Podemos se constituyó como
partido político en enero de 2014. Su ascenso fue meteórico: En las elecciones europeas de ese mismo año
logró 5 escaños de un total de 54, lo que lo convirtió en el cuarto partido más
votado de España. En pocas semanas, reunió más de 100 000 afilados,
convirtiéndose en el tercer partido en número de militantes y en octubre
alcanzaba el segundo lugar, con más de 200 000 inscritos. Diversos
estudios demoscópicos lo situaban como el primer partido del país en intención
directa de voto. Sin duda, algo muy difícil de conseguir.
Tanto Podemos como Ciudadanos
sacudieron el tablero político nacional e hicieron saltar por los aires el
imperfecto sistema bipartidista que venía imperando desde la Transición. Sin embargo, la supervivencia política en
nuestro país es muy difícil. Por eso ahora, cuando se van a cumplir 10 años de
su constitución, los podemitas están más cerca de la irrelevancia que de
asaltar los cielos. Llegaron con un discurso nuevo, directo y fresco, pero han
acabado defraudando a gran parte de los que fueron sus votantes, con modos y
maneras calcados de los viejos partidos.
Más acelerada, todavía, fue la
descomposición de Ciudadanos que en estos momentos ya está fuera de todas las
instituciones, a excepción de un reducido grupo de diputados en el Parlament de
Cataluña y un par de eurodiputados que, casi con toda seguridad, no revalidarán
sus respectivos escaños en las nuevas legislaturas de esas cámaras.
Ambas organizaciones, ideologías al
margen, tuvieron la oportunidad de pactar para entrar en el Gobierno
(Podemos en el 2015, Ciudadanos en el 2019), y llevar a la
práctica las ideas que defendían para mejorar el bienestar de todos los ciudadanos.
Sin embargo, tanto a los unos como a los otros, les pudo la ambición desmedida,
equivocaron la estrategia y cometieron graves errores de cálculo, obsesionados,
como estaban, en dar el sorpasso. Pero las cosas se torcieron y Podemos acabó
entrando en el Ejecutivo, en buena medida para salvar los muebles, cuando el
partido ya era una sombra de lo que fue.
Pero la vida sigue y los restos del
naufragio de Ciudadanos los han recogido Vox y el PP, mientras que Sumar parece
que, de momento, está siendo el reemplazo, más o menos natural de la formación
morada. Tendremos ocasión de comprobar la solidez de ese proyecto en las
elecciones autonómicas (Galicia y Euskadi) y europeas que se celebrarán en 2024.
Desde hacía tiempo era un secreto a
voces que la cúpula de Podemos y la vicepresidenta segunda del Gobierno,
Yolanda Díaz, hacían caminos cada vez más divergentes. No obstante, unos
y otros supieron hacer de la necesidad virtud y, más por pragmatismo que por coincidencias
políticas, concurrieron juntos a las elecciones de julio de este año. Sin
embargo, dejar a Podemos sin ninguna cartera ministerial y a sus 5 diputados sin
cargos relevantes en el grupo parlamentario ha precipitado los acontecimientos
y ha hecho estallar la crisis que, más pronto que tarde, se hubiese producido
por cualquier otro desencuentro.
Ante esa situación, los de Ione
Belarra decidieron la semana pasada abandonar la coalición y pasar al grupo
mixto. Los podemitas sostienen que así la formación morada ganará visibilidad,
algo que habían perdido, dentro de Sumar. Ahora bien, al Gobierno no le quedará
otra que abrir un nuevo frente negociador, ahí Podemos tendrá la capacidad de
tensar la cuerda en determinados temas, aunque, bien es verdad, que ya han
anunciado que ellos no romperán la estabilidad parlamentaria.
De todas formas, de poco le servirá a
Podemos ganar visibilidad si, a la vez, se convierte en un aliado fiel del
Ejecutivo. Por consiguiente, es razonable pensar que, en más de una ocasión,
tensen la cuerda, la pregunta es ¿hasta dónde están dispuestos a llegar?
Seguramente, la primera prueba de
fuego la tendremos en la tramitación de la ley de amnistía, que habrá empezado
su andadura parlamentaria este pasado martes. Es una ley orgánica y, por lo
tanto, necesita el respaldo de la mayoría absoluta del Congreso, es decir, se
precisa indefectiblemente del concurso de Podemos. Si bien es verdad que, en
principio, en este asunto no deberían existir inconvenientes por parte de los
de Belarra, dada su conocida posición y su afinidad con los independentistas.
Otra historia pueden ser las
negociaciones que se han de llevar a cabo para aprobar los Presupuestos de
2024. Ahí la batalla puede ser agria. Es muy posible que cuando llegue esa
oportunidad Podemos quiera marcar perfil propio y convertirse en le defensor
incuestionable de los más desfavorecidos y eso pasará por marcar cuantas más diferencias
mejor con Sumar. Su objetivo ha de ser que se visualice que son ellos quienes
arrancan más concesiones al Gobierno.
Así pues, me permito sugerir que nos
carguemos de paciencia y estoicismo porque los rifirrafes van a menudear, por
los menos, hasta las elecciones europeas de junio, luego, en función de los
resultados las posiciones se pueden modificar o, por el contrario, la batalla
puede ser aún más cruenta. Asaltar los cielos ya no es una opción, pero luchar
por la supervivencia, aunque sea en el grupo mixto, es una necesidad.
La política, como la vida, tiene
estas cosas.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 14/12/2023
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