexión entre los socialdemócratas y los ciudadanos es la economía. Esto se puso especialmente de alivio con la crisis financiera de 2008. Entonces la respuesta de la derecha y del mundo financiero a aquella Gran Crisis fue el austericismo, y ahí la socialdemocracia tuvo una respuesta entre tibia y contemporizadora. Los partidos socialdemócratas no supieron o no pudieron responder de forma adecuada al discurso que lo fiaba todo a la austeridad.

La incerteza económica más el terrorismo perpetrado por el islam radical ha hecho que una parte sustancial de la ciudadanía recele de la migración y la multiculturalidad. Es más, la migración es una de las cuestiones que más preocupan al conjunto de los europeos. Estamos viendo como partidos de nítido corte progresista incorporan, sin ningún rubor, a sus programas propuestas de corte populista y xenófobo.

La derecha radical, y en ocasiones la no tan radical, propone sin tapujos la prohibición de la llegada de foráneos y la expulsión de los que estén aquí de forma irregular. El argumento es fácil, aunque falaz: De esa forma, se mantendrían los empleos para los de “casa” y se evitaría la delincuencia y el terrorismo.

Mientras, la socialdemocracia duda y no sabe cómo adaptarse a la nueva realidad: ¿Hay que renunciar al multiculturalismo? ¿Cerrando fronteras se defiende el Estado del bienestar? Estas son algunas de las muchas preguntas que se hacen los teóricos de la socialdemocracia sin llegar a ninguna respuesta concreta.

Los socialdemócratas, junto a los demócratas cristianos, fueron los grandes arquitectos del modelo social europeo surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Aquella izquierda hizo posible la provisión de salud universal, la educación, las pensiones dignas y los derechos laborales, algo que hasta ahora nadie ha cuestionado. Sin embrago, desde hace un tiempo, ya se empiezan a escuchar voces que ponen en cuestión esas conquistas históricas.

En buena medida, el éxito de los partidos socialdemócratas vino dado por la sintonía que se desarrolló con los sindicatos y determinados movimientos sociales, que sirvieron para amplificar el discurso y hacer llegar sus mensajes a la mayoría social, algo que nunca tuvo la derecha. Sin embargo, todo eso se ha ido desmoronando de forma paulatina pero constante. Los cambios en el mundo laboral, con un número creciente de trabajadores temporales o en actividades informales, unidos a la falta de apoyo político al movimiento sindical explican, en parte, esa situación.

Aunque, quizás, lo más paradójico es que la agenda socialdemócrata centrada en la lucha por la igualdad política, económica y la estabilidad de los ciudadanos es hoy más relevante que nunca. Sin embargo, parece que la socialdemocracia ha perdido la brújula y no sabe dónde está el norte.

En consecuencia, si los socialdemócratas no quieren perder el tren de la historia de forma definitiva, se hace indispensable un rearme ideológico que permita reconectar con las clases medias y populares. Y, para lograrlo, es necesario hacer una redistribución de la riqueza más equitativa, apostar por la transición ecológica, y reducir la incertidumbre económica. Es imprescindible nuevos equilibrios entre Estado y mercado, reimpulsar la agenda de los derechos humanos universales, las políticas de vivienda, salud, pensiones y educación, adecuándolas al tiempo que nos ha tocado vivir. Para conseguirlo, la socialdemocracia ha de reinventarse, con más participación, más transparencia y mayor democracia interna.

No hay fórmulas mágicas, pero es evidente que el inmovilismo puede llevar a la marginalidad. Por lo tanto, para mejorar hay que arriesgar.

 

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en E Notícies 04/06/2024


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