Los
orígenes del catalanismo político se remontan a la primera mitad del
siglo XIX e incluso antes. No obstante, es con el crecimiento de la oposición
al modelo centralista del Estado liberal y con el desarrollo del movimiento
conocido como la Renaixença
que el catalanismo empieza a tener carta de naturaleza.
Su afirmación como opción política
adquiere impulso en el contexto del «desastre del 98». Aquellas circunstancias fueron terreno
abonado para el nacionalismo conservador representado por la Lliga Regionalista. Su irrupción en la escena política
española se produce en 1907 con motivo del resonante triunfo electoral de las
candidaturas de Solidaridad Catalana, El primer fruto de la presión de los catalanistas sobre el gobierno central fue
la creación en 1914 de la Mancomunidad de
Cataluña, presidida
por Enric Prat de la
Riba..
Según el catedrático de derecho
constitucional, ex senador y ex presidente del PSC, Isidre Molas, “durante más
de un siglo el catalanismo político ha sido en España un factor capital de
renovación, modernización, iniciativa y de libertad”.
Ciertamente, el catalanismo,
entre otras cosas, siempre ha pretendido la regeneración democrática de España.
A veces, incluso de manera sui generis. Así por ejemplo, tanto en abril de 1931,
como en octubre de 1934, aprovechando el desconcierto reinante en el conjunto
del Estado, se declara, en la primera ocasión, la República Catalana y, en la
segunda, el Estado Catalán dentro de la
República Federal Española.
Sería inútil negar que
dentro del catalanismo han existido siempre radicales e independentistas. No
obstante, hasta hace bien poco habían sido sectores minoritarios. Es a partir
de 2010 y como consecuencia de la sentencia del Tribunal Constitucional (TC)
sobre l’Estatut que el secesionismo empieza a despegar de forma nítida. Para
muchos, que tenían su soberanismo agazapado en espera de tiempos más propicios,
esa sentencia fue la señal de que el Estado de las autonomías se había agotado
y había llegado el momento de poner rumbo a Ítaca y crear un Estado propio. Si
hiciéramos un listado de los personajes públicos que abrazaron esa idea, la misma
resultaría interminable.
La situación política que se
genera en Cataluña a partir de esa sentencia del TC desentierra los peores fantasmas del pasado,
y es caldo de cultivo para un estado de malestar generalizado, propicio para
enconar, aún más, una situación política ya compleja de por sí. En ese
contexto, los profetas del desastre aprovechan para crear un tótum revolútum
donde se confunde catalanismo con nacionalismo y donde se quiere transitar del
autogobierno a la soberanía plena sin el más mínimo respeto por las reglas
establecidas.
Marina Subirats, socióloga y
ex regidora del Ayuntamiento de Barcelona, opina que “se ha tensado mucho la
cuerda en un sentido y eso ha provocado la reacción de los contrarios”. No le falta razón a la ex edil; ahora bien,
los del otro lado tampoco han sido un ejemplo de flexibilidad y voluntad de
acuerdo. Para el ex diputado socialista y profesor de derecho constitucional
Joan Marcet, el catalanismo “continua siendo transversal, porque todavía caben
derecha e izquierda. Pero se ha dislocado. Los dos partidos de la izquierda
tradicional han perdido peso significativamente”.
Es verdad que la cuestión
independentista ha polarizado la atención política de la sociedad catalana. Sin
embargo, persiste el paradigma catalanista básico, según el cual una mayoría
sustancial considera que el actual conflicto con el resto de España, acabará
con un pacto, mediante el cual se dotará a Cataluña de más autogobierno.
Los números son elocuentes:
en el periodo que va de 1980 a 2015 el catalanismo ha perdido casi 10 puntos
porcentuales. En las primeras elecciones al Parlament celebradas en 1980, los
partidos autodenominados catalanistas recibieron el 78% de los votos, mientras
que los no catalanistas se quedaban en un raquítico 15,6%. En las elecciones
del pasado 27 de septiembre, los partidos catalanistas, independentistas
incluidos, recibían el 69,3% de los votos y los abiertamente no catalanistas
llegaban al 26,5%. Estos datos deberían hacer reflexionar a los líderes de los
partidos y a los voceros que pretenden orientar la opinión pública.
Es una obviedad que el
planteamiento plebiscitario de las últimas elecciones al Parlament redujo mucho
las opciones y los matices quedaron para mejor ocasión. En cualquier caso, se
ha puesto de manifiesto que aquel eslogan que hizo fortuna en los ochenta:
“Cataluña un solo pueblo”, no es del todo cierto. Al menos, no lo es en el
ámbito electoral. En ese espacio hay una división clara que en los últimos
comicios favoreció netamente a Ciudadanos. En este contexto aquella aseveración
de José María Aznar cuando dijo que “antes se romperá Cataluña que España”,
adquiere ahora toda su dimensión.
Hace ya más de nueve años
que el ex presidente a la Generalitat, José Momtila, advertía de la “desafección,
la sensación de abandono y maltrato inversor sufrido por Cataluña.” Aquellos polvos trajeron estos lodos y es
evidente que esta situación ha generado una “tensión social latente” como
apunta el politólogo Ucelay-Da.
De todos modos, en muchas
ocasiones resulta difícil establecer la línea diferenciadora entre nacionalismo
catalán y catalanismo, No obstante,
cuando hablamos de catalanismo y nacionalismo, deberíamos hacerlo desde planteamientos políticos claros; hay que
diferenciar entre los que quieren el máximo desarrollo competencial y de
autogobierno de Cataluña dentro de una España diversa y plural, de aquellos que
lo que pretenden es una Cataluña fuera de España. Ese planteamiento es
legítimo, ciertamente, pero los que lo propugnan escamotean la verdad. A día de
hoy, nadie ha puesto sobre la mesa la verdad de los números, ni han hablado con
rigor de las consecuencias de una hipotética separación. Y es que el
nacionalismo, guste o no, es excluyente sectario e insolidario. En consecuencia, muy alejado del catalanismo.
Sea como sea, siempre he
entendido el catalanismo político cómo un elemento regenerador e integrador, de
ahí que me considere razonablemente catalanista. Por eso ahora, cuando surgen
voceros secesionistas que apuntan sin rubor que la razón de ser del catalanismo es la independencia, digo: por
favor, paren el tren que yo me quedo aquí.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global
29/02/16
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